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Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.

La agenda de la economía feminista

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Carmen Castro García

Más de 300 personas participaron en el VI Congreso Estatal de Economía Feminista en Valencia los pasados 5, 6 y 7 de septiembre, reafirmando la necesidad de que la economía feminista se articule como eje de las transiciones económicas a impulsar para el cambio de modelo de sociedad. A partir de la declaración final del congreso, toma un nuevo impulso la articulación feminista de una agenda política y económica que sume consensos en torno a las prioridades, su alcance transformacional y el cambio de enfoque para hacerlo posible.

La economía feminista invita a repensarlo todo desde una crítica profunda a la economía ortodoxa convencional, responsable del fundamentalismo de mercado que nos atraviesa. Dicha revisión crítica se refiere tanto a los marcos teóricos y legislativos en los que se sustenta el estado de ciudadanía de mercado como a las políticas neoliberales cuya beligerancia y ausencia de empatía social pone en riesgo la propia sostenibilidad de la vida.

¿Cómo subvertir la inmensa barbarie del capitalismo heteropatriarcal? Creo que solo a través de un proyecto ético para la transformación social, en diálogo abierto entre las economías heterodoxas será posible conformar piezas fundamentales en el que tengan cabida replanteamientos sobre qué producimos, en qué condiciones y a cambio de qué. Todo un reto, incluir la democracia económica y la despatriarcalización de la sociedad.

En un nivel propositivo se encuentra la necesaria reformulación de los marcos conceptuales; desde cuestiones básicas que incidan en la consideración de la riqueza como el valor social de las existencias naturales (ecosistemas, calidad del aire, bosques, subsuelo, ríos y océanos, etc.), los intangibles como el conocimiento y condiciones propiciatorias de la vida (educación, salud, alimentación, etc.) y las existencias físicas o tangibles, como las infraestructuras, viviendas, puertos, maquinaria, etc. A partir de esta resignificación convendría dirigir el foco de atención al impacto de los sistemas productivos sobre los derechos humanos, las condiciones de vida, el medio ambiente y la equivalencia humana. Todo apunta a la necesidad de construir un nuevo pensamiento y prácticas económicas, no contaminadas de la obsesión cortoplacista por el crecimiento económico y el PIB, menos dependientes de la monetización, más permeables a los valores humanos, sociales y medioambientales y que se enfoquen de manera decidida a la justicia redistributiva.

Se reclama una dimensión mutinivel de la transformación social (macro, meso y micro), poniendo en cuestión los marcos de la acumulación capitalista y su sistema de opresión múltiple heteropatriarcal, racista, capacitista, profundamente insostenible, así como el expolio que realiza sobre el trabajo invisible y no remunerado que siguen realizando las mujeres.

No habrá justicia social sin justicia de género. La transformación de la economía pasa por la realidad cotidiana de mujeres, y por la reorganización social y económica de la vida, la alimentación, el consumo, el uso y reparto de los tiempos, trabajos y renta. Históricamente se ha debatido sobre la conveniencia de poner un precio al trabajo reproductivo para hacer visible su contribución al valor social y bienestar; sin embargo, más allá del justo reconocimiento del valor del mismo, seguir insistiendo en su cuantificación monetaria (precio) podría acabar provocando, en cierto sentido, la legitimación de su mercantilización, algo que, sin duda, representaría un cierre en falso. Las propuestas desde la economía feminista tienen un mayor recorrido, tienden a diluir la división sexual del trabajo y alcanzan el abordaje del papel de los cuidados, a las personas y a los ecosistemas, desde una perspectiva integral, de ciclo de vida, recuperando el papel de la alimentación, los cultivos y la producción agroecológica desde la responsabilidad colectiva y el marco de los derechos fundamentales.

Mercantilización de la vida

El consumo es una de las vías por las que se nos cuela el neoliberalismo en la vida cotidiana. Primero, por la distorsión de lo que nos hacen creer que son necesidades y también por cómo actúa el mecanismo de la libre elección y decisión individual respecto a la monetarización y mercantilización de la vida, trasladando la responsabilidad al plano personal, de manera que cada cual se encomiende a la búsqueda de soluciones individuales en una especie de proceso de autorrescate. En paralelo, se privatiza la responsabilidad de generar bienestar a las personas en su vida cotidiana. Para salir de esa trampa neoliberal se requiere de la acción colectiva, desde iniciativas de economía solidaria y consumo responsable y sostenible.

El planteamiento pasa por subvertir los efectos de las políticas austericidas sobre la pobreza, la salud y la desigualdad de género, propiciando, además, transiciones ecosociales ante el cambio climático, la evolución demográfica, el proceso acelerado de envejecimiento y los cambios tecnológicos aceleradores del proceso de robotización y la digitalización de la economía. Sin más demora, y sin que nadie se quede atrás. Urge reactivar el papel transformador de las políticas públicas, reorientar las prioridades de gasto hacia inversiones sociales propiciatorias del desarrollo humano y la dilución de la división sexual del trabajo, programas y servicios públicos de salud, educación, cuidados infantiles y atención a la dependencia. A este respecto, cobran importancia tanto el rol del Estado/lo público como garante de condiciones para la justicia económica, social y de género, como las iniciativas sociales y sociocomunitarias para la sostenibilidad de la vida.

El conflicto capital-vida adquiere especial gravedad por la economía de la guerra que hace caja directamente con la destrucción de la vida y a costa de la violencia contra las mujeres. La propagación mundial de la industria armamentística, extractivista y de explotación sexual y laboral son los máximos exponentes del delirio neoliberal.

A este respecto, urge desmantelar tres procesos: 1) La arquitectura jurídica de la impunidad creada por la globalización financiera con el cometido de respaldar los intereses de las empresas transnacionales por encima de los derechos humanos; a través de los servicios de arbitraje previstos en los tratados neoliberales de inversión se da la prevalencia del interés oligopolista y corporativo sobre el interés general, público y común de sostenibilidad de la vida; 2) la militarización creciente y el refuerzo de los mecanismos de represión de las libertades civiles, en un contexto de geopolítica económica basada en la masculinidad hegemónica patriarcal, y 3) la deshumanización y creciente mercantilización de capacidades humanas, productivas y reproductivas y de los procesos biológicos, pretendiendo convertir a las personas y a la vida en sí misma, en mercancías, productos o servicios intercambiables y monetarizables para la acumulación capitalista.

Cada vez hay más consenso en que las transiciones justas con la vida, incluyendo las respuestas ante la emergencia del cambio climático, requieren de voluntad política y un amplio movimiento social transformador hacia condiciones dignas y sostenibles con la vida humana y no humana. 

[Este artículo ha sido publicado en el número 73 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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