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Una tormenta en un vaso de agua

Antonio Turiel

El castellano es una lengua sutil, rica en matices. Pequeños cambios en una desinencia verbal, el uso hábil de las diversas personas del sujeto de una frase, el empleo discrecional de las preposiciones y de los signos de puntuación y entonación y otros muchos recursos hacen que una frase de longitud kilométrica (pues éste es otro de los excesos propios a la lengua de Cervantes) pueda decir una cosa o prácticamente la contraria al cambiar una sola letra, pasando el cambio casi desapercibido en la inmensidad de la unidad semántica que lo contiene. Paradójicamente, pasa, sin embargo, que el carácter castellano es bastante menos sutil que la lengua que utiliza; quizá por ser un pueblo de sangre mediterránea y culturalmente más extravertido y dado a los excesos, o pudiera ser por una historia forjada a fuerza de espada y sueños de conquista, el caso es que los españoles son, por lo general, broncos y para nada sutiles. Tal disonancia entre carácter y lengua es motivo de no pocas confusiones y espurias disputas. Y esto parece ser lo que ha pasado con el profesor Juan Torres y el artículo que publiqué el otro día en el blog Última llamada que aloja eldiario.es.

Cree Torres que cuando hablo de lo que opinan ciertos grupos de las redes sociales sobre su fichaje por Podemos estoy expresando mi opinión o que de algún modo coincido con ese parecer. No es así: en el párrafo inicial de mi artículo simplemente expongo de lo que se está hablando, y dejo claro de que se trata de un círculo muy, muy reducido. Cree también que yo opino que Torres y Navarro no son conscientes de los límites del planeta, y tampoco es cierto: de nuevo, reproduzco pensamientos que he leído en esos grupos, y a ellos se los atribuyo. El nombre de Torres se menciona cuatro o cinco veces en todo el artículo, y yo sólo hago una vez una valoración personal de él y de Navarro justamente para señalar su “honestidad intelectual y compromiso con la sociedad”; y no hablo de su oposición al concepto de los límites del planeta, sino a su debate con Florent Marcellesi sobre la interpretación del decrecentismo político. En otro momento digo que “parecen ser adeptos” a las políticas neokeynesianas; ese “parecen” es importante, puesto que yo no lo afirmo tajantemente, y aquí seguramente el exceso de generalización proviene de meter en el mismo saco al profesor Torres y al profesor Navarro. Soy consciente de que el profesor Torres, y también el profesor Navarro, han denunciado en repetidas ocasiones la agresividad suicida del capitalismo y el culto al dios del crecimiento; también soy consciente, sin embargo, que sus propuestas de actuación concretas se basan mucho en la redistribución (loable en sí misma) y poco en las medidas concretas que tomar, aquí y ahora, para lidiar con el problema de los recursos que, junto con el del impacto ambiental, simplemente ya no pueden esperar más. Hasta que, como bien apunta el profesor Torres, no me lea el documento de bases que están preparado para Podemos no me podré hacer una idea más cabal de qué es lo que proponen en este momento concreto; y será, entonces sí, que podré dar mi opinión al respecto si es que lo veo necesario. Y probablemente no lo haré: resulta un poco tonto, a mi modo de ver, criticar a Navarro, Torres y Podemos cuando están profundizando en aspectos esenciales que al resto del arco político les cuesta abordar; justamente mi artículo se dirigía a los grupos decrecentistas, animándoles a prestar menos atención a Podemos y más a la sociedad de la cual Podemos es o aspira a ser su reflejo.

El profesor Torres se ha sentido ofendido por el artículo que yo escribí, y sin embargo no había en mi ánimo intención de ofenderle, casi ni de hablar de él. Pues el artículo pretendía hablar de y se dirigía a ese colectivo de decrecentistas, colapsistas y otra gente de mal vivir (porque se vive mal cuando estás convencido de que la única sociedad en la que sabes vivir está condenada a desaparecer en el plazo de tu propia vida). Mi intención era decirles que no le pidieran peras al olmo y que no le pidieran a Podemos que haga lo que como sociedad (aún) no podemos hacer; mi motivación era apaciguar los ánimos después de haber observado en las redes sociales una gran agitación contra Podemos por haber solicitado a Juan Torres y Vicenç Navarro que se ocupen del programa económico de la formación. Al contrario, lo que yo les pedía es que hicieran el esfuerzo de seguir haciendo pedagogía y siguieran explicando a la sociedad por qué del agujero en el que hemos caído no vamos a salir con facilidad.

Las sutilezas del castellano, quizá, o mi desmañada redacción, más probablemente, no dejan ver que lo único que yo opino de Navarro y Torres en el artículo es su “honestidad intelectual y compromiso con la sociedad”; y que las otras pocas cosas que se dicen al respecto de estas personas no son mis opiniones personales sino lo que se está diciendo por las redes (y no pocas veces expresado más bien con el espíritu del castellano de carne y hueso que con sutileza del castellano lenguaje). Es cierto que en la entradilla de mi artículo se habla de crecimiento sin límites y otras expresiones que quizá no hayan gustado a Juan Torres. Cabe decir que no fui yo quien redactó esa sinopsis de mi artículo –ni me fijé en ella durante los primeros días–, sino alguien a quien posiblemente mi poco afortunada redacción también confundió.

En castellano se prodigan poco las excusas. Tenemos literalmente miles de maneras de agraviar intolerablemente al otro, y sin embargo muy pocas fórmulas para pedir perdón; un escueto “lo siento” es lo máximo que llegamos a usar, y aún eso esporádicamente. Y encima nos cuesta, culturalmente, decirlo. Ésa es una de las cosas que me esfuerzo en superar de mi origen cultural y por eso le digo, Sr. Torres, que lo siento; que si alguna cosa de lo que escribí le he ofendido le pido no una sino mil disculpas, pues nada había y hay más lejos de mi intención; y quiero que sepa que sigo con interés tanto su trayectoria como la del Sr. Navarro, que en mi vida he leído muchos de sus artículos y que comparto sus preocupaciones (aunque, respetuosa y legítimamente, tengo mis dudas respecto a sus propuestas).

Cabe decir, por demás, que a mí el decrecentismo no me interesa como movimiento político. Ni milito ni militaré jamás en una opción decrentista. A mí no me interesan los argumentos ideológicos, sólo los lógicos. Y yo veo la lógica implacable de un mundo finito que impone limitaciones materiales a nuestra actividad, porque somos entes materiales que, más que tener necesidades materiales (que las tenemos, pero que forman una fracción menor de la actividad económica en los países occidentales), lo que tenemos es una manera material, basada en la materia, de interactuar con nuestro medio físico y económico, y no sabemos hacerlo de otra manera (y hay buenas razones para pensar que nunca lo haremos de otra manera). Peor aún: que nos acercamos a una fase de aceleración de la escasez de petróleo y, por ende, de otras materias primas, caracterizada por una salvaje volatilidad en precios y una rápida desinversión en la explotación de materias primas.

Si la opción de Juan Torres o de cualquier otra persona para salir del presente atolladero económico es apostarlo todo a una tecnología milagrosa, bien sea creyendo a pies juntillas cierta publicidad engañosa, bien teniendo inconmovible fe en el progreso, entonces respetuosamente yo alzaré mi voz y diré: “No, por aquí no vamos bien”, y aquí podré hablar con cierta propiedad, porque mis conocimientos técnicos versan sobre estas materias. Si la opción del profesor o de cualquier otra persona es apostar por la redistribución de lo que hay, entonces respetuosamente yo diré: “Cierto, pero no perdamos de vista que tenemos que hacer frente, y tenemos que hacerlo ya, a un grave problema ambiental y de recursos”. Si la opción del profesor es apostar por la redistribución mientras preparamos un plan para el descenso energético inminente y la adaptación ambiental, entonces yo le diré: “Dígame cómo puedo ayudarle”.

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