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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Cariño, hemos olvidado a los niños

Imagen de Cuerdas

Anita Botwin

Sevilla —

Como tengo una ligera obsesión por la visibilización de los colectivos más silenciados, me tomo la licencia de hablar hoy un poco por ellos: los niños con discapacidad.

Los salvajes recortes en Sanidad y Educación que ha sufrido nuestro país han repercutido directamente en los 140.000 niños en esta situación. Este es un dato de 2008 de una encuesta del Instituto Nacional de Estadística, porque hasta para las cifras son invisibles. Nuestros retrones están mejor que los niños retrones de Etiopía pero peor que los pequeños retrones noruegos. Ya se ha comentado en este blog que la discapacidad cuesta dinero y que una familia en esta situación va a tener que gastar más dinero que una familia que no. Es una situación que además afecta directamente a las mujeres, más empobrecidas, que son quienes se encargan de los cuidados. ¿No debería la Administración hacerse cargo? Ya contesto yo: sí, debería. No se notan aún más los recortes gracias a la profesionalidad de quienes atienden cada día, a veces de manera voluntaria, a este colectivo.

Y es curioso porque, aunque crean que se trate de una obra de beneficiencia, lo cierto es que NO. Un país que invierte en sus niños es un país que invierte en futuro. ¿No querríamos tener más niños en un futuro que fueran unos Echeniques de la vida? Cariño, hemos olvidado a los niños, pero aún podemos recuperarlos.

En cuanto a la ficción, también hemos olvidado a los niños. Siempre hay una excepción que confirma la regla (o la refina/amplía/modifica) y ese es el ejemplo de “Cuerdas”, ganador de un premio Goya a mejor cortometraje de animación. La pieza emociona. Es la historia de dos compañeros de clase, uno de ellos con parálisis cerebral, Nicolás. María juega con él usando cuerdas con el fin de ayudarle a hacer vida “normal”. El director de esta obra magistral, Pedro Solís García, contó en su momento que uno de sus objetivos era poder pagar la silla de ruedas que necesitaba su hijo, afectado de la misma enfermedad que el protagonista. Una silla que puede costar varios miles de euros. “El tener un Goya no ayuda a una familia como la mía. Al final cada uno le tiene que limpiar el culete a su hijo con 20 años y ahí no hay nadie para ayudarte” dijo. Él sabía bien de qué hablaba y lo hizo visible.

No es que haya que cumplir un cupo de niños gafotas o niñas regordetas en silla de ruedas, pero estaría bien que la ficción fuera algo más fiel a la realidad que nos rodea a no ser que estemos hablando de ciencia ficción y entonces pegaría más que los protas fueran pequeños Aliens. Lo que no se nombra no existe. Si no mencionamos a los niños retrones, nos estamos olvidando de ellos, cariño.

Cariño, hemos olvidado a los niños. Seguro que muchos de vosotros habéis visto el vídeo del bebé sordo que de pronto escucha a su mamá por primera vez. O el vídeo de la hermosa niña autista que se comunica con sus gatos y es capaz de crear auténticas obras de arte que ya vende por elevadas cifras. Por supuesto no faltan las imágenes de deportistas haciéndose fotos con niños retrones. Se hacen virales, sí, se comparten en las redes sociales y en la sección festivo- veraniega de los informativos. Pero al día siguiente ya nadie se acuerda de ellos y son sus padres los que tienen que limpiarle el culete una vez que los flashes se han ido.

Existen eso sí, variedad de cuentos que hablan de los niños retrones. Por citar alguno de ellos, me quedo con “Como pez en el agua”, cuento de Daniel Nesquens con ilustraciones de Riki Blanco. Su protagonista no puede andar, pero en el agua se olvida de su silla de ruedas y se siente libre. Por su parte, la Junta de Andalucía pone a disposición de los niños y niñas un cuento llamado “Ni más ni menos” para entender la diversidad funcional. Allí te encontrarás con Laila, que no puede ver pero que es lista como los topos o a Li, que es alegre y bulliciosa como un colibrí y se mueve deprisa con su silla de ruedas.

Al margen del tono derrotista en materia de ayudas por parte del Estado, me declaro optimista como Pablo Echenique lo hizo aquí en su momento: “nacer con una discapacidad no es una ”putada“ ni para el niño ni para la madre... lo será a veces, y a veces no. Dependiendo de muchísimas otras cosas”.

No puedo negar que estos ejemplos me conmuevan, pero no he encontrado ejemplos de niños del continente negro en los que ocurra lo mismo. Quizá porque, efectivamente, en esos países no existen tales ejemplos audiovisuales. A veces, buscando mucho, encuentras la historia de un niño que no puede andar, la imagen de una ONG que le pone a disposición unas muletas... pero son ejemplos muy aislados. Los más invisibles de entre los invisibles.

Sin embargo, como dice Griffin, el protagonista de El Hombre Invisible “Da la casualidad de que soy invisible. Es un engorro, pero así es. Y esta no es razón suficiente para que deba ser reducido a pedazos por todos”.

 

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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