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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Toni, Málaga y el sol en una maleta

Toni Morillas y Nico Sguiglia, flanqueados por Martina Velarde y Toni Valero

Irene Zugasti

Politóloga, periodista y técnica de Igualdad —

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Tendría guasa que una de Madrid escribiera una columna sobre Málaga. Pero esta columna no es sobre Málaga. Es sobre Toni Morillas (candidata de Con Andalucía para Málaga). Y sobre por qué Málaga se merece a Toni, y Toni merece ganar Málaga.

He visto a Toni dirigir el Instituto de las Mujeres, y eso no es, seguro, tarea fácil: al fin y al cabo, es la casa de todas, la institución pionera en hacer políticas de igualdad en este país, y una parte fundamental del Ministerio de Igualdad. Asumió ese trabajo a sabiendas de que lo haría en un momento político en el que las feministas han sido el dique de muchos derechos, pero también el espigón del odio; a sabiendas del coste en arrugas, en sofocos, en faena, pero también -peleona ella, peleonas ellas- a sabiendas de que era una misión que, con buenas compañeras de viaje, era tan hermosa como necesaria de afrontar.

En el debate entre política y gestión, en esa tensión entre la burocracia y las ideas, ver a Toni en acción confirma que cuando ambas confluyen, lo público deja de ser gris y velado y se abren por fin las ventanas, y ya no huele a oficina plomiza sino al fragor de una casa desbordada de vida. El feminismo de Estado no solo pelea presupuestos, diseña programas, negocia políticas, ejecuta presupuestos o rinde cuentas desde la oficina, sino que tiene el deber de hacerlo cuidando, ventilando, acogiendo a las visitas, acompañando al médico y a las tutorías, con el ojo puesto en dos sartenes al fuego y en que haya de todo en la nevera, y echando una manita a la vecina, si se tercia. Aunque muchas noches tengas que seguir trabajando para repasar cuando todos los demás están ya en la cama.

Si pienso en Toni, la veo brava y segura tirando de su maletita con ruedas, entre Atocha y María Zambrano, entre Pechuán y Alcalá, entre el metro y el despacho

He visto a Toni trajinando entre actos, expedientes, reuniones, papeles; sacando siempre el ratito para contestar un mensaje, para responder a la llamada, para resolver una duda. Aunque de ratito en ratito se te acabe el día. Y si pienso en Toni, la veo brava y segura tirando de su maletita con ruedas, entre Atocha y María Zambrano, entre Pechuán y Alcalá, entre el metro y el despacho. Me cuesta imaginarla sin esa maleta, aunque seguro que ahora, de vuelta a casa en Andalucía y con su acento aceitunero de Jaén batiéndose en otros lares, en su tierra, con su gente, sigue de aquí para allá con el mismo brío.

Para mí, para muchas mesetarias como yo, visitantes esporádicas de esa Málaga la bella, ésta es una ciudad buena: una ciudad con mar, con luz, donde se come rico, donde se vive bien. Así la vendían el otro día en la Cadena Ser, así la vende su alcalde, así nos lo cuentan los sacrosantos dogmas del turismo. Una ciudad para envejecer con tranquilidad, para montar una start up, para teletrabajar al sol, para veranear a gustito, para formar una familia, para invertir en ladrillo, para irse de museos, o emborracharse sin pudor en una despedida de soltera. Pero es que hay otra Málaga, una que yo apenas conozco pero que me han contado quienes sí la viven y la pelean: una en la que los pisos turísticos depredan los barrios, mientras veinte mil personas esperan una vivienda social. Una Málaga donde las trabajadoras sociales municipales no dan abasto, y donde, mientras crece la población flotante, (la del teletrabajo, las torres que rompen el cielo, los AirBnB y las startups, la de las estadísticas de Forbes) miles de malagueñas se marchan de la ciudad incapaces de asumir los precios de las casas, de las habitaciones donde no, no se vive bien. Un 30% de la población vive en situación de exclusión social, un 8% en extrema pobreza. Hay muchas desbandás que suceden en el silencio.

Sospecho que late una Málaga de gente trabajadora que no se resigna a ser solo un lugar donde se vive bien, sino un lugar donde se puede vivir mejor, mucho mejor

Como madrileña que no cree en los spots de Ayuso y Mario Vaquerizo donde mi ciudad es un escaparate de vanidades, sé bien que el vivir bien se construye en realidad sobre unos pocos que viven muy bien a costa de miles que podríamos vivir mucho, muchísimo mejor. El mantra de la “calidad de vida” no puede sostenerse por más décadas, por muy simpático que sea, si la realidad no le acompaña. Por eso, y aunque veinte años de una derecha amable de palmadita en la espalda y paseo marítimo haya amansado las voluntades, sospecho que late una Málaga de gente trabajadora que no se resigna a ser solo un lugar donde se vive bien, sino un lugar donde se puede vivir mejor, mucho mejor. Una Málaga con memoria de lo que fue -la roja, la valiente, la faenera- y con iniciativa para ser, conjugada en futuro. Porque la “calidad de vida” -sea lo que sea eso- también se acumula y se redistribuye. Porque una ciudad no puede vivir solo de ránkings turísticos y de pelotazos que salen bien; una ciudad tiene que vivir de derechos.

Una máxima del aprendizaje político de estos últimos años es que entre mujeres que comparten horizonte no hay nada más revolucionario que citarse, reconocerse, defenderse y celebrarse; porque no lo harán otros, y porque no hay mejor defensa que no saberse solas. Así que no, no es peloteo, es feminismo: quiero toda la suerte para mi Toni, porque el coraje, el cuidado y los principios ya los pone ella, que es de las que cree en un sol que brille para todas y no solo para unas pocas, y que allá donde va lleva ese sol brillante metido en la maleta. 

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