Tres rutas desde Ouarzazate para descubrir las maravillas del Sur de Marruecos

Ksar de los Ait Ben Haddou, la kashbah más famosa del sur de Marruecos.

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Los 197 kilómetros que separan las ciudades de Marrakech y Ouarzazate son una buena prueba de pericia para conductores europeos. La carretera está bastante bien. Se deja llevar. Eso sí, hay que estar preparado para que pueda pasar cualquier cosa. Pero aún así, y pese a la invitación a la aventura, es la forma más recomendable para llegar a la que se considera la ´Puerta del Desierto’. La Ruta Nacional 9 corre en paralelo al muro formidable del Atlas para, después de la pequeña Touama (a 57 kilómetros de la salida), girar hacia el sur y serpentear entre las montañas aprovechando el tajo formado por el caudal del Río Tensift y su principal tributario, el Oued Tichka. El paisaje cambia. El verde toma el protagonismo en un ir i venir de terrazas de cultivo, huertas, palmerales y los famosos bosques del Atlas. Maravilloso, de verdad. Se suceden los pueblecitos encantadores que tientan al pie a pisar el freno. Las montañas quedan atrás pronto, quebrando la ilusión del verde fértil y, poco a poco, el paisaje va tiñéndose de amarillos, rojos, ocres, aunque el verde aún persista a ambas orillas de un Tichka cada vez más modesto que asciende hacia las nieves.

Más allá de Taddart Oufella, la carretera asciende con rapidez en una contorsión de curvas y contra curvas que sirve para llegar a lo alto y ver, desde la atalaya, el inmenso sur. Ya desde antes, el viajero habrá llegado a la conclusión de que el esfuerzo, ante la perspectiva del breve salto en avión, ha merecido la pena. Y se le harán cortos los apenas 90 kilómetros que restan desde el Alto de Tizi n’Kitcha hasta Ouarzazate. Entramos en otro mundo; la puerta de acceso a las antiguas rutas caravaneras que unían el Mediterráneo con el África Subsahariana a través de las interminables arenas del Sáhara. Una región marcada por las últimas estribaciones de la cordillera que van haciéndose cada vez más pequeñas hasta hundirse en las primeras arenas del desierto, allí dónde Marruecos se encuentra con Argelia.

Desde hace milenios, cuando esta parte del mundo empezó a secarse, los hombres y mujeres fueron tejiendo los caminos siguiendo al agua. De esta manera, los barrancos por los que desaguan las nieves del Atlas se convirtieron se convirtieron en auténticos oasis. Como lo es la propia Ouarzazate, que creció a la rivera de uno de los tributarios más importantes del Río Draa para dar refugio a las caravanas de comerciantes que iban y venían desde el sur trayendo los exóticos productos que llegaban desde las regiones ecuatoriales. Nosotros apelamos a esta historia milenaria de hospitalidad para establecer, aquí, nuestra base de operaciones en nuestra incursión por el ‘Gran Sur’ marroquí.

La Kashbah de Taourirt ocupa el antiguo centro histórico de la ciudad, poniendo de manifiesto la posición de Ouarzazate dentro de la red de antiguas escalas camineras de la zona. Las kashbahs son antiguas fortalezas construidas con adobe y madera que tenían el doble cometido de dar refugio a los viajeros y, a la vez, proteger a la población local de amenazas externas. Este tipo de fortalezas se reparte por los valles del sur de Marruecos formando un conjunto de altísimo valor histórico, artístico y etnográfico que ha sido incluido en el catálogo de Patrimonio Mundial de la UNESCO. Fortalezas que nos hablan de antiguas rivalidades familiares y de los temibles clanes bereberes, dueños absolutos de estos parajes hasta prácticamente antes de ayer.

La kashbah Taourit es de las mejor conservadas del país. Desde el exterior, el viajero verá una imponente estructura de adobe almenada con forma de fortaleza. Su posición, frente a los huertos verdes de las riveras del Asif Tidili, pone de manifiesto su papel como casa fuerte de un ‘hinterland’ marcado por la estrecha franja verde impuesta por la férrea dictadura del agua. Cuando uno pasa al interior, la omnipresencia del modesto barro apisonado da paso a las maderas pintadas, los azulejos, los artesonados lujosos, los pisos de cerámica y las alfombras de colores vivos. Como suele ser habitual en Marruecos, el exterior engaña, aunque en esta ocasión, los muros que dan al cielo sean, también, espectaculares.

Por eso no extraña que la ciudad y sus alrededores, hayan sido el escenario de mil películas. Tan variopintas que van desde la Guerra de Las Galaxias a Gladiador pasando por La Momia o Lawrence de Arabia… El Museo del Cine (Dirección: Avenida Mohamed V; Tel: (+52)489 03 46; Horario: LD 8.00 – 18.00) exhibe un buen número de decorados y objetos utilizados durante los rodajes. También dan buena información para localizar los escenarios en los que se rodaron miles de tomas de verdaderos mitos del cine.

Ruta 1: Remontando el Asif Ounila

Desandando un poco lo andado (25 kilómetros desde Ouarzazate en dirección a Marrakech), la Ruta Nacional 9 se encuentra con el cauce escuálido del Asif Ounila. Desde aquí arranca la carretera P-1506 (asfaltada), que remonta un valle dónde se en cuentran algunas de las mejores kashbahs de la zona. El Ksar (fortaleza) de los Ait Ben Haddou surge imponente tras la orilla derecha del río aprovechando una especie de meseta desde la que se domina el cauce medio del valle. Es una de las mejores kashbahs de la zona y un ejemplo clarísimo de las condiciones ecológicas y sociológicas que propiciaron este tipo de amontonamientos de población. Los Ait Ben Haddou fueron una poderosa familia de guerreros bereberes que dominaron gran parte de las laderas del sur del Atlas en un precario equilibrio de poder con otras dinastías rivales (los antropólogos hablan de sistemas sociales segmentarios).

Y el Ksar de los Ait Ben Haddou es un reflejo majestuoso de aquellos tiempos convulsos. Desde la orilla opuesta del río, donde hoy viven la mayoría de los habitantes del lugar, la Kasbah es un muro imponente del que emergen, sin aparente orden, torres, atalayas y terrados. Ya dentro, el viajero se encontrará con un verdadero laberinto de barro que pone de manifiesto que la mejor estrategia de defensa posible es que no haya espacio para organizar un ataque. Y a los pies de las murallas, el verde de las palmeras y de los huertos. El milagro del agua que se va repitiendo cauce arriba en una sucesión de pequeños pueblos que, a menor escala, repiten el mismo esquema: Assfalou, Tamedakhte, Tazelefte, Taifest…

Y así hasta que el cuerpo aguante; lo ideal es seguir hasta más allá de Douar Angelt Ounile, dónde se termina el asfalto y empieza la tierra (a 45 kilómetros del cruce con la Ruta Nacional 9) y darse el gustazo de llegar a la recóndita y maravillosa Tighza, pueblito partido en tres entre arboledas, bosques de palmeras y huertos a los pies de las primeras rampas que suben hasta las nieves del Atlas. Y desde aquí, no es mala idea volver a la P-1506 (en Douar Angelt Ounile) y seguir adelante (pese al camino de tierra) hasta volver a encontrarnos con la Ruta Nacional 9 (30,3 kilómetros).

La recompensa, más allá de poder ver las alturas del Atlas desde la vertiente sur, es poder ver tesoros como la Kashbah de Telouet (dónde vuelve otra vez el asfalto). Esta fantástica fortaleza servía para guardar el camino hacia el Alto de Tizi n’Kitcha, uno de los pocos pasos naturales entre las vertientes norte y sur de la Cordillera del Atlas. La kashba, del siglo XVIII, es uno de los mejores ejemplos de ‘palacio bereber’ del sur de Marruecos, con un exterior que no deja intuir el fastuoso interior de estilo andalusí. Las vistas sobre las alturas del Atlas son impresionantes.

Ruta 2: Siguiendo del Draa desde Agdz hasta las puertas del Desierto

La segunda de las rutas propuestas corre 193 kilómetros hacia el Sur en búsqueda de las primeras arenas del Sáhara a través de corredor natural creado por el Río Draa. 69 kilómetros por la Ruta Nacional 9 median entre las localidades de Ouarzazate y la asombrosa Agdz, puerta de entrada a un valle que es conocido como ‘el camino más bello de Marruecos’: y es cierto. Después de un tramo de carretera marcado por la aridez, la primera visión del Draa es el impresionante Palmeral de Agdz, una de las imágenes paradigmáticas del sur marroquí inmortalizado en películas como ‘El Cielo Protector’. A ambas orillas de este impresionante vergel, en la que los bosques de palmeras se alternan con cuidadas parcelas cultivadas, se apelotonan los pueblos de casas de adobe y los restos de antiguas kahsbhas, como los barrios antiguos de la zona norte de la propia Agdz o las de Tamnougalt, pueblo conocido en la comarca como ‘la madre de todos los castillos’.

Las conocidas como Kashbahs del Cadí, no sólo son unas de las mejor conservadas del país, sino que, también, son de las más grandes que no fueron transformadas en verdaderos palacios andalusíes durante el siglo XIX. Si se dispone de coche todo terreno conviene alejarse de la carretera nacional y avanzar por la ruta de tierra que baja por la margen izquierda del Draa pasando por un rosario de pueblecitos que conducen hasta la siguiente parada: la impresionante Kashbah Oulad Othmane (otra vez sobre la Ruta Nacional 9).

No es mala idea llegar hasta Zagora (a 92 kilómetros de Agdz) y hacer noche a las puertas del desierto. Desde esta pequeña ciudad turística, abarrotada de alojamientos de toda ralea que sirve de antesala a las arenas del Desierto del Sáhara. En las inmediaciones hay lugares impresionantes como las Dunas de Tinfou, que adelantan los enormes campos de arena que quedan a apenas unos kilómetros más al sur, o el Erg de Chigaga que permiten tener la experiencia de estar en medio del desierto a pocos kilómetros de la civilización.

Ruta 3: La Garganta del Dadés al este de Ouarzazate

La otra gran ruta que parte desde la ciudad de Ouarzazate toma camino hacia el Este a través de la Ruta Nacional 10 hasta los pies del Atlas. La cordillera nos regala, en esta zona, dos impresionantes rutas esculpidas por el agua. Por un lado está el conocido como ‘Valle de las Rosas’, en el que se vuelven a repetir las imágenes de vegas verdes, montañas áridas y pueblos de adobe y madera en la que vuelven a sorprendernos las kashbahs; el otro regalo es la espectacular Garganta del Dadés, un tajo profundo y enorme que sube hacia las alturas desaguando las aguas que formarán, muchos kilómetros después, el Draa. Te proponemos una ruta circular con salida y llegada en Ouarzazate que puede cubrirse en un día aunque lo ideal es pernoctar en las inmediaciones de la garganta (300 kilómetros con un tramo de 41,2 kilómetros de caminos de tierra –Valle de Las Rosas-).

Kelaat M’Gouna es la puerta de entrada al Valle de Las Rosas; la mejor época para visitar esta zona del sur del Atlas es durante la Primavera. Justo cuando los campos de rosas están en su mejor momento; flores que son la materia prima principal de una industria perfumera que tiene buena fama en el país. El cultivo del azafrán alterna con palmerales y huertos en los que vuelven a aparecer los Ksars, las Kashbahs y los pueblecitos de adobe. Las paradas imperdibles en el Valle de Las Rosas son la propia Kelaat M’Gouna y Bou Thrar, en las que se pueden ver muy buenos ejemplos de kashbahs fortificadas aunque de tamaño más modestas que en otros lugares de la región. Después de esta población nos quedan 15 kilómetros desolados hasta el cruce con la R-704, que ya enfila hacia el espectacular cañón del Dadés.

El encuentro con el Oued Dadés vuelve a poner de manifiesto el milagro del agua. El fondo del cauce reverdece aunque los límites impuestos por la barranquera se van estrechando según vamos ganando altura. Dejamos atrás pueblos como Ait Ibriren, Tamellat, Ait Ouglif o Ait Aïssi. Sucesión de ‘Aits’ que ponen de manifiesto la filiación bereber de un valle en el que también hay buenos ejemplos de Ksars y Kashbahs. Estamos ya cerca de las famosas Gargantas de Dadés, un desfiladero espectacular que obliga a la carretera a hacer un vertiginoso zig-zag para poder salvar los muros verticales. Una pasada.

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