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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

Yo, intentando comprender

El director del I.E.S San Isidoro, a la izquierda, ejerció de anfitrión tanto de la firma del convenio como de la primera charla impartida por Teresa Jiménez-Becerril.

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Fueron años buenos, plácidos. Mi hija con cuatro, con cinco, con seis. Mi hijo con algunos años más. Ambos con las manos llenas de preguntas, a cada instante, de esas que creíamos saber responder. Ese fue el tiempo en el que en casa hicimos grullas. Mil grullas para conmemorar en el colegio el día de la Paz y a Sadako Sasaki, una niña fuerte y atlética que, en 1945, con tan solo dos años, estaba en su casa cuando EE.UU. lanzó la bomba atómica en la ciudad de Hiroshima. Salió despedida por la ventana y quedó atrapada por la lluvia negra, pero a pesar de todo, sobrevivió. Sobrevivió hasta que a los once años enfermó de leucemia maligna aguda y fue hospitalizada. Su compañera de habitación le contó la leyenda japonesa de las mil grullas: a quien pliegue mil grullas de origami, se le concederá cualquier deseo. Ella le enseñó a Sadako cómo doblar las grullas de papel. El deseo le quemaba la sangre. A mí me enseñó mi hija a hacer grullas. El deseo de Sadako, sin embargo, no se cumplió. 

Recordamos a Sadako este verano en nuestro periplo por Japón. Mi marido y yo lloramos en cada esquina del Museo Memorial de la Paz de Hiroshima. Mi hija volvió a contarnos su historia al tiempo que plegaba con mimo un trozo de papel cuadrado. 

Jueves. 25 de enero. Fue un día malo, hostil. Ya saben, alguna discusión sin demasiada importancia en la oficina; pasear por una de las arterias de la ciudad y vislumbrar a lo lejos aquella persona que una vez amamos y que lleva años muerta –¿les ha pasado alguna vez, confundir a alguien con un muerto?–; la lluvia, que no termina de brotar; el sol, que no acaba por clarear el día; el ánimo empantanado, polvoriento; el dolor de la hernia que me acompaña desde hace décadas y que no cede; la muerte de una compañera a la que lloras y de la que no te pudiste despedir. 

Por la noche, nos sentamos a la mesa. El pan en el horno, los platos deshermanados, la mirada turbia del poco o mucho cansancio acumulado durante la jornada, los niños agitados por el apetito de fin de semana. El lunes que viene celebramos en el instituto el Día Escolar de la No Violencia y de la Paz con una charla sobre ETA, dicen –yo, intentando comprender–, que es el 30 de enero porque en 1948 fue asesinado Gandhi, continúan, pero no se va a hablar sobre otros conflictos actuales –yo, intentando comprender–, como el genocidio en Palestina, Ucrania o cualquier otro de los conflictos armados activos –yo, intentando comprender–, ¿Y por qué nos hablan de ETA ahora? ¿Y por qué nos pide el profesor que no hagamos preguntas partidistas? –yo, sin entender absolutamente nada–, la asistencia es obligatoria. Si no vamos, falta. ¿Falta? Falta. Sin preguntas partidistas. ¿Preguntas partidistas? 

A mí toda reflexión me parece buena, vaya esto por delante, pero una reflexión sin cuestionamientos no es reflexión sino adoctrinamiento.

Indago un poco en el asunto porque desde niña tuve las manos llenas de preguntas, igual que mis hijos. Todo el rato. También, por supuesto, porque se trata de mis hijos. Los directores de colegios públicos andaluces han recibido una circular de la Junta de Andalucía instando a que se celebre el Día Escolar de la No Violencia y la Paz haciendo reflexionar, por primera vez, a los alumnos de 2° de Bachillerato sobre el terrorismo de ETA en virtud de un convenio firmado con la Fundación Villacisneros, institución ultraconservadora cuyo ideario se contrapone a los valores que recoge la normativa educativa andaluza. A mí toda reflexión me parece buena, vaya esto por delante, pero una reflexión sin cuestionamientos no es reflexión sino adoctrinamiento. 

El instituto público San Isidoro, testigo de la firma de tal convenio, fue fundado en 1845 y por sus pasillos pasearon sus diatribas, sus preguntas y sus pensamientos Gustavo Adolfo Bécquer, Manuel Machado (1895), Luis Cernuda (1913), Severo Ochoa (1920), Manuel Losada Villasante (1940), Santos Juliá (1953), Felipe González (1955), Rafael Escuredo (1956) o Guillermo Vázquez Consuegra (1958). Durante casi noventa años fue el único de la ciudad de Sevilla. El mismo instituto que en 2024 pide al alumnado no hacer preguntas partidistas en un acto parcial, sesgado y tendencioso que no pocos miembros de la comunidad educativa, entre los que me encuentro, lo interpretan como lo que es, una absoluta intrusión en la agenda educativa y un claro intento de manipulación. 

El pan continúa en el horno. Los platos, huérfanos. El cielo, anubarrado. Las mil grullas revolotean la noche y las ventanas de mi casa, dejándose llevar por el viento sin raíces. Pienso que las preguntas no formuladas, no permitidas, duelen como el miembro ausente, como ese muñón en carne viva de todas las víctimas de las 60 guerras activas que hay ahora mismo en el mundo. 

¿Una charla sin preguntas en un instituto público? ¿De la mano de una fundación ultraconservadora? Resulta imposible comprender que la primera incursión de la Consejería de Desarrollo Educativo en la comunidad educativa sea de esta índole. Es por eso que a veces me gustaría volver a mis días sencillos, a coger una hoja de papel cuadrada y plegarla varias veces en diagonal, darle la vuelta, reducirla a dos mitades, ejercitar la paciencia y la concentración unos diez minutos y volver a explicarle a mi hija el Senbazuru y la historia de aquella niña que murió con 644 grullas por la barbarie del ser humano. 

Los colegios e institutos deberían ser ese paisaje donde nuestros jóvenes descubran el talento que tienen y lo que es más importante: su libertad y espíritu crítico. Porque el adulto es, en gran parte, las preguntas formuladas por el adolescente que fue un día. Poco interés tiene que hayan sido contestadas o que, por el contrario, hayan quedado sin respuesta para siempre porque es en ese camino de achinar los ojos donde nos ejercitamos como seres humanos. Lo mejor de nuestras certezas son las dudas que las engendraron. 

Observo el espectáculo: las mil grullas son ahora mil moscas merodeando los restos de lo que fuimos, el olvido que seremos, los platos a medio acabar, el libro de Chomsky

Escribió Ortega y Gasset que «sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender». Ese proceso de extrañamiento, de las propias costumbres y de nuestra circunstancia, de las imposiciones que fingen no ser tales, es lo que tenemos para mantener la lumbre de una educación fundada en la conquista de la libertad interior. Pensar produce resultados cautivadores para unos y amenazantes para otros. 

Cojo un libro de la librería del salón: La des(educación), de Noam Chomsky. Les leo: “Lejos de favorecer el pensamiento independiente, la escuela, a lo largo de la historia, no ha dejado de interpretar un papel institucional dentro de un sistema de control y coerción”. Siento una profunda tristeza. Silencio. Es raro que mis hijos permanezcan en silencio, pero sin duda es la antesala de nuevas preguntas. Sin embargo, el mutismo lo quiebra una grulla azul ensimismada al estrellarse contra el vidrio del salón. Temblamos con ella. Por un momento temo haberla matado, haber provocado su muerte. Se aproxima otra que planea por las habitaciones de los niños y que cae al suelo desorientada. Las grullas son aves diurnas cuya sociabilidad varía según la estación y el lugar. Hay una que se atora en una lámpara y nos ofrece sombras chinescas. La grulla rosa, en cambio, se posa en mi hombro izquierdo. Se apoya tan solo con una pata, como si permaneciera al acecho. La miro. Le hago una pregunta que no me responde y en ese instante en que la duda se pinta de certeza, la grulla bate sus alas y pierde el pico y un ala. Le hago una pregunta que no me responde, que no puede responder, y ya no es grulla sino mosca, y ya no es brisa sino viento impetuoso. ¿Puede un pájaro bello, que simboliza la paz y la prudencia, dejarse morir y convertirse en un insecto? ¿Podemos nosotros? 

Observo el espectáculo: las mil grullas son ahora mil moscas merodeando los restos de lo que fuimos, el olvido que seremos, los platos a medio acabar, el libro de Chomsky. Quizás no haya preguntas para esto. No sé en qué consistió la charla. Mis hijos no fueron, aunque un profesor fue a buscar a toda la chavalería que eligió continuar dando clase y no secundar un intento vergonzoso de adoctrinamiento. Repito: un profesor fue a buscarlos porque la asistencia a una charla de dos horas sobre una banda terrorista extinguida hace 11 años era obligatoria. Les pusieron falta el día de la paz.  

Siento que el poeta José Daniel Espejo no pudo ser más certero al sugerir en su último poemario “Perro fantasma” que la mierda y la belleza casi siempre vienen juntas. 

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