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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Y Cayo Lara se indignó

Víctor Alonso Rocafort

Su voz se escuchó como pocas veces en el hemiciclo. Olvidando ya los papeles en su contrarréplica a un Mariano Rajoy faltón, Cayo Lara, un hombre en general apacible, se indignó. No era la primera vez, pero sí quizá la más contundente de las que se le recuerdan. Sus compañeros de la Izquierda Plural se pusieron diversas camisetas reivindicativas, pero Lara decidió ir más al fondo para enfundarse el alma de muchas resistencias ciudadanas de los últimos años.

Su intervención principal la había comenzado sin embargo frío, dubitativo en la lectura. Y es que aún la mayoría de nuestros diputados siguen empeñados en sacrificar la verdad que transmite un discurso sin barandillas por la seguridad del dictado de la letra impresa. Lo que disminuye la atención del oyente. Además Cayo Lara cayó inevitablemente en la gran trampa de este debate: perder el tiempo en desmontar el relato de Rajoy sobre la economía.

“Vivimos en mundos diferentes”, le espetó el de Izquierda Unida. Y acertaba de pleno. Cuando en un espacio público hay tal divergencia sobre las verdades de hecho, es muy difícil dar siquiera comienzo a un debate político. Este es uno de tantos problemas que arrastra nuestro sistema representativo: la impunidad a la hora de no decir la verdad en sede parlamentaria.

Lara dedicó así su intervención a desgranar con datos y relatos personales la situación del paro, la educación y sanidad pública, las desigualdades o la deuda pública. A diferencia de Rubalcaba, este es un terreno en el que se mueve con libertad, sin miedo a que nadie aluda a su pasado. Reivindicó así los derechos de ciudadanía que, amparados por una Constitución a su juicio irreconocible, el gobierno ha barrido. También unos derechos humanos que con el trato a los inmigrantes, el freno a la justicia universal o el descenso de recursos a la violencia de género también se están viendo atacados.

Cuando debes emplear tu tiempo en el debate sobre los hechos, y cuando te centras en la gravedad de la situación en diversos ámbitos, es fácil adoptar un tono menor y defensivo en las propuestas. Esta fue la gran debilidad de Lara.

Así, al mencionar la represión policial, se echó en falta ejemplos que fueran más allá del asalto policial al centro de Alcalá gestionado por el Partido Comunista. Pero más aún, sonó a frase hecha habitual su “defendemos a las Fuerzas de Seguridad, pero no a quienes se extralimitan”. Algo parecido le pasó con la corrupción: es un gran paso afirmar que se quiere investigar lo sucedido en las Cajas de Ahorro, “caiga quien caiga” —en un mensaje de clara lectura interna—, pero se echaron en falta propuestas de mayor calado.

Resultó así significativo que, cuando Lara comenzó a leer sus propuestas, la presidencia de la Cámara aprovechara para advertirle de que el tiempo se agotaba. Así tan solo mencionó grandes epígrafes sobre el empleo, la lucha contra la pobreza, la reforma fiscal, la renegociación de la deuda o un nuevo modelo productivo, entre otros, pero no afrontó las explicaciones ni la profundidad de las rupturas que hoy tantos en la izquierda reclaman.

Al término de su intervención principal parecía que Lara ya buscaba el titular con la petición de dimisión de Mariano Rajoy. Y así hubiera sido si Joan Coscubiela, con cierto nerviosismo, no hubiera seguido con el tono in crescendo que había imprimido al final de su lectura su compañero de bancada. Preguntarle a Rajoy si de verdad pensaba que dejaríamos legislar sobre incendios a un partido de pirómanos, o indicarle que “a su gobierno le molesta la democracia”, fue quizá lo que acabó de sacar de sus casillas a Rajoy.

El presidente del gobierno decidió entonces que iba a un cuerpo a cuerpo. Dejando a un lado los asuntos que se le planteaban comenzó atacando donde más duele, a las dudas en la izquierda sobre el liderazgo de Lara: si tantos desconfían del gobierno, ¿por qué usted no está aprovechando esto en una gran subida electoral?, le vino a decir. Pero fue a más.

Rajoy se burló de quienes hablan por muchos siendo pocos, cebándose en especial con Chesús Yuste. Entró al trapo, de forma arriesgada, sobre su conexión con poderosos y el famoso 1%. Se negó a contestar a Coscubiela. Tras apelar una y otra vez a que “los hechos objetivos” en economía dicen otra cosa, Rajoy terminó afirmando muy enfático que él no recibía más órdenes que las de esta cámara y el pueblo español.

Es entonces cuando el de Argamasilla de Alba dejó a un lado los papeles. Rajoy pensaba que le valdría seguir como todo el día: si no mencionas los asuntos, desaparecen. Se equivocó.

El repaso fue de tal calibre que obligó a Rajoy a dar los titulares que durante la jornada había estado negando. No cesaría a Fernández Díaz, un ministro “excelente”; presentaría la ley del aborto, y no retirará “ese recurso”—prohibido nombrar “desahucios”— en Andalucía.

Cayo Lara se había fajado con profesionalidad en desmontar “la Operación Palace” del discurso de Rajoy, naufragó al no poner sobre la mesa un auténtico programa de ruptura, pero seguramente logró conectar con muchas personas que en diversas luchas han llevado bajo sus camisetas de colores esa misma indignación cívica que hoy mostró en la tribuna.

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