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Yo estuve allí

Gumersindo Lafuente

Yo estuve allí, y no una, si no dos veces. Trabajé en El País durante un buen puñado de años y sé bien lo que se siente. Por un lado la satisfacción, el orgullo, la felicidad por estar en un gran periódico. Con ideales, con medios, con una enorme repercusión. Rodeado de buenos periodistas de los que aprender las mejores cosas del oficio. Y, la verdad, siempre lo he dicho, cobrando un buen sueldo. Eran los años ochenta y la maquinaria del diario iba viento en popa, los ejemplares volaban de los quioscos y los anunciantes hacían literalmente cola para poder poner sus campañas publicitarias. Juan Luis Cebrián se había convertido en el periodista de moda y la incierta aventura que comenzó hace 40 años, en tiempo récord se transformó en un éxito periodístico, pero también en un gran negocio, sobre todo para los accionistas que empujaron el proyecto desde su nacimiento, con Jesús Polanco a la cabeza.

Han pasado muchos años y El País, Cebrián y yo mismo hemos cambiado mucho. Somos, sobre todo, más viejos, pero en el caso de Juan Luis, además de ser mucho más rico, parece que conserva intacta su prepotencia de siempre. Todos los humanos nos equivocamos y tenemos una tendencia natural a no reconocer fácilmente nuestros errores, incluso a repetirlos. En ese sentido Juan Luis es muy humano, mucho. Su trayectoria como ejecutivo está plagada de desaciertos que le han costado a PRISA miles de millones en pérdidas. En la radio, en las revistas, en la televisión -y mucho antes de que se le pudiera echar la culpa a Internet- Cebrián fue tropezando. Y los resbalones continuaron ya en la era digital, aumentados, ahora sí, por la tremenda deuda económica gestada, sobre todo, a partir del error estratégico de sacar a Sogecable de la bolsa.

En 2010 regresé a El País (el que de alguna forma siempre ha sido mi periódico) y tuve que trabajar muy cerca de Cebrián. Y pude confirmar en primera línea su capacidad para el capricho, su escaso olfato para elegir a alguno de sus ejecutivos y una falta total de autocrítica, a pesar de la evidencia de las equivocaciones y de la terrible situación financiera. Y es que cuando la inteligencia es ensombrecida por la soberbia, pierde todo su brillo. Esto no se contaba, salvo por sus enemigos acérrimos, que estaban probablemente tocados por los mismos atributos. Fue el ERE de El País, tan mal planteado, el que abrió la espita de las críticas desde dentro, sobre todo, lógicamente, por parte de los despedidos.

Por todo lo anterior no me ha sorprendido en absoluto la reacción de Cebrián ante lo publicado por El Confidencial, La Sexta y eldiario.es sobre los Papeles de Panamá. Ya hace unos meses El País reaccionó de una manera similar contra el New York Times y Miguel Ángel Aguilar por una noticia en la que el periódico analizaba la situación de la libertad de prensa en España. Todavía deben resonar en la redacción del Times los chascarrillos ante la desmedida reacción de El País, que no solo despidió a Aguilar, también suspendió la publicación del suplemento semanal con los contenidos traducidos del diario norteamericano. Al final la rabieta acabaron pagándola los lectores.

Ahora los damnificados son Ignacio Escolar y los oyentes de la Cadena Ser, que se perderán sus análisis sobre la situación política. También los redactores y colaboradores de El País a los que se les ha prohibido acudir a espacios de La Sexta. Pero eso será a corto plazo. En realidad, con el tiempo se verá que está última salida de tono de Juan Luis Cebrián se acabará volviendo contra él y lo que es peor, contra el que podría haber sido el gran periódico en español para el mundo. Una pena y al mismo tiempo una oportunidad. El periodismo, el bueno, el comprometido con el rigor y con el control de los poderes, seguirá presente, al menos, estoy seguro, en estas páginas que dirige Ignacio Escolar.

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