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Un mundo en llamas: genocidio, bulos, distopía y fascismo 2.0

Juanjo G. Marín

Miembro del área de Solidaridad Internacional —

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A finales de los noventa, cuando comencé mi formación universitaria, eran comunes las referencias a El fin de la historia y el último hombre (1992), un ensayo de Francis Fukuyama, un funcionario del Departamento de Estado norteamericano. Su tesis principal era que la disolución de la URSS y el fin del bloque socialista y de la Guerra Fría suponían el triunfo de las democracias liberales, lo que venía a suponer el fin de la historia, de las guerras y de los conflictos violentos, abriéndose así una nueva era de prosperidad global en la que los seres humanos veríamos encauzadas nuestras necesidades, anhelos y esperanzas únicamente a través de la economía. No hace falta precisar, por supuesto, que Fukuyama se refería al modelo económico neoliberal y capitalista. Fukuyama, con aquella obra, se convirtió en uno de los intelectuales de cabecera del Partido Republicano y, más concretamente de los denominados neocon.

En 2007 Fukuyama publicaría un nuevo ensayo titulado Después de los neocons: América en la encrucijada, en el que aseguraba que “el neoconservadurismo ha evolucionado en algo que ya no puedo apoyar” y, unos años después, ya en 2018, afirmaba en una entrevista para The Guardian que era partidario de ciertos “programas redistributivos” para intentar “corregir el gran desequilibrio tanto en los ingresos como en la riqueza que ha surgido”. Concluía aquella entrevista reconociendo que “ciertas cosas que dijo Karl Marx están resultando ser ciertas”.

Las últimas tres décadas no solo han confirmado el error de Fukuyama en sus predicciones, sino también que la implantación a escala global del neoliberalismo nos ha conducido a un escenario al que podríamos definir como preapocalíptico o distópico. Decía Marx que “la historia se repite siempre dos veces: primero como tragedia y después como farsa”. Y, aunque no se equivocaba, lo cierto es que la historia, apenas 100 años después, efectivamente se repite, pero de una manera tanto o más atroz que hace justo un siglo. Habitamos una época en la que podemos asistir en directo a la retransmisión de un auténtico genocidio, como el que se perpetra contra el pueblo palestino, y ya nadie puede, por tanto, alegar en su descargo que desconocía lo que está sucediendo en Gaza.

La paradoja de la época actual es que, a pesar de tener acceso a toda suerte de contenidos y de poder conectarnos al instante con quienes se ubican a miles de kilómetros, no solo estamos más pobremente informados de cuanto sucede en el mundo y a nuestro alrededor, sino que hemos perdido parte importante de nuestra humanidad. La tempestuosa sucesión de imágenes que nos llega a través de medios de comunicación y redes sociales parece haber destruido por el camino nuestra capacidad de reflexión y creado un ecosistema en el que los discursos autoritarios del pasado han resurgido con virulencia.

El bulo no sirve solo como un instrumento para ganar elecciones, sino también como un mecanismo para, una vez se llega al poder, justificar políticas que hace tan solo unos años consideraríamos inconcebibles

Redes sociales como X o panfletos digitales creados ad hoc son el lugar donde nacen bulos y discursos de odio que terminan por viralizarse para emponzoñar la convivencia social. Los objetivos de estos ataques son personas migrantes, el movimiento feminista, el colectivo LGTBQ+ o, en general, cualquier persona que profese ideas progresistas y de izquierda. Tenemos múltiples ejemplos de cómo funcionan estas campañas de desinformación y manipulación, pero este resulta muy significativo: el accidente sufrido por una joven de 17 años fue aprovechado para acusar de intento de asesinato a un joven magrebí.

Pero el bulo no sirve solo como un instrumento para ganar elecciones, sino también como un mecanismo para, una vez se llega al poder, justificar políticas que hace tan solo unos años consideraríamos inconcebibles. Y así es posible que Trump, por ejemplo, haya convertido a las agencias federales norteamericanas en una especie de Gestapo que persigue a la población migrante o que se haya atrevido a ocupar ciudades como Washington o Los Angeles con tropas militares. El asesinato de Charlie Kirk, un influencer de extrema derecha, le servirá a Trump como su particular incendio del Reichstag: una excusa para desatar una purga contra todo aquel que considere su enemigo. El presidente norteamericano, sin ir más lejos, ya ha confirmado que declarará al movimiento antifascista como terrorista.

Es necesario pensar en común las estrategias que nos permitan combatir ese fascismo 2.0 que nos amenaza. Y, como la historia nos enseñó, frente a ello no cabe ninguna política de apaciguamiento. El genocidio, los bulos y el odio deben ser combatidos en todos los ámbitos

Pero, ¿podemos hablar propiamente de fascismo cuando nos referimos a Trump, Abascal, Milei, Meloni, Le Pen, Bukele y al resto de personajes que lideran la nueva ola reaccionaria? En 1995 Umberto Eco escribía El fascismo eterno, un ensayo en el que aportaba hasta 14 características definitorias o síntomas del fascismo. Todas y cada una de ellas les son perfectamente aplicables y definitorias. Y, sin embargo, sus ideas calan en nuestras sociedades. Porque, como apuntaba al inicio de este artículo, las tres últimas décadas han servido para constatar el fracaso de quienes no solo no han sido capaces de extender la prosperidad a todos los rincones del globo, sino que han propiciado una significativa pérdida en el nivel de vida de las sociedades occidentales, en las que ahora asoma el viejo monstruo.

Es necesario pensar en común las estrategias que nos permitan combatir ese fascismo 2.0 que nos amenaza. Y, como la historia nos enseñó, frente a ello no cabe ninguna política de apaciguamiento. El genocidio, los bulos y el odio deben ser combatidos en todos los ámbitos: en las redes sociales, en las escuelas, en el ámbito laboral, en nuestros contextos cotidianos de socialización, en cada calle, en cada esquina. Pero tanto o más necesario es proyectar alternativas, nuevos horizontes de futuro para todos aquellos sectores de la población que sobreviven al margen de la esperanza, que carecen de un proyecto vital realizable en el mundo que nos ha tocado vivir y que, por tanto, miran al futuro con desazón y frustración.

Porque a día de hoy llega a ser una tortura encender la televisión y contemplar la devastación y la muerte que las bombas israelíes dejan en Gaza. Porque las redes sociales se han convertido en un balcón con vistas al abismo. Porque ya en cualquier bar o en cualquier espacio cotidiano afloran los mismos mensajes xenófobos e intolerantes. Porque todo ello sucede, además, sin que tengamos claves o recetas para detener esa podredumbre. Porque ahora como nunca antes, quienes creemos en la justicia, en la igualdad, quienes pensamos que otro mundo es posible y enarbolamos la bandera de los derechos humanos, necesitamos una hoja de ruta para revertir la deriva que, más temprano que tarde, puede llevarnos al desastre. Es ahora o nunca. Mañana puede ser demasiado tarde.