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Arabia Saudí lucha contra el Estado Islámico y quiere que todo el mundo lo sepa

Más de 20 policías yemeníes han muerto en un bombardeo saudí en Saná.

The Guardian

Ian Black - Riad —
  • Mohamed bin Salmán, de 30 años, segundo en la línea de sucesión, es una figura clave en cuestión de reformas y de guerra

La cárcel de Ha'ir, situada en el desierto, al sur de la capital, no destaca por su belleza. Está franqueada por muros de hormigón y torres de vigilancia, como corresponde a una instalación gestionada por el servicio de seguridad nacional de Arabia Saudí. Alberga terroristas, disidentes y otras personas que son consideradas un peligro para el país, cuyo emblema nacional, formado por una palmera verde y dos espadas cruzadas, con empuñaduras amarillas y hojas blancas, es omnipresente en el extenso complejo.

Los guardas armados revisan los vehículos y las tarjetas de identificación junto a las barreras situadas ante la entrada principal. Los todoterrenos de la policía militar bloquean una entrada situada en la carretera. Dos semanas atrás, el Estado Islámico (EI) amenazó con destruir la prisión, como reacción a la ejecución de 47 hombres, la mayoría miembros de Al Qaeda. Siete de los ejecutados estuvieron presos en Ha'ir antes de ser trasladados al lugar donde fueron fusilados o decapitados. El pasado verano, un joven seguidor del EI se inmoló delante de la prisión.

Los periodistas que quieran visitar la cárcel son recibidos con café, pasteles y unas presentaciones de PowerPoint sobre el trato que se da a los prisioneros y los programas para rehabilitarlos. Esta política de puertas abiertas se enmarca en el esfuerzo del Gobierno saudí por demostrar su determinación en la lucha contra el terrorismo en un momento en el que el EI se ha convertido en una grave amenaza para Oriente Medio y otros lugares situados a miles de kilómetros de los bastiones de estos extremistas en Siria e Irak.

La cárcel de Ha'ir parece estar bien gestionada. Los módulos donde se encuentran los reclusos están limpios y son luminosos, las puertas de las celdas son de un sorprendente color lila. El corredor está lleno de tiestos con plantas. Las salas donde tienen lugar los interrogatorios están vigiladas con cámaras de seguridad, y tienen un escritorio y sillas, así como una gruesa anilla de acero soldada en el suelo que sirve para sujetar a los prisioneros maniatados. Se permiten las visitas conyugales, que tienen lugar en unas habitaciones especiales equipadas con una cama de matrimonio. Incluso hay un parque infantil.

Es lógico sospechar que Ha'ir, una de las cinco cárceles gestionadas por el servicio de seguridad de la policía secreta (Mabahith), está pensada para impresionar y confundir. Las organizaciones de derechos humanos señalan que las condiciones de los otros centros penitenciarios son más duras. Además, son frecuentes las denuncias por tortura. “Muchos reos se quejan del trato recibido”, indica un hombre saudí procedente de otra institución. En cualquier caso, los prisioneros parecen satisfechos con dar su opinión.

“Mi opinión ha cambiado”, indica Saud al-Harbi, un hombre barbudo de treinta años que está a punto de cumplir una condena de 12 años por haber intentado salir del país y luchar en Irak y por establecer contacto con un hombre que está buscado por los servicios de inteligencia. “Vi las fotografías de la cárcel de Abu Ghraib [que mostraban las vejaciones y abusos que soldados estadounidenses infligieron a los detenidos iraquíes] y decidí que quería luchar”, explica, y puntualiza: “Era joven”.

Moaz, detenido sin cargos durante 11 meses, fue arrestado tras regresar voluntariamente de Siria, donde luchaba con el grupo islamista Ahrar al-Sham contra Bashar al-Asad. “Se convirtió en una sangrienta lucha de musulmanes contra musulmanes”, explica: “Y eso no es lo que yo quería”.

La patria de Osama Bin Laden

La dureza actual de Arabia Saudí frente al terrorismo contrasta con su reputación. La patria de Osama bin Laden y de 15 de los 19 hombres que secuestraron los aviones con los que se cometieron los atentados del 11 de septiembre de 2001, quiere terminar con la creencia, ampliamente extendida, de que el país propicia y exporta el fanatismo asesino. El EI comparte la ideología wahabí y salafista, aunque los yihadistas aceptan corrientes islamistas que son ajenas a la mentalidad conservadora del reino.

Riad rechaza al ISIS por ser khawarij, una desviación, si bien las decapitaciones y otros castigos de la sharia son elementos comunes de ambos. El EI utiliza la doctrina takfirí de excomuniones para justificar la matanza de yazidíes y de chiíes.

Los saudíes derrotaron a Al Qaeda dentro de sus fronteras hace una década, y mataron y capturaron a cientos de miembros de la organización terrorista, incluidos muchos de los que fueron ejecutados el pasado 2 de enero. Ahora, luchan contra el EI y quieren que todo el mundo lo sepa. En 2014 participaron en los bombardeos de la coalición que lucha contra el EI pero optaron por desmarcarse cuando estalló la guerra en Yemen.

El mes pasado, el joven príncipe que ocupa el segundo puesto en el orden de sucesión (hijo del actual rey), Mohamed bin Salmán, anunció la creación de una alianza de los Estados árabes suníes para luchar contra el terrorismo, si bien la noticia fue recibida con escepticismo ya que no tenía mucho contenido y más bien parecía una estrategia de relaciones públicas. “El objetivo es construir un sistema”, explica a The Guardian el príncipe Turki al Faisal, exjefe del servicio de inteligencia saudí.

El EI es una amenaza real para Arabia Saudí. Abu Bakr al-Baghdadi, su autoproclamado califa, ha nombrado las regiones Nejd y Hijaz como provincias o valiatos. Insulta a la familia reinante, la dinastía Al Saúd, y los llama despectivamente “Al Salul” en referencia a una figura emblemática del siglo VII que abrazaba el Islam y, al mismo tiempo, conspiraba contra el profeta Mahoma.

En 2015, el EI perpetró 15 atentados en el país y mató a 65 personas. El peor atentado tuvo lugar en una mezquita chií en la localidad de al-Qudeeh, en la región oriental de Qatif, que causó la muerte de 22 personas. Probablemente este ataque quería fomentar la violencia sectaria. Muchos de estos atentados han sido cometidos por “lobos solitarios”. “El EI quería crear una organización pero no lo ha logrado”, explica el general Mansour al-Turki, portavoz del ministerio del Interior: “No han podido reclutar a profesionales entrenados como hizo Al Qaeda”.

A los ciudadanos se les anima a que llamen a un número telefónico confidencial que recibe unas 180 pistas semanales sobre sospechosos de terrorismo, según Turki. “La policía secreta escucha todas las llamadas y te detendrán incluso si solo mencionas la palabra Daesh” (un acrónimo que también identifica a ISIS), afirma una mujer de mediana edad en Riad. “Son duros con los terroristas”, indica una académica: “No respetan muchas de las leyes nacionales”. Han detenido a miles de personas en base a una ley bastante ambigua.

La batalla en Siria

Arabia Saudí todavía apoya a los grupos que luchan contra el presidente Asad en Siria, especialmente a los islamistas Jaysh al-Islam. Sin embargo, temiendo que los combatientes que regresan al país terminen siendo un problema –como ya pasó con los yihadistas que regresaron de Afganistán en los noventa–, ha cambiado su política. En la primavera de 2014 declararon ilegales al EI y a Jabhat al-Nusra, la rama de Al-Qaeda en Siria, y prohibieron a los saudíes que marcharan al extranjero a combatir. Han logrado terminar con las colectas de dinero pero no han podido controlar a los predicadores. Los diplomáticos de Occidente se quejan cada vez más de los “estereotipos trasnochados” que se utilizan al hablar de la tolerancia saudí con al terrorismo.

Desde 2011, unos 3.000 saudíes han pasado por Siria y cerca de 700 han regresado a su país. Las autoridades del gobierno recuerdan que el país tiene 21 millones de habitantes y que la proporción de saudíes en Siria es inferior a la de tunecinos, los ciudadanos de un régimen “laico” con un pasado colonial francés y donde la Primavera Árabe tuvo éxito.

“Sí, algunas personas de Arabia Saudí apoyan al EI, pero eso también ocurre en otros países musulmanes”, dice Turki. “Los 2.000 o 3.000 tunecinos que apoyan al EI no fueron educados por la corriente wahabí. Tampoco los que llegaron desde Chechenia y Daguestán”. Otros incluso hablan de Belgiqistán, un juego de palabras mordaz para referirse al papel desempeñado por los europeos de origen árabe o musulmán en las atrocidades cometidas por el EI.

Según una encuesta independiente, el 5% de la población saudí apoya al EI. Uno de los factores de este apoyo es la admiración que sienten hacia un grupo suní que se mantiene firme en su lucha contra Irán y los chiíes.

“Tenemos que ser un país moderado”

Muchos saudíes reconocen la magnitud del problema y culpan a los clérigos extremistas, que tienen una gran influencia en las escuelas y las mezquitas. “Solía estar en contra de la pena de muerte”, indica Mazen Sudairi, un economista: “Pero entonces vi las atrocidades cometidas por el EI y cambié de opinión”. El sector más progresista cree que otro factor de preocupación es la enseñanza literal del Corán. Una joven madre se quedó horrorizada cuando su hijo, que habla inglés, fue acusado por un compañero de ser un kafir, un “no creyente”, y regresó a casa preguntando por qué su canguro, que es cristiana, no tenía una religión. “Somos un país musulmán pero tenemos que ser moderados”, indica Fawziya al-Bakr, una experta en educación: “El Gobierno sabe que la ideología violenta takfirí es un peligro para nuestra sociedad”.

También ha recibido críticas el munasahat, o programa de asesoramiento, en el que un grupo de trabajadores sociales, psicólogos e imanes rehabilitan a exradicales. Los responsables del programa afirman que tienen una tasa de éxito del 85%, incluyendo a los prisioneros que han cumplido condena en la cárcel de Ha'ir. “Con el EI, necesitamos ser más abiertos de mente”, reconoce Saud al-Sarhan, un investigador del Centro King Faisal, situado en la capital. Es una crítica frecuente. “Algunas de las personas que participaron en el programa volvieron al campo de batalla”, afirma Haifa al-Hababi, un arquitecto de Riad: “No puedes confiar en personas a las que se les ha lavado el cerebro”.

Los yihadistas que luchan contra Arabia Saudí, por convicción o debido a un “lavado de cerebro”, se mantienen firmes. Una muestra de ello es la historia personal de Al Shuwail al-Zahrani, un líder espiritual de Al Qaeda que formaba parte del grupo de terroristas que fueron ejecutados recientemente. Si bien un grupo de estudiosos islámicos aprobados por el gobierno intentó que cambiara de opinión, Zahrani se mantuvo firme. Se negó a “embarcarse en el buque a la deriva de Al Saúd, ya que ese barco solo transporta aviones para Estados Unidos”.

Nada parece indicar que el problema vaya a resolverse pronto. “Arabia Saudí es un buen campo de cultivo para la radicalización y una minoría nada despreciable apoya al EI”, afirma un diplomático extranjero en Riad: “Solo una minoría estaría dispuesta a luchar, pero lo cierto es que la cifra de atentados es tan elevada como en los años de Al Qaeda. Ahora atacan a los policías saudíes y a los chiíes. Como en Irak. Las células terroristas son pequeñas, están formadas por dos, tres o cuatro personas, y si bien no es fácil detectarlas, para ellas es difícil pasar a la acción. Las autoridades no estaban preparadas hace diez años para hacer frente a esta situación. Ahora están mejor preparadas. Han detenido a muchas personas, si bien la situación sigue siendo delicada. De momento, parece que lo tienen bajo control”.

 Traducción de Emma Reverter

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