Carta abierta a Moreno Bonilla

Sr. Don* Juan Manuel Moreno Bonilla:

(*) El don, un graduado en protocolo seguro que lo sabe, es un tratamiento al que originalmente tenían derecho los bachilleres.

Antes que nada, permítame que le trate de usted, a pesar de su empeño en tutearnos a todos en lo que parece un claro intento de crear una complicidad que está usted lejos de haberse ganado. Porque usted ha optado por huir de la verdad saliéndose por la tangente, lo que, coloquialmente hablando (estoy seguro de que, como bachiller, también lo sabe), significa “valerse de un subterfugio o evasiva para salir hábilmente de un apuro”.

Usted responde a las dudas sobre su currículo diciendo que un “un título no define a un político”, es decir, que no hay por qué ser licenciado universitario para llegar lejos en la vida profesional. Nada más cierto, pero es una salida por la tangente.

Porque a lo que debe responder no es a si está usted suficientemente formado para dirigir Andalucía. Sino por qué aportó usted currículos descaradamente hinchados para sus biografías del Congreso de los Diputados. Una cosa es ser ambicioso y otra muy distinta estar dispuesto a lo que sea para llevar a cabo una ambición. Y es un rasgo de su carácter que aquellos a los que usted les va a pedir el voto tienen derecho a conocer.

No nos quiera engañar con buen humor y sonrisas. Responda con verdad a las preguntas: sobre cómo fue su nombramiento, sobre sus relaciones con Cospedal, sobre su postura con respecto al cambio que su partido propone de la Ley que regula el aborto… y sobre por qué sus currículos están lejos de reflejar la realidad.

La renovación política no consiste en poner al frente a títeres de cuarenta y pocos años. Hoy, después de todo lo sufrido en las últimas décadas, la renovación exige regeneración. Políticos cercanos que atiendan los intereses de aquellos que los votan. Y no políticos que recorran Andalucía, sonriendo y besando niños, pueblo a pueblo, y diciendo en cada caso aquello que creen que su interlocutor del momento quiere oír.

Fue Ronald Reagan, aquel presidente norteamericano que nos trajo el sistema económico que reventó hace cinco años, el que en 1984, según todos los expertos, ganó el debate televisado durante las elecciones a su segundo mandato al responder a las dudas que despertaba su ya avanzada edad con aquello de “No voy a aprovecharme de la juventud e inexperiencia de mi oponente”, Walter Mondale, provocando la carcajada de un país entero, incluido su desde ese momento amortizado oponente.

Un gran actor, y muy hábil utilizando el humor para zafarse de los compromisos. Pero un desastre para los intereses a medio y largo plazo de los habitantes de este mundo. Obviamente, las consecuencias de sus acciones no tendrían el mismo alcance, pero sí afectarían a cerca de ocho millones de habitantes que merecen políticos serios con auténtica vocación de servicio público. No ambiciosos para los que su fin justifica cualquier medio, especialmente la mentira. Esa por la que tan poco precio se paga en este país.