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¿Nos volverán a fallar Pedro y Pablo?

Pedro Sánchez junto a Pablo Iglesias en su primer encuentro tras el encargo del rey de formar Gobierno.

Carlos Hernández

Hace algo más de un año escribí un lacónico post en Facebook. Acababa de anunciarse la repetición de las elecciones generales tras la falta de acuerdo para investir a un nuevo presidente del Gobierno. Aunque no me gusta autocitarme, en este caso necesito recordar aquellas palabras que vomité, literalmente, en la red social: “Ya no hay marcha atrás, habrá nuevas elecciones. Me invade una sensación que mezcla cabreo, tristeza y profunda decepción (otra más). Volveré a votar el 26 de junio porque lo contrario sería apoyar la continuidad de los recortes, la prepotencia y el saqueo de lo público; pero confieso que lo haré con más sensación de asco que de ilusión. Solo quiero dejar una reflexión para los 'sesudos' estrategas de los partidos de izquierda que han estado más preocupados de salvar o hacer crecer su chiringuito que de echar del poder a los corruptos: si el 27 nos encontramos llorando por las esquinas, los principales culpables seréis vosotros. Y como diría una persona con la que no simpatizo demasiado: ¡no os lo perdonaré jamás!”.

No tengo que decir que, efectivamente, desde aquel 27 de junio somos muchos los que lloramos por las esquinas. Volver a analizar lo ocurrido sería un ejercicio estéril: los hooligans del PSOE seguirán emperrados en que toda la culpa fue de Podemos por no apoyar la investidura de Sánchez, mientras que los incondicionales de la formación morada insistirán en que la esperanza de alcanzar un acuerdo se rompió por el pacto previo entre los socialistas y Albert Rivera. El resto de ciudadanos progresistas, por nuestra parte, seguiremos creyendo que todos tuvieron su parte de culpa y que, a estas alturas, nos importa una mierda si uno tuvo un gramo más de responsabilidad que el otro.

Si he arrancado esta reflexión mirando hacia el pasado es porque, a día de hoy, empiezo sentir la misma inquietud que me atormentó durante aquellos meses de 2016. Al igual que entonces, la corrupción desborda las cloacas; al igual que entonces o más, el PP aprovecha cada minuto que se mantiene en el Gobierno para construir una Justicia, una Fiscalía y una Policía diseñadas para evitar que se conozca la magnitud de su red corrupta y para exonerar a sus ladrones; al igual que entonces miro a Pedro Sánchez, miro a Pablo Iglesias y lo que veo, sobre todo, es puro tacticismo.

Tacticismo como el que movió a Podemos a presentar la moción de censura 48 horas antes de que el PSOE celebrara sus primarias. Es cierto, como bien decía en este diario Olga Rodríguez, que los socialistas no pueden esperar que el mundo se detenga hasta que ellos decidan acabar con sus guerras cainitas. Es cierto también que la formación morada tiene toda la legitimidad para plantear esa iniciativa en el momento en que considere oportuno. Ahora bien, resulta imposible de entender que, si el objetivo de Pablo Iglesias y los suyos era el de echar al Partido Popular, eligieran la fecha de la presentación de la moción de censura en función de lo que peor le venía al Partido… Socialista.

Insisto, Podemos tiene derecho a maniobrar contra el PSOE, pero si lo hace, que luego no nos intente vender la moto del buenrollismo. Era sonrojante leer y escuchar a algunos dirigentes de esta formación criticar a Sánchez porque, 24 o 48 horas después de ganar las primarias, no se mojaba en el tema de la moción de censura. El recién elegido secretario general aún no tenía ni mesa en Ferraz y los de Iglesias ya le exigían que se posicionara en un tema tan serio y trascendental como es este.

Desde entonces, cada declaración en este sentido de los líderes de Podemos ha resultado tan creíble como los argumentos que dio Juan Carlos Monedero para justificar que su amigo, el alcalde de Cádiz, concediera la medalla de oro de la ciudad a la Virgen del Rosario.

Tacticismo, y del preocupante, es lo que está haciendo también Pedro Sánchez. Es injustificable que él y los suyos se hayan puesto de perfil mientras su aliado de Nueva Canarias le daba a Rajoy el voto que necesitaba para sacar adelante los presupuestos. Escuchar al nuevo portavoz en el Congreso del Grupo Socialista, José Luis Ábalos, decir que ellos no pueden hacer nada porque NC “tiene plena autonomía” y “no incumple el acuerdo” que suscribieron ambas formaciones es un insulto a nuestro inteligencia. ¿Para decir esto había que sustituir a Antonio Hernando?¿Qué habrían dicho los sanchistas si esta situación se hubiera producido antes de las primarias, con el partido controlado aún por la gestora? Son fáciles de imaginar las acusaciones de complicidad con el PP que verterían contra los susanistas. No hacer casus belli contra Nueva Canarias por este tema sitúa hoy a Pedro Sánchez muy cerquita de la abstención a Rajoy que tanto criticó.

Es obvio que el renacido líder del PSOE se encuentra en un difícil cruce de caminos. Apaciguar su partido después de estos años de salvajes peleas internas no es una tarea sencilla y entra dentro de lo razonable hacer concesiones. Ahora bien, cometería un grave error político, además de una traición, si decide consolidarse en su cargo asumiendo el rol conservador que le piden tanto los jurásicos del PSOE, como los poderes mediáticos y económicos que conspiraron para defenestrarle. Su actitud obstruccionista en la comisión que investiga en el Congreso la policía política de Fernández Díaz es otro signo profundamente inquietante del nuevo reinado de Sánchez.

Termino actualizando una reflexión que hice en un artículo anterior. Hay jueces, fiscales, policías, guardias civiles, ciudadanos, periodistas y también políticos que se están jugando sus carreras profesionales y casi su vida por luchar contra la corrupción. Pedro y Pablo deben pensar en todos ellos y en el resto de españoles que no pueden seguir respirando esta atmósfera mafiosa. Deben mirarles a los ojos antes de seguir adelante con sus juegos de tronos. Basta de tacticismos y de excusas estúpidas. Basta de pensar más en cómo liderar una izquierda derrotada que en compartir un proyecto que envíe al PP a un rincón en el que tenga que sacudirse la gruesa capa de corrupción y de franquismo que le sigue cubriendo. La gravedad de los hechos que estamos viviendo, la magnitud de los casos de corrupción del partido que nos gobierna requieren altura de miras, negociación, cesiones y un acuerdo final para limpiar este país, de arriba abajo. Es ahora, porque si es nunca… no os lo perdonaremos jamás.

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