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Bocinazos amplificados pongamos que en Vallecas
Una foto me ha llamado mucho la atención. Aparece el líder de la extrema derecha española rodeado por un enjambre de periodistas. La instantánea merece ser observada, sí, porque ver es solo un ejercicio para la vista, observar lo es para el pensamiento. Ya lo advirtió Viktor Klemperer, el filólogo alemán, en La lengua del Tercer Reich, sobre el auge, apogeo y final del nazismo. Observar es algo más que ver: no se trata de ver el fascismo, hay que observarlo. Anschauen, en alemán, es un verbo más preciso.
La pregunta sigue siendo las misma: ¿hay que acudir en masa a las performances de la extrema derecha? Mark Thompson lo resolvió, para mí decepcionantemente, esperaba más de alguien que concede al periodismo un papel relevante en la defensa de las libertades. Sostuvo el entonces director general de la BBC y luego consejero delegado de The New York Times que no era competencia de los medios decidir sobre algo que correspondía a los políticos con el mandato democrático para hacerlo. La democracia amputada –esto es mío– solo en manos de la partitocracia, poco aristotélico, políticamente hablando. Claro que en Grecia no había periódicos ni teles.
Y ello a pesar de que Thompson reconocía, como antes el citado Kemplerer y su coetáneo George Orwell, en aquellos convulsos años de totalitarismo mundial, que el fascismo solo participa en el proceso democrático y disfruta de sus libertades constitucionales, entre otras la libertad de expresión y de prensa, para socavar el orden democrático y destruirlo. Envenenan el lenguaje público, intoxican las palabras, y los medios contribuyen a su amplificación. La historia dice y nos recuerda que así ocurrió con Hitler y Mussolini.
Grandes debates se habrán producido en las redacciones de los medios, menos de los necesarios, creo, pero sí me consta entre periodistas demócratas. En realidad no debería haber debate, debería estar todo muy claro, pero ocurre que en los medios no mandan habitualmente los periodistas sino sus patrones. Estos patrones, aparte de la venta de influencias y poder, corren cada mañana por ser los primeros –sobre todo si tienen una televisión a mano y mando– y abrir la subasta. Enfangados en el lado de una de las maneras más retorcidas de hacer periodismo, el periodismo de impacto y audiencias. Lo demás no importa, la mentira funciona, encima creen sus directores y conductores de programas de fama que su legitimidad democrática viene de las audiencias. Sin embargo, la democracia, y menos la legitimidad, no se mide por las audiencias sino por los votos. Lo suyo es vocerío mercantil pagado con ínfulas de libertad. No hay tampoco debate cuando se trata de periodistas abiertamente fascistas y medios que, si no lo son, están muy cercanos a sus intereses.
Pero bueno, supongamos que el debate está superado, aceptado, no da más de sí y los partidos de extrema derecha y protofascistas tienen que tener su espacio. Tampoco; enjambres, columnas, editos, entrevistas, aperturas, vale, pero poner a la extrema derecha, al fascismo, en el mismo plano intelectual de valores democráticos que, pongamos, a los ciudadanos de Vallecas, con sus errores, no es solo blanquear, ser equidistantes con el fascismo, es ser su portero. ¿De manera ingenua? No lo creo; lo visto, oído y leído sobre los incidentes de Vallecas en determinados medios está más cerca de la complicidad.
Tengo que aludir a George Orwell, cuando, abrumado por el totalitarismo, terció en el debate sobre la libertad de expresión y tronó: “La controversia sobre la libertad de expresión y libertad de prensa es en el fondo una controversia sobre si mentir es deseable o no”. Y sigue: “La libertad intelectual es la libertad de informar de lo que uno ha visto, oído y sentido, sin estar obligado a inventar hechos y sentimientos imaginarios”. “El periodista no es libre –y lo sabe– cuando se le obliga a escribir mentiras o a silenciar hechos”.
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