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Querido Paco
La ternura no suele ser común en la cosa pública. Quizá por ello, el hecho de que Mariano Rajoy llamara querido Paco al ex president valenciano Francisco Camps, nos lleva de cabeza a los tiempos en que todavía escribíamos cartas, y no estaban marcadas; a cuando las gaviotas no eran charranes, sino una alegre pandilla y no un cómplice a título lucrativo del mangazo.
La Traviatta sonaba esta semana en la Audiencia Nacional: “Tócale otra vez, Rick”, parecía decirle el Sam de la Fiscalía a Ricardo Costa, que fue mucho en el PP levantino y ahora declama monólogos en el club de la tragedia, con aún ese aire suyo de atildado dependiente de grandes almacenes. En estos días, desde el banquillo de los acusados, él entonaba la Cantata de la trincalina, una obra coral con el Bigotes como tenor, mientras se apurgaran las viejas fotos del “Hola” cuando pasaba por la alfombra roja de la boda del siglo en El Escorial.
España, por entonces, iba bien. Como ahora sigue yéndolo para las grandes fortunas que abren su abismo de estraperlo frente a los pobres de solemnidad, que son más pobres que nunca, más solemnes, sin ni siquiera cartilla de racionamiento; más clase media devaluada por una crisis que han terminado pagándola quienes no la provocaron: en el crack del 29, se suicidaban los banqueros y ahora se suicidan los hipotecados y los investigados, qué gran diferencia.
Crecen los botines privados pero mengua la hacienda pública, el bienestar ya saben. La vida, de un tiempo a esta parte, es una novela de Rafael Chirbes: “No hay riqueza inocente”, decía el autor de “En la orilla”, esa narración escrita con polvo de ladrillo y euros sobre los marjales. Y lo remachaba, quizá, recordando a Honoré de Balzac: “Detrás de cada fortuna, hay un crimen”. En las páginas de “Crematorio”, Chirbes dejó escrito “Me he casado de buscarle sentido a lo que lo tiene”.
Aquí y ahora, el sinsentido es que el Partido Popular no pidiera disculpas por la Gurtel, de manera oficial, hasta hace unas horas y que el propio Mariano Rajoy --“querido Paco”--, echaba balones fuera ante Carlos Alsina, en Onda Cero: él no entiende nada de investigaciones policiales, a pesar de haber sido ministro del Interior. El no entiende nada de la financiación oscura del Partido Popular, a pesar de seguir siendo presidente del mismo.
Todo es un jijijajá, cantiñea el ministro Cristobal Montoro cuando Ciudadanos, que firmó un pagaré de transparencia al investir a Rajoy, le reclama a Génova y a La Moncloa que cesen a una senadora investigada por la Púnica, a cambio de respaldar los presupuestos generales prorrogados.
Eran grandes gestores, magos de las finanzas, capaces de construir aeropuertos sin aviones o que el AVE llegara a Castellón con más retraso que el cercanías: “Sólo sobreviven quienes consiguen creerse que son lo que no son”, creo que también escribió Chirbes.
Se saben relativamente a salvo, como los corruptos de sus novelas. Saben que un jurado popular absolvió a Camps por un sinfín de regalos millonarios. Y que otro tribunal, el de las urnas, santificó repetidas veces a Rajoy, a pesar del querido Paco, pese a decir que no sabe nada, a pesar de la caja B, de la libreta con sus supuestas iniciales que no era la azul de Aznar cuando le nombró delfín.
Todos roban, dirán los contribuyentes. Pero, a mi fé, unos son más ladrones que otros, según se deduce de los sumarios que empiezan a abrirse en vista pública, entre jugosas grabaciones que nos cuentan de Robert de Niro del tres al cuarto que amenazaban “estás muerto como empresario”, o de un tiempo en que cualquier Marlon Brando con sabor a chufa exigía fidelidad eterna a sus gangsters. No es una novela de Mario Puzo. Consta en las grabaciones que el metódico funcionariado ha transcrito esta semana en la sala de vistas de la Audiencia Nacional.
Es el primer capítulo de una larga antología del crimen de cuello blanco que iremos leyendo durante la próxima década, a medida que se vayan celebrando los juicios de toda esta trama de malandrines. Comisiones que no son obreras, pizzas del 30 por ciento que no eran pizzas. Esto no tiene nombre: “Cuando las ideas no te dejan ver la realidad, no son ideas, son mentiras”, nos dejó dicho Rafael Chirbes.
Camps, por ahora, como los malvados de la serie B, estará acariciando un gato de angora y preguntándose si el fiscal será capaz de empapelarle de nuevo, cuando se creía definitivamente impune, a salvo en un cargo postinero, lejos de las puñetas judiciales. Siempre le quedará el “querido Paco”. Quizá tenga que recordárselo a Rajoy para garantizar su lealtad, no por unos años, durante toda la vida. A fin de cuentas, al PP, todo esto le sale gratis en las urnas. Y él dimitió, lo dijo en su momento, para que alcanzara la presidencia de este país el hombre del plasma que ahora envía al Rey a Davos para hacer precisamente el trabajo del presidente de Gobierno.
Mientras todo esto ocurre, el pueblo se entretiene con la ópera bufa de Puigdemont, el superagente 155, que podría volver a Cataluña disfrazado con la peluca de Santiago Carrillo, en el coche volador de Fantomas, o si hemos de creer al ministro del Interior con un plumillazo de Louis de Funes, en ultraligero o en la incómoda clandestinidad de un maletero. Eso parece ser lo único que importa. Nadie parece preguntar cómo huyeron de nosotros tantos millones, como defraudaron al estado de derecho, como siguen ahí afuera, como si no pasara nada, cobrando aún más del erario público al que dieron gato por liebre: “No me pienso ir del Consejo Jurídico Consultivo aunque me lo pidan las Cortes Valencianas”, afirma Camps con uno de sus trajes impecables, el sueldo imponente, el chófer, la secretaria, el despacho y su imputación, por ahora, en la pieza separa que juzga las irregularidades de la Fórmula 1. ¿Quién no le recuerda con Rita Barberá, a bordo de un descapotable por las pistas del circuito? Ella murió y él está a punto de descarrilar. Y ni siquiera parece probable que esta vez pueda salvarlo su querido Mariano.
“A la gente le da todo igual; mientras no le tiren la basura del otro lado de la tapia, ni le llegue el olor de podredumbre a la terraza, se puede hundir el mundo en mierda”. También eso escribió Rafael Chirbes, con quien tanto quisimos.