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Cuando el aborto no es un trauma

Foto de Amnistía Internacional

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Les plantearé una escena que quizás les suene. Una mujer descubre que está embarazada; es un embarazo no deseado. Tras pensarlo mucho decide abortar. Acude a una clínica y en la sala de espera comienza a inquietarse, se remueve en su asiento, mira a otras mujeres embarazadas, se siente culpable, mira un cartel con un bebé. Entonces sale despavorida de la clínica y decide tenerlo. Será una madre feliz, ha tomado la decisión correcta.

¿Les suena? Ya les doy yo una pista. La han visto en cientos de películas y series de televisión, hasta en las de corte aparentemente progresista.

A raíz de las bochornosas declaraciones del vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, afirmando con una sonrisa medio sonrojada que no sabe mucho de embarazos mientras pretende legislar sobre ellos, y de todo lo que ha acontecido después en los debates, medios de comunicación, etc... observé un denominador común en el discurso, incluso entre quienes defienden el derecho legítimo al aborto.

Lo dramático no fue interrumpir el embarazo. Lo verdaderamente dramático fue el tener que llevar a cabo el proceso casi en secreto por el miedo a ser juzgadas, estigmatizadas, señaladas como insensibles, egoístas, malas mujeres al fin y al cabo

Encontré un relato en el que la mujer que decide interrumpir voluntariamente su embarazo aparece como una víctima, una mujer para la que ese proceso supone un trago absolutamente dramático, quizá el más difícil de su vida, que la dejará marcada para siempre.

Esto me hizo plantearme si no debemos empezar a revisar la narrativa general sobre el aborto. Me da la impresión de que está construida, oh sorpresa, por voces bastante alejadas de haberlo vivido en primera persona. No quiero decir que esta no sea la realidad para algunas mujeres, ni mucho menos, pero sí que la creación de esta historia única no es rigurosa, que en ella faltan otros relatos, otras visiones, otras formas de afrontar este proceso que también existen, y que deben incorporarse al imaginario colectivo.

Como dice la escritora Chimamanda Ngozi, “el relato único crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos”.

Tengo amigas que en su momento decidieron abortar. Tomaron la decisión de forma consciente, no deseaban ser madres en aquel momento. Pudieron seguir con sus vidas tal y como ellas querían, no quedaron traumatizadas sino aliviadas, pudieron ejercer la autonomía de decidir sobre sus cuerpos y sus vidas. Algunas son madres hoy en día y disfrutan de ello, otras decidieron no tener hijos. Todas son felices. Lo dramático no fue interrumpir el embarazo. Lo verdaderamente dramático fue el tabú social, el tener que llevar a cabo el proceso casi en secreto por el miedo a ser juzgadas, estigmatizadas, señaladas como insensibles, egoístas, malas mujeres al fin y al cabo.

El aborto sigue siendo tabú y hemos dejado el relato en manos equivocadas. Revisar el estereotipo, desmitificarlo y visibilizar historias en las que el proceso de interrupción de un embarazo no deseado se vive con naturalidad, con apoyo, como un acto sanador, va siendo necesario. Ayudaría, precisamente, a liberar de culpa a las mujeres que llevan décadas asumiendo culturalmente que deben vivirlo como un trauma.

Son pocas y tímidas aún las voces de mujeres que se atreven a relatar su experiencia sin culpabilidad, sin miedo, sin dramas, a decir que aquello les hizo la vida mejor, que no fue para tanto, que les fue bien

Pensando en esto recordé el magnífico discurso que la escritora Marta Barrio pronunció en la Feria del Libro de Sevilla hace unos meses al recibir el Premio de Novela Almudena Grandes por su estupenda obra Leña Menuda. “Una noche de Reyes de hace un par de años, una amiga del pueblo me contó un secreto que no le podía contar a nadie más. Ese secreto se convertiría en la semilla de esta novela (...) Me planteé, al escuchar la confesión de mi amiga, que quizás fuera hora de redirigir el rumbo, en busca de un nuevo arquetipo, de escribir un final feliz para una mujer que decide interrumpir su embarazo, por una vez”.

Son pocas y tímidas aún las voces de mujeres que se atreven a relatar su experiencia sin culpabilidad, sin miedo, sin dramas, a decir que aquello les hizo la vida mejor, que no fue para tanto, que les fue bien.

“Por mí y por todas mis compañeras”, dice la protagonista de Leña Menuda. Pues eso. Es hora de que contemos nuestra propia historia.

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