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Mal acompañadas mejor que solas o por qué las mujeres seguimos sufriendo (tanto) por amor romántico

Fotos de la tercera gala de 'La isla de las tentaciones'

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Hace mucho que hicimos creer a las mujeres que su realización personal dependía de la intervención de un hombre, por mucho que este sea insensible, perezoso e insignificante en general: lo que sea, antes de estar sola.

Habla Pauline Harmange en 'Hombres, los odio' (editorial Paidós), un libro, o más bien un manifiesto, con un título provocador pero no tan radical en el fondo. Entre el listado de 'hartazgos' que cita Harmange hay uno que me resonó especialmente: el hartazgo de comprobar todo lo que las mujeres estamos dispuestas a hacer, todo el tiempo y la energía que invertimos, con tal de gustar a los hombres, de que se queden a nuestro lado, con tal de que una relación 'funcione'. Sigue Harmange: Me parece que es poco frecuente que los esfuerzos que hacen las mujeres por ser más agradables a ojos de su cónyuge sean recíprocos. Nosotras vamos al psicólogo, leemos libros para aprender a organizarnos, a sentirnos zen, a disfrutar; compartimos nuestros estados de ánimo, iniciamos conversaciones, hacemos ejercicio y nos ponemos a dieta, nos formamos, cambiamos de trabajo. Las mujeres estamos en un proceso de actualización permanente.

Sus palabras me devolvieron a muchas historias de las que he sido testigo, confidente, o mera observadora. Las historias de amigas dispuestas a darlo todo, o casi, con tal de que él se quede, de construir 'algo' con el otro. Son, en realidad, las historias de todas, porque todas estamos ahí, más o menos veces a lo largo de nuestra vida y por muy 'empoderadas' que nos creamos.

Creemos que no somos las mujeres sufrientes de antes pero no sé qué pensaríamos si fuéramos capaces de mirar desde fuera los disgustos que se repiten en semanas alternas, los episodios de ansiedad por cada desaparición o ausencia, la frustración, el cansancio de la carga emocional permanente. No nos quedamos de brazos cruzados, no vestimos santos, no renunciamos a todo, no somos unas mosquitas muertas. Ni siquiera nos sentimos identificadas con el miedo a la soltería. Pero seguimos ahí, poniendo energía, poniendo tiempo, invirtiendo trabajo emocional, invirtiendo, también, en terapia, justificando, aguantando.

Es como, si en el fondo, el mandato de tener pareja, de no afrontar la vida sin una, el mandato de gustar y ser querida, nos carcomiera los principios. Para las mujeres, tener pareja es una 'necesidad', porque, a ojos del mundo, una mujer sola no tiene el mismo valor que una mujer que pertenece a un hombre. Lo dice Harmange, pero lo han planteado muchas otras antes que ella. El patriarcado jerarquiza y divide a las mujeres según su relación con los hombres, según su sexualidad. Como dice la experta en género y amor Coral Herrera, la ausencia prolongada de pareja llega, incluso, a preocupar al entorno, “porque hay esa sensación de que para estar realizada del todo hace falta tenerla”. Sin embargo, apunta, cuando estamos en una mala relación “la presión social no es igual para que la dejemos”.

Nos cuesta más verlo en nosotras, por eso ver La Isla de las Tentaciones quizá puede ser hasta didáctico. Hace poco veíamos a una de las 'novias' del programa, Lola, llorar mientras les hablaba a sus amigas, las otras 'novias', de su relación. “Es que si me separo sé que no vuelvo a ver al perro. Y sin un hombre yo sé que puedo empezar de cero, pero sin mi perro...”. A Lola le diría, como hacen las mejores amigas en los baños de los bares: “Tía, ¿de verdad vas a seguir en esa relación de mierda por tu perro? Es más, ¿no te das cuenta de lo cabrón que es el tío con el que estás si piensas que solo por decidir separarte te va a impedir ver al perro que compartís”. No voy a negar que la situación me hace reír, aunque luego pienso que si sustituyéramos en esa frase 'perro' por 'niño' entenderíamos muchos de los dramas en los que viven tantas mujeres.

“Ellas son sus madres, sus psicólogas, sus compañeras. Ellos además no hablan de sus vulnerabilidades, con lo cual más carga para ellas”. Es el comentario que me hace Isa Duque, más conocida como la Psicowoman, psicóloga y sexóloga, al hilo precisamente de La isla de las tentaciones. Duque cuenta que se encuentra con muchas mujeres jóvenes que, como sus parejas hetero no quieren hacer terapia van ellas para poder lidiar con lo que sea que él o ellos tienen encima. “O que vienen a terapia de pareja porque ellos no quieren hacer terapia individual y lo ven la única forma de poder abordar algunas cosas”, añade.

La ausencia de pareja equivale a soledad y la soledad se vuelve amenaza. Las mujeres estamos hartas y confundidas. Sin embargo, aguantamos, aguantamos porque nos enseñaron desde niñas que las mujeres aguantan, que las mujeres se enamoran y aman intensamente. Nos enseñaron que las mujeres pueden ver a través de la maldad del otro y nos engañaron diciendo que dentro de esa bestia hay un príncipe necesitado de ser amado (...) El miedo a la soledad está abonado por siglos y siglos de educación que nos llenó la cabeza de voces: que estar fuera de nuestra casa es peligroso, que estar solas es malo, que lo mejor que nos puede pasar es tener una pareja, que somos las responsables de mantener la armonía en el hogar. Lo dice la politóloga y escritora argentina Flor Freijo en su libro 'Solas (aún acompañadas)', una lectura que, precisamente, acompaña nuestros intentos por ver y romper los mandatos y los miedos.

En realidad, el camino no deberíamos hacerlo, nunca mejor dicho, solas. Hay razones para tener miedo. La sociedad, explica Coral Herrera, está hecha para vivirla de dos en dos y la preeminencia de la pareja en la cúspide de nuestras prioridades y de la manera en que estamos organizados hace que poner en práctica eso de tener una red de afectos o una red de cuidados sea mucho más difícil que pronunciarlo.

El anhelo de amor, cariño, contacto, intimidad y deseo es humano. Lo malo es cuando el anhelo se convierte en droga. Kate Millet ya dijo aquello de que el amor es el opio de las mujeres. La típica frase que lees muchas veces, porque te gusta, te inspira, te reafirma. Y cinco minutos después vuelves al fumadero.

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