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Morenés y los kalashnikov

El ministro de Defensa español, Pedro Morenés (d), y su homólogo tunecino, Ghazi Jeribi, durante la reunión ministerial de la "Iniciativa 5 Defensa", en Granada, para analizar la amenaza yihadista y la seguridad en el Mediterráneo. EFE

Ruth Toledano

Volvió a la carga el turbio ministro de Defensa, Pedro Morenés. El de los negocios con armas. El de las ventas de bombas de racimo a Gadafi. El de las vinculaciones con empresas denunciadas o investigadas en la Operación Púnica. El de los marines en la base de Morón. El de las visitas a Arabia Saudí y a Israel. El amigo de Juan Carlos de Borbón. Una joyita.

Seguimos sin saber cómo puede dormir tranquilo el ministro Morenés, con tanta potencial muerte en su haber, y boquiabiertos nos deja su desparpajo (por no decir su descaro, desvergüenza, morro o jeta) al dirigirse al nuevo rey pidiendo una “permanente renovación” del stock bélico del Ejército. Con motivo de su primera, aunque decadente, Pascua Militar, vino a decirle Morenés a Felipe de Borbón, literalmente, que no hay que “dormirse” al respecto. Suponemos que se refería a no dormirse en laureles pacifistas: el buenazo de Morenés lo definió como “superioridad disuasoria y operativa sobre los posibles adversarios”. Un santo.

El Ministro de Defensa tuvo también el cuajo de reconocer a “los españoles” el “enorme esfuerzo realizado para dotar a las Fuerzas Armadas del material del que disponen”. No, oiga, ministro, los españoles no hemos realizado nada: usted ha auto-concedido a su cartera, a través del Gobierno, varios créditos extraordinarios, en pleno verano y sin consultar con ningún español. Lo suyo es de una desvergüenza que clama al cielo (el suyo, el de su santo homónimo, y el de los otros, el de las huríes).

Desgracias como la del ‘Charlie Hebdo’ convienen a tanta desfachatez. Les sirven para hacernos creer que su negocio es “un bien irrenunciable”, “una inversión acorde a su evidente, cada día más, necesidad”, como proclamó el ministro de la guerra con intención de hacernos más la pascua. Luego guardan un minuto de silencio por las víctimas y listo, a seguir abonando el terreno con minas antipersona, islamofobia y miedo, a seguir vendiendo esa falaz seguridad que no interesa a los fabricantes de kalashnikov, a las empresas en las que el ministro Morenés ha amasado su karma y su fortuna. Sin Bagdad o Libia, sin Siria o Gaza, Morenés y los suyos estarían en quiebra o empujando el carrito del helado (el ministro no, que es aristócrata).

Así que menos Je suis Charlie. No, ustedes no son Charlie y nunca lo han sido. Ni usted ni los varios reyes que nos han impuesto, sinónimos (presuntos) de la palabra comisión. Más aún: ustedes han sido el objetivo de la punta del lápiz y la lengua de los dibujantes y periodistas asesinados.

Pues Morenés y cía. también son los del kalashnikov. No se me alteren: es stricto sensu. Son los que fabrican y venden kalashnikov, como la Instalaza de la que fue consejero este ministro. Los que implantan la Ley Mordaza aquí y se van a París a defender la libertad de expresión. Los que mandan a Facu Díaz a declarar a la Audiencia Nacional por una parodia en La Tuerka sobre el PP y se van a Francia a gritar “Charlie, Charlie, Charlie”. Los que permitieron (¿o instigaron?) en junio la censura de una portada de El Jueves sobre la Casa Real (la revista ya había sido secuestrada por orden judicial y condenada en 2007 por injurias al rey). Los hipócritas.

La mayoría sí somos Charlie. Ya lo éramos antes de la desgracia. Y ahora somos también sus víctimas, pero no solo de la yihad. Somos víctimas además de todos aquellos a quienes beneficia la santa guerra: frente a la reedición de la izquierda, beneficia a la extrema derecha europea, que necesita excusas y no se llama solo Marine (se puede llamar Pedro o apellidarse Fernández Díaz); beneficia a los EEUU de Morón, que necesitan una Europa aterrorizada para sus planes de negocio en Oriente Medio; beneficia a sus socios, llámense Israel o Arabia Saudí, que necesitan reforzar su dominio en la zona. Beneficia a la guerra a la que nos han conducido, a sus proveedores y a sus marionetas en la reserva, como el Ejército español.

Por sus repugnantes intereses han caído personas cuyas únicas armas han sido siempre lápices, pinceles y rotulador. Han caído todos los dibujantes y periodistas libres del mundo. Hemos caído todos. Y, por supuesto, ha caído, ensangrentada, la libertad de expresión. Pero no precisamente esa, falsaria, que guarda un minuto de silencio y persigue humoristas en Madrid y vende, en blanco y en negro, fusiles kalashnikov.

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