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Del ruido de fondo al hilo musical

Miguel Roig

Si hay realmente un cambio de paradigma en la información, el periódico inglés The Guardian se postula como uno de los ejes de esa mudanza. Un anuncio que alcanzó gran notoriedad en el Reino Unido trataba de expresar ese rol que quiere representar. Con un tono realista, ya que pretende narrar cómo funciona la relación entre los lectores y el medio, utiliza elementos de la farsa para poner en escena un caso de injusticia a través del cuento popular de los tres cerditos y el lobo.

La película comienza con un gran titular en la primera página de The Guardian que reza, “El lobo feroz es arrojado vivo al agua hirviendo”. Acto seguido, un comando de fuerzas especiales invade la casa de los tres cerditos, supuestos asesinos del lobo. Escuchamos, entonces, la voz de una periodista que habla del cuestionamiento que hacen los vecinos a las autoridades sobre el derecho a allanar impunemente las viviendas. La siguiente escena nos muestra a una mujer que sigue desde su ordenador la acción trasmitida por la web de The Guardian. Inmediatamente, miles de lectores expresan su opinión en las redes sociales en defensa de los cerditos. Mientras las fuerzas de seguridad actúan como si estuvieran enfrentando a terroristas radicales, la red bulle y el agente catalizador es The Guardian. Surgen entonces los defensores del lobo que argumentan que era inocente, ya que padecía asma y por lo tanto no podría derribar viviendas de paja o madera con un soplido. Un cronista del periódico aparece en plena faena tratando de dilucidar los hechos. La trama da un giro cuando se plantea la posibilidad de un complot de los cerditos para defraudar a la compañía de seguros incriminando al lobo. Llega el juicio. Los declaran culpables. La red se colapsa en su defensa al saberse que los cerditos han llegado a ese extremo por no poder pagar la hipoteca. Y se desata un movimiento global contra el incremento de la deuda inmobiliaria. Las plazas de todo el mundo son invadidas por ciudadanos indignados contra los bancos. Alguien, en una tableta, lee que las protestas impulsan el debate sobre las reformas y, a continuación, se ven lectores con móviles, ordenadores e incluso la versión en papel del diario que da cuenta del movimiento iniciado cuando los cerditos decidieron deshacerse del lobo y hervirlo en un gran caldero.

Este vídeo de publicidad pretende ser didáctico. Por un lado es un relato que intenta mostrar cómo funcionan las redes a la hora de organizar y conectar un colectivo de protesta, y por otro, y esa es la intención del medio, colocar al periódico como eje de esa estructura social. The Guardian se significa como un diario de izquierda, del campo progresista y, sin duda, ve en las grandes movilizaciones en todo el mundo un campo de abono para ofrecerse a sus lectores no sólo como una herramienta de información sino también como un canal para la comunidad que, gracias a la red, supuestamente tendría un rol activo en los hechos.

El Financial Times, un medio que opera en el otro extremo del arco ideológico, no se esfuerza en gastar grandes presupuestos en campañas como las de The Guardian. En su lugar, se limita a piezas gráficas en las que se observa, por ejemplo, una imagen trucada de la isla de Manhattan poblada con los edificios emblemáticos de las principales capitales financieras del mundo con la leyenda: World business in one place (El negocio mundial en un solo sitio), y remata, lacónicamente, con una frase radical: We live in Financial Times (vivimos en tiempos financieros). Y ya.

La red sirve para informarnos y defender nuestros derechos, proclama The Guardian. La red, por el contrario, es una herramienta global para hacer negocios, concluye el Financial Times.

En los últimos años se ha producido un fenómeno en la prensa financiera. Salvo excepciones, entre las que se cuentan The Guardian, La Repubblica o Le Monde, las publicaciones han perdido el rigor en las investigaciones y las páginas de cultura se han convertido en catálogos de consumo, donde se escribe sobre libros y cine en términos publicitarios y no críticos. Como consecuencia, la prensa económica ha expandido sus horizontes originales para incluir secciones científicas y culturales de excelente factura. Pero, como no podría ser de otro modo, su eje es financiero y su concepción de lo global se realiza en términos de mercado.

The Guardian, en cambio, intenta bajar la red a pie de calle y poner en movimiento la información, no sólo de los actores tradicionales sino la generada por el propio lector, con lo cual podríamos inferir que no estamos ante una estructura periodística de alcance global sino frente a una plataforma de protesta. Las piedras que surcaban el aire en el mayo francés ahora son tweets de ciento cuarenta caracteres que pretenden incendiar al vecino con nuestra indignación y convocarlo a la plaza pública. Si el Financial Times transmite valores bursátiles al instante a la tableta de un inversor, The Guardian distribuye información que deriva en consignas al móvil de un simple ciudadano.

La publicación de los documentos que Julian Assange alojó en su sitio web WikiLeaks –junto con otros medios– y la difusión en forma exclusiva de la decisión del exagente de la CIA, Edward Snowden, de revelar los nuevos medios de espionaje de su país convierten a The Guardian en un contrapunto molesto a la foto fija de la Casa Blanca.

La economía financiera ha ido imponiendo una rigidez absoluta a los medios y la operación no ha sido compleja. En su mayoría, los medios tienen una relación de dependencia con las entidades financieras a través de sus deudas, situación que permite a los bancos dictar también su line of the day, su línea del día: qué vamos a contar hoy. En España, las principales cabeceras están en manos de sus acreedores, El País, El Mundo y ABC. Con un agravante, tanto de calidad como de perspectiva ideológica: no hay un diario, editado en papel, que refleje el punto de vista de la izquierda. En cuanto al valor de su material, el tremendo drenaje de profesionales en virtud de los recortes de plantilla en El País y en El Mundo ha debilitado la competencia y el rigor de sus contenidos. ABC, La Razón y otros periódicos menores del arco conservador son sólo meras correas de transmisión de diferentes corrientes internas del Partido Popular. Es impensable compararlos con diarios liberales europeos como el The Times, Corriere della Sera o Le Figaro. Con frecuencia, sus portadas parecen competir con la revista satírica Mongolia, dado el grado de subversión del sentido común que practican. ¿Dónde está entonces la buena información? En la red. Pero la posteconomía, además de exigir que el ciudadano se convierta en un productor de sí mismo para sobrevivir, también le emplaza a realizar un filtro propio de información y opinión entre los medios impresos y los digitales, que emergen sin una sólida garantía de sostenibilidad en el largo plazo. Los sitios web de El Diario, infoLibre, Público o El Confidencial cubren la realidad con grandes esfuerzos por la limitación de recursos pero no obstante permiten, como proclama el anuncio de The Guardian, un cruce con la comunidad de lectores que incluso avala sus proyectos con aportes económicos a través de pequeñas cuotas de suscripción.

Hoy por hoy, la única manera de acceder a la información es asumir un rol activo y desarrollar capacidades que permitan editar la realidad, cruzar lo que se lee en el papel –o lo que de él queda– con aquello que acercan los medios digitales y compartir los contenidos a través de la red social. Un rápido paseo matinal por Twitter, por ejemplo, permite acceder a los materiales que han leído y compartido muchos usuarios en la red. Esto también da pie a una tertulia virtual donde cada uno expresa su punto de vista sobre los hechos y las opiniones publicadas. Obviamente, el periodismo no ha muerto ni está en vías de extinción. Se expande, se expone y se debate cara a cara con cada uno de los lectores, que llegan incluso a producir información mediante el teléfono, convertido en una suerte de unidad móvil que filma y registra. Esto no convierte al lector de la información en periodista, pero transforma su rol pasivo de antaño en una presencia activa y permanente, ya que la red opera las veinticuatro horas del día.

En un momento en que las instituciones son cuestionadas por su ineficacia y su capacidad de representación y experimentan un primer trazo de cambio con movimientos ciudadanos como Ahora Madrid o Barcelona En Comú, los medios también están siendo transformados desde fuera a través de la red. La secuencia tradicional del emisor y el receptor se altera con una respuesta directa e inmediata en sentido inverso, estableciendo un diálogo inédito. De momento caótico, pero fluido; lleno de ruido, pero sin trabas. Un ruido de fondo que poco a poco pretende convertirse en el hilo musical de un nuevo tiempo.

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