El bucle de la gobernabilidad

Imaginemos un pueblo de la provincia de Sevilla en el que de manera dinástica siempre haya gobernado el PP. Después de tanto, emerge uno de los nuevos partidos como lista más votada, insisto, como lista más votada. En los pactos, el perdedor, el PP, se alía con el perdedor de siempre, el PSOE, y juntos despojan al emergente de su triunfo para alternarse en la alcaldía: dos años cada uno.

El desconcierto tras las elecciones municipales y las autonómicas no es nuevo. No hay un tiempo nuevo para el desconcierto de los votantes por los pactos, como me temo que no habrá tiempo nuevo para la política cuando se verifique en su totalidad el mapa de pactos en España y Andalucía. Nos dirán que no, pero los grandes del bipartito A y del bipartito B, tendrán que reconocer que sus palabras previas fueron solo arrebatos, avenates, y ,también, que el poder orgánico disminuye a medida que se va uno acercando a los pueblos y a los intereses partidarios. De eso se hablaba después de las elecciones de 1996, de los electores y sus contradicciones, de los partidos y sus incoherencias.

Al final pasó lo que pasó. Gobernó el PP, anclado en concesiones a los nacionalistas; el PSOE nunca podrá sostener, tampoco, que no cayera en el mismo pecado poselectoral. Todo está más que visto. Tan sorprendente puede parecer el desahogo de la candidata socialista en Andalucía tras pactar su investidura con Ciudadanos, liberada de compromisos tanto con la derecha como con la izquierda parlamentaria, como la indignación de la líder de Podemos, “estupefacta”, una vez comprobada la pérdida de su centralidad política en el tablero. Sin ser ya tan importantes, seguimos sin saber qué querían, porque lo de las líneas rojas se tornaban más que rosas cuando subían Despeñaperros, pongamos que en Madrid. La batalla contra la corrupción de Ciudadanos también bajaba de tono en la medida en que su poder se veía en las proximidades de los corruptos.

Algunos lo advertimos: cuando lleguen los días señaladitos, los del reparto del poder, nadie conocerá a nadie, parafraseando el título de la película, ambientada en Sevilla en plena Semana Santa; pero esta vez sin capirotes, a cara descubierta.

Resulta que ahora Podemos son tan solo unos ingenuos juveniles de una socialdemocracia cruda, aunque para el Gobierno de España sean de extrema izquierda y todo el que converse con ellos también. Resulta que el PSOE es menos casta si tiene que dar el apoyo para gobernar, resulta que son menos corruptos en Cádiz que en el Parlamento de Andalucía. Ciudadanos es una marca catalana de la derecha mesetaria blanqueada, vendida al mejor postor, salvo si te apoya a ti.

Así, nunca salimos del bucle. El pueblo estaba tan necesitado de promesas y de futuro que se ha creído lo primero que le han ofrecido y se desconcierta. Si lo tuvieron más o menos claro cuando votaron, ahora empezarán a dejar de tenerlo cuando se acabe de pactar. La encuesta de CIS, con perdón por mi intromisión, no es pertinente después de unas elecciones sino después de los pactos, como una segunda vuelta en la toma de conciencia por lo hecho.

Echar al PP, claman unos, solicitando el pacto con los que a su vez serían echados y lo serán llegado el caso. El fracaso del nuevo tiempo en política no llegará por estos o aquellos pactos, sino por la constatación de los ciudadanos de que no hay nada nuevo bajo el sol. Viejos ardides, trucos y tahures antiguos. Los nuevos no lo son tanto en las proximidades del poder.

Y no piensen que el ataque de imaginación con el que empezaba lo es tanto, puede que sea verdad. El sábado lo veremos.