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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal
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Un cuento americano

Una votante de EEUU

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Érase una vez una banda de poderosos billonarios. Tan ricos que no les faltaba de nada y, aún así, querían más y más; tanto, que les sobraba la ley, la democracia y la Constitución por la que habían peleado sus antepasados.

Decidieron controlar todo, compraron jueces y fiscales y medios de comunicación y pusieron en nómina a cientos de periodistas. Éstos mentían por encargo. Se intoxicaban las palabras para que enfermaran y perdieran su significado; así, libertad pasó a ser solo un significante con valor etílico, cañero, como en los tiempos de la ley seca. Estos plutócratas tenían un cabecilla que, curtido en shows televisivos, gracias a su poder, vendía bulos, los asalariados de la información los propagaban, mientras sus cadenas y terminales fabricaban encuestas a medida.

Su principal aliado mediático era una cadena, no la única, de nombre Fauxnews. Desde muchos meses antes de que se celebraran unas previstas elecciones parciales, se dedicaron a lanzar la profecía de que llegaría el mesías en forma de ola roja; animados entre ellos, los asalariados de las ondas se vinieron arriba y elevaron la ola a la categoría de tsunami, sin que ningún experto meteorólogo lo pudiera verificar. Además, en cada programa de información, político, de entretenimiento, rosa, deportivo,  incluso en el tiempo, aireaban encuestas que confirmaban la profecía, fertilizando  voluntades e ideas.

Las elecciones llegaron aliñadas con un maloliente pestazo mediático de sospechas que cuestionaban, al servicio de los poderosos, la legitimidad de las propias elecciones por si salían mal. No era la primera vez

A medida que se acercaban las fechas, se encendía la pasión mediática. Tocaba difamar a los rivales, llevarlos antes sus jueces, engañar con datos falsos, amenazar con catástrofes, deslegitimar al Gobierno... no importaba si se destruían las instituciones constitucionales. Incluso se favoreció e hizo apología del asalto a la sede de la soberanía popular, y se manipulaba al Tribunal Supremo, al que cargaban de ideología extremista contra las conquistas democráticas del pueblo en sus instituciones representativas. Nada parecía tener freno. Incluso llegaron a colonizar al gran y viejo partido conservador, al que privaron de sus señas históricas.

Las elecciones llegaron, eso sí, aliñadas con un maloliente pestazo mediático de sospechas que cuestionaban, al servicio de los poderosos, la legitimidad de las propias elecciones por si salían mal. No era la primera vez. 

El resultado no fue el esperado, no hubo ola, apenas una marejada como en todas las elecciones del mismo género. Los resultados fueron tales que la jefatura de los poderosos se puso en cuestión y se anunciaron caucus sacrificiales y depuraciones previas a las venideras elecciones generales. El bigman de los poderosos estaba irritado con todos, hasta con los suyos; también con los que tenía a sueldo, incluso con el que se había erigido en una amenaza para sus aspiraciones: un floridano triunfante, al que comenzó a amenazar con un “Casado” preventivo, práctica que había observado en ultramar.

La moraleja es que hace falta algo más que bulos, medios y periodistas a sueldo y encuestas de sastrería para engañar a un pueblo con conciencia de su propia situación

El cuento no terminó tan mal. El pueblo no se dejó engañar y percibió la amenaza para la democracia que supone la plutocracia y el fascismo. La moraleja es que hace falta algo más que bulos,  medios y periodistas a sueldo y encuestas de sastrería para engañar a un pueblo con conciencia de su propia situación.

Los cuentos se repiten. Claude Lévi-Strauss, que hizo todo su trabajo de investigación en las Américas, señaló cómo los mitos y los cuentos que los narran se repiten en todas las culturas: unas veces deslizados, otras, invertidos, pero siempre con un sustrato común. Incluso encontró similitudes en una y otra orilla de la mar océano entre mitos americanos y cuentos celtas.

Plutocracia, deslegitimación de gobiernos, bulos, mentiras, corrupción, sumisión mediática, acoso a los periodistas críticos y al pensamiento discrepante, dicho, escrito o cantado; antidemocracia, en suma, forman parte de un mismo cuento en todo el mundo. El fascismo también, aunque algunos crean que se banaliza el término trayendo al debate presente a Hitler, Mussolini, nazi y fascista, o a Franco, su versión carpetovetónica y cañí. Sin embargo, el cuento se repite y repite. Como dejó dicho Primo Levi: no importa el lugar ni el discurrir del tiempo, “cada  época tiene su propio fascismo”.

 

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