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El derecho a la desobediencia civil

Ocupación de una sede del BBVA en Barcelona, febrero 2013 (Efe)

Olga Rodríguez

“Nuestro problema no es la desobediencia civil, sino la obediencia”

Howard Zinn, historiador y activista estadounidense

Rosa Parks demostró ya hace décadas la importancia de la desobediencia como estrategia. Cuando el 1 de diciembre de 1955 un conductor de autobús amenazó con llamar a la policía si Parks no cedía su asiento a un pasajero blanco, ella contestó: “Llámela”. Las consecuencias de aquella histórica actitud las conocemos todos. Aquello supuso el principio del fin de la segregación racial que se aplicaba de forma sistemática en diversos puntos de Estados Unidos.

¿Cuestionaríamos hoy a Rosa Parks o a las mujeres sufragistas que conquistaron su derecho al voto a través de la desobediencia civil? ¿Defenderíamos que se las multara con 30.000 euros? ¿Pondríamos en tela de juicio a la resistencia judía contra el nazismo o a los insumisos que contribuyeron a la supresión del servicio militar obligatorio?

Las leyes no son siempre justas. La ley amparó la persecución de judíos en la Alemania nazi, la ley permite la discriminación de los palestinos, la ley facilitó el apartheid en Suráfrica o condenó a los negros a la esclavitud en Estados Unidos.

Algunas leyes merman nuestro derecho a la protesta, dejan a familias sin casa, reducen nuestros derechos laborales, contribuyen a la desigualdad social, aceptan que los más ricos paguen menos impuestos que un ciudadano medio, permiten que nos obliguen a sufragar el rescate de los bancos sin que nos hayan consultado.

“Solo cumplía órdenes”, afirma en la película The Reader una antigua guardiana del campo de concentración de Auschwitz. “Es que lo dice la ley”, dicen algunos; “solo hago mi trabajo”, se justifican otros.

Afortunadamente hay gente consciente de su responsabilidad social. Hay médicos que defienden la desobediencia y atienden a personas sin papeles, porque lo contrario sería profundamente inhumano. Hay profesores que protestan y participan en huelgas para reivindicar los derechos de nuestros hijos.

Hay activistas dispuestos a desobedecer a las autoridades para ayudar a una familia a no ser expulsada de su propia casa. Hay empleados de banco que se han negado a mentir a sus clientes y han optado por abandonar su trabajo (conozco a algunos que ahora colaboran en la PAH).

Hay abogados que protegen a los que desobedecen.Hay periodistas que se niegan a formar parte del discurso oficial que ampara los abusos, hay políticos que no están dispuestos a obedecer las imposiciones de la Troika.

Podría haber incluso gobernantes capaces de poner en práctica políticas alternativas. Pero eso solo sería posible con una enorme masa social dispuesta a apoyar activamente a un gobierno desobediente. Si no, se mantendrá el bucle que permite a todos presentarse a las elecciones pero no a ganarlas, porque el poder político está reservado para aquellos que actúan en connivencia con el poder económico y financiero.

Muchos de los avances de la humanidad, en lo referido a los derechos y libertades, han sido conquistados a través de reivindicaciones y desobediencias. Nada depende solo de los que ocupan el poder. Todos disponemos de un pequeño campo de acción y de influencia. Los de abajo pueden determinar la dirección de las políticas y de hecho así ha ocurrido en algunos de los capítulos más importantes de nuestra historia.

Estamos en un momento en el que la desobediencia civil frente a leyes injustas es una estrategia frente a la sumisión, una alternativa al silencio cómplice o, como ha dicho Ada Colau, una cuestión de superviviencia.

Habrá todavía quien prefiera bajar la cabeza sin rechistar. Habrá quien opte por borrar su memoria para seguir creyéndose las mentiras que quedan por llegar. Hay quienes eligen obedecer en un mundo que solo les ofrece pobreza, hambre, guerras, violencia y cinismo.

Pero son muchas las personas que saben que la sumisión no es la paz social, que renunciar a derechos fundamentales no lleva a la estabilidad, que la guerra nos la declararon hace ya tiempo. Que si desobedecemos ponemos en evidencia la falta de legitimidad de tantas medidas arbitrarias. Y que además, haciéndolo, construimos nuestra propia identidad, algo que también querrían robarnos.

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