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Sobre este blog

La federación Andalucía Acoge nace en 1991 para dar una respuesta más eficaz al fenómeno de la inmigración. La labor de nuestra federación tiene como principal objetivo fomentar una sociedad plural que favorezca la inclusión, la no discriminación, la cobertura de derechos y la equidad de oportunidades. Ante los muros tenemos que encargarnos de construir puentes de convivencia entre todas las culturas para que así podamos vivir en valores de diversidad e interculturalidad.

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La migración también crece en el Sur

Mueren 18 inmigrantes al volcarse una camioneta que los transportaba por Turquía

Gastón González Parra

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La historia de la humanidad es también la de la movilidad de las personas. Desde los primeros homínidos originarios de África que se expanden por el planeta, pasando por los imperios que dominaron territorios ultramarinos hasta la más reciente globalización que ve el planeta como una gran aldea en la que todos estamos interconectados. Gracias a ella nos comunicamos más y mejor, intercambiamos productos y servicios, compartimos producciones culturales y aspiramos a conocer, visitar y -como no– también a vivir en lugares seguros en los que poder acceder a las ventajas que ofrece el desarrollo.

A esa gran fiesta del desarrollo y el consumo no están invitados todos los habitantes del planeta. Los miembros de estos clubes de avanzada se han vuelto cada vez más selectivos y se reservan el derecho de admisión. Mientras tanto, millones miran desde la vereda del frente y no se resignan a seguir excluidos de esa celebración. En todo el mundo la presión migratoria sobre las fronteras va en aumento. La pobreza y la falta de expectativas, la inestabilidad política y los conflictos, las crisis económicas y el desplazamiento por motivos ambientales o desastres naturales han disparado el número de personas dispuestas a moverse. Ya lo han hecho 258 millones (OIM) y un estudio de Gallup indica que en 2017 unos 710 millones de adultos (el 14% de la población adulta mundial) desearían migrar a otro país si tuvieran la oportunidad, 66 millones de ese total tienen planes de hacerlo, pero sólo 23 millones están preparando su partida.

Los deseos de migrar y la intención de controlar o detener esos flujos han dado pie a un negocio muy rentable. Están las mafias que prestan dinero para el viaje, facilitan el paso de fronteras o falsifican documentos. Pero también hay constructoras de muros y alambradas, oferentes de pasaportes biométricos, empleadores beneficiados por trabajadores sin visado (temerosos de ser deportados y, por lo mismo, resignados al abuso y la explotación), arrendadores de espacios inhabitables, agencias de viajes y aerolíneas que se responsabilizan sólo del traslado, empresas que envían remesas y un largo etcétera. La movilidad genera el 9% del PIB mundial y el 15% de los ingresos se destinan a remesas según la OIM.

En muchas partes del mundo las sociedades receptoras de migrantes olvidan la historia de sus connacionales que fueron forasteros en otras tierras. Las crisis reales y las imaginarias han creado la percepción de que quienes llegan amenazan el nivel de vida y compiten por los escasos recursos del Estado. De ahí a la xenofobia, la discriminación y la intolerancia hay un pequeño paso.

Van saliendo a la luz opiniones que antes se auto-censuraban o que no tenían apoyo político. Aprovechando el descontento con la política, la corrupción y las inseguridades de todo tipo van creciendo las voces discriminadoras, estigmatizadoras, clasistas -esa aporofobia que retrató magníficamente Adela Cortina-, racistas y xenofóbicas selectivas (son algunas nacionalidades las destinatarias de su rechazo).

Si revisamos la historia, no cuesta nada ver que somos producto de migraciones milenarias desde todos los rincones del planeta. Hannah Arendt definió el fenómeno migratorio como “uno de los retos vitales de nuestra civilización”, no como un problema, sino como un hecho social, económico y político que nos desafía. Nuestras naciones y sus expresiones culturales son el recuerdo vivo de una mixtura que nos hace ser lo que somos. En América fueron pueblos que cruzaron por el Estrecho de Bering y el océano Pacífico hace quince o veinte mil años, conquistadores que llegaron de Europa, africanos comerciados como esclavos y los muchos otros rostros actuales de la movilidad humana.

Desde hace tiempo, pero con mayor intensidad en estos últimos años, los países del sur han sido un destino importante para la migración internacional. Dos de cada tres viajes son diásporas intra-regionales. Países latinoamericanos, africanos y asiáticos con algo de crecimiento económico, cierta seguridad y mayor estabilidad política que les convierte en focos de atracción y lugar de oportunidades ante crisis humanitarias como las de Venezuela, Sudán del Sur o Siria. La tendencia global es que cada vez vamos a tener más migración. Será una migración cada vez más diversa en nacionalidades, tradiciones culturales y formas de ver el mundo. Y, producto de esto, tendremos que afrontar nuevos y mayores retos para crecer en la inclusión, la no discriminación, la cohesión social y la interculturalidad.

Las sociedades del sur están lejos de la hospitalidad y la acogida que aparentan cuando se ofrecen como destino turístico. Migrantes y refugiados carecen de información al llegar a un contexto desconocido y ajeno; les duele la soledad y la distancia respecto a sus redes de origen; el desarraigo se acrecienta al vivir en medio de culturas que no conocen ni valoran la suya; sufren la desconfianza y la discriminación debido a su origen, raza, apariencia o condición social.

Vivimos en medio de una época de cambios constantes, veloces, profundos y muchas veces irreversibles. En cuanto a las migraciones, querámoslo o no, el mundo del futuro ya está aquí.

Gastón González Parra. Consultor de América Solidaria Internacional

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