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¿Cuántos meses puede aún aguantar Rajoy?

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Carlos Elordi

El PP ha entrado en un proceso de caída, que no siendo aún libre y catastrófica sí que parece irremisible, imposible de parar. Lo dicen los sondeos, se palpa en el ambiente político y, según parece, también en el de las altas esferas empresariales. Rajoy está ya amortizado como líder político. Pero en principio puede seguir en su cargo hasta que haya nuevas elecciones. ¿Puede aguantar hasta 2020 un país en el que todo lo que tiene que ver con la política y el poder se deteriora cada día que pasa o antes de que se llegue esa fecha el PP tendrá que abandonar el gobierno? Esa es la pregunta crucial del momento. A la que se remiten todas las demás, hasta las incógnitas que pesan sobre el horizonte catalán.

Está claro que la incertidumbre casi total que existe en este último capítulo beneficia indirectamente a Rajoy. Porque a menos que nuevos elementos se sumen al inquietante panorama general, no parece posible que el cuadro político, o su propio partido, provoquen el derribo del actual gobierno mientras Cataluña no recupere un mínimo de estabilidad. Pero, por otra parte, si Rajoy y los suyos siguen mostrando una incapacidad total para propiciar una salida mínimamente viable a ese conflicto, tal y como hasta ahora ha ocurrido, su fracaso en Cataluña puede ser el motivo que precipite su caída. Y dentro de no muchos meses. España no puede seguir soportando durante mucho tiempo esa tensión. Y los círculos del poder lo tienen muy claro.

Lo cierto es que en el horizonte no se atisba nada que pueda mejorar las cosas en este terreno. Impedir que Puigdemont sea elegido president parece ser la única obsesión del gobierno. Y es altamente probable que lo consiga. A menos de que los independentistas se saquen de la manga un truco de última hora, como el de comprar las urnas para el referéndum en China y traerlas desde Marsella. Eso sería un golpe del que Rajoy difícilmente se recuperaría.

Pero pongamos que nada de eso ocurre y que Puigdemont se queda con las ganas y con un futuro político y personal nada halagüeño. ¿Y qué? La presidencia de la Generalitat pasaría a manos de otro dirigente independentista que muy poco bregado que esté, o tan poco como lo estaba el propio Puigdemont hace tres años, contará con la mayoría del parlamento catalán y cuando se levante el 155 también con plenas atribuciones para hacer su política. Y aunque parece claro que el nuevo presidente, o la nueva presidenta, no volverán a emprender la vía de la ruptura unilateral con España, cuando menos en una primera fase de su mandato, también resulta evidente que el rumbo que emprenderá desde el primer momento será el de colisión con Madrid. Por principio, por lo que ha pasado en los últimos meses, y porque seguirá habiendo dirigentes independentistas presos o fuera de España.

En definitiva, que será una vuelta a empezar desde la nada. Eso sí, con unas elecciones de por medio que sólo han servido para que el PP casi desaparezca del panorama político catalán y para que Ciudadanos se consolide con la gran alternativa al partido de Rajoy en la derecha. Estando eso tan claro, no deja de sorprender que no se investigue qué llevó a Rajoy a cometer un error tan garrafal como del de convocar esos comicios. Y la única explicación plausible es que alguien muy próximo a él -¿su brazo derecho Jorge Moragas, que cesó justo después de las elecciones?- le convenció de que los constitucionalistas batirían al independentismo el 20 de diciembre.

Antes alguien también le dijo que la policía podía impedir el referéndum. Y ayer al ministro Zoido, responsable tan directo como Rajoy de que eso no ocurriera, le tocó asegurar en el Senado que la policía y la Guardia Civil no habían tocado un pelo a nadie el 1 de octubre. Y seguramente mintió tan descaradamente porque el PP cree que muchos españoles, y no sólo de derechas, siguen pensando que todo vale con tal de frenar al independentismo, hasta negar las verdades más evidentes. Y puede que sea cierto. Y ese es otro dato crucial del panorama general.

Porque aunque siga sin hacer nada para buscar una vía de solución al problema catalán, agravando, para desesperación de no pocos empresarios, el problema económico que la crisis ha provocado, ningún partido del parlamento español se atreverá a reprocharle su incapacidad y a proponer alternativas concretas por temor a la impopularidad que ese gesto podría costarle. Ese, y el control del BOE y su influencia en la justicia, son los únicos activos políticos de los que Rajoy dispone en estos momentos. Todo lo demás está en su contra. Desde la nueva presión que sobre él está ejerciendo la corrupción -y no hay duda en que llegará un día en que sea insoportable, hasta su minoría parlamentaria y su imposibilidad de tomar decisiones políticas concretas porque no puede aprobar un presupuesto y no va a poder hacerlo en mucho tiempo. Por no hablar de la desconfianza creciente que genera en el panorama internacional, cada vez más inquieto por la debilidad de Rajoy y por la situación catalana, que allende nuestras fronteras no se cree que pueda mejorar mientras no se abra alguna vía de conversación entre Madrid y el independentismo.

¿Cuánto puede aguantar un gobierno en esas condiciones? No hay respuesta porque ésta depende de lo que hagan otros. Los partidos de la oposición, el PSOE, Ciudadanos y Podemos, que un día, hoy por hoy por lejano, podrían ponerse de acuerdo para votar una moción de censura. O los dirigentes del PP, si decidieran que sólo sustituyendo a Rajoy por uno de ellos podrían evitar una debacle electoral y política. Los periodistas que palpan el ambiente interno aseguran que crece sin parar el malestar en el mismo. Pero ninguno se atreve a pronosticar un estallido a corto o medio plazo.

Hay que esperar para ver si maduran alguno de esos procesos, o los dos a al tiempo. Rajoy aún puede aguantar. Pero su fin está próximo. Sería incomprensible que fuera de nuevo cabeza electoral en las próximas generales y seguramente no va a ocurrir. Lo cual hace pensar que los movimientos que lleven a ese cambio dentro del PP van a empezar muy pronto y no van a ser precisamente pacíficos. Tampoco parece lógico suponer que los partidos de la oposición vayan a estar cruzados de brazos esperando a que Rajoy se la pegue solito. Algo tendrá que pasar. Y no dentro de mucho.

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