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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

Soy un cerebro, Watson. El resto de mí es solo un apéndice (Arthur Conan Doyle, “La piedra de Mazarino”)

Soy un cerebro, Watson. El resto de mí es solo un apéndice (Arthur Conan Doyle, “La piedra de Mazarino”)

Elena González Rey / Juan Carlos Morales Sánchez

Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN) —

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Decía Stanley B. Prusiner, premio Nobel de Medicina en 1997, que “el cerebro es el objeto más fascinante del universo”.  De hecho, nuestro cerebro es una estructura de gran complejidad que influye y origina nuestras respuestas frente a un atardecer, un cuadro surrealista, o un espectáculo musical. Además, esas respuestas no están aisladas sino que dependen de todo un contexto social y cultural donde cada individuo ha podido desarrollarse de forma diferente, de forma que dichas respuestas ocurren también de forma distinta en cada caso. En definitiva, nuestro cerebro nos hace únicos a la hora de integrar, recordar, imaginar y aprender de las mismas experiencias.

Por otro lado, es una estructura altamente sensible y sufre desde el seno materno. Por ejemplo, se han relacionado ciertas infecciones sufridas durante el embarazo con el desarrollo posterior de diferentes tipos de trastornos mentales como la esquizofrenia. Y sigue sufriendo tras el nacimiento, si existe un ambiente familiar inadecuado. Así, diferentes experimentos han mostrado que separaciones cortas de la madre durante un breve periodo de tiempo después del parto generan un estrés en el recién nacido que se mantiene en el adulto con cambios a nivel neuroquímico que pueden traducirse en diferentes formas de depresión y alteraciones emocionales. Posteriormente, durante nuestra vida juvenil-adulta, el cerebro se ve sometido a condiciones (drogas, estrés, toxinas ambientales, alimentación, etc) que lo dañarán de formas diversas. Algunos de estos factores pueden influir de forma directa pero también a través de otros elementos como la microbiota, conjunto de microorganismos comensales que forman parte del individuo y que son cruciales en el mantenimiento y equilibrio del sistema nervioso. Así, se ha demostrado la relación entre una alteración en la microbiota intestinal y la aparición de depresión, ansiedad, esquizofrenia, autismo, o enfermedad de Parkinson, entre otras. Y con el paso del tiempo, todos estos factores van a confluir en otras manifestaciones, siendo el envejecimiento el principal factor de riesgo asociado a las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson.

En todos los casos nos enfrentamos con enfermedades extremadamente complicadas en las que intervienen diferentes componentes de tipo celular (el sistema nervioso no solo se compone de neuronas, sino que también existen células con función inmunológica como la microglia, o de soporte como astrocitos, entre otras) y molecular (el sistema nervioso no solo es capaz de sintetizar y liberar neurotransmisores, sino también otros mediadores como citoquinas y neuropéptidos). Dicha complejidad viene acompañada por la dificultad de acceder al nicho nervioso para evaluar la enfermedad y su tratamiento, por la ausencia de biomarcadores que nos indiquen la progresión del desorden, y por la cronicidad de estas enfermedades. Entonces, ¿Qué hacemos actualmente para tratar estas enfermedades?.

Alteraciones de tipo inmunitario

Hasta hace poco tiempo todas estas alteraciones eran consideradas en un contexto meramente neurológico, y los tratamientos se desarrollaban en este sentido para reducir parte de los síntomas aunque sin llegar a suponer una cura eficiente. Así, se utilizan antidepresivos, antipsicóticos, bloqueantes/agonistas de ciertos neurotransmisores, estimulación cerebral, sedantes, etc. Sin embargo, en los últimos años se ha hecho patente que en las enfermedades neurodegenerativas subyacen alteraciones de tipo inmunitario que se manifiestan de forma sistémica y/o local. Así, en la mayoría de estos trastornos (incluyendo los más típicamente considerados de tipo neurológico como la depresión y la esquizofrenia) se ha demostrado la presencia de alteraciones en los niveles circulantes de mediadores +inflamatorios, activación de la respuesta inflamatoria por parte de células del nicho nervioso (células gliales), y desregulación en la respuesta inmunológica de los individuos enfermos a distinto tipo de infecciones.

Aunque aún no se sabe si los cambios a nivel inmunitario son causa o consecuencia asociada a dichas enfermedades, lo que sí es patente es el cambio que supone este escenario para enfrentarnos al desarrollo de nuevas estrategias terapéuticas. Ahora no solo estamos interesados en preservar, reparar, y/o proteger a las neuronas, sino que también estamos interesados en modular la producción de citoquinas, la activación de células inmunológicas, de regular la presentación de antígenos, etc.  Así, la búsqueda de nuevos tratamientos se dirige ahora a conseguir modular la interacción entre la respuesta inmunológica general y local y la neurodegeneración asociada a la misma. En este sentido, también supone el tener una mayor ventana en la búsqueda de marcadores de la enfermedad de forma más accesible, como puede ser una analítica.

Por tanto, gran parte de las investigaciones actuales van dirigidas al desarrollo de estrategias multifactoriales que puedan, a partir de un único fármaco controlar varias dianas implicadas en la enfermedad teniendo en cuenta el contexto neurodegenerativo/neuroinflamatorio. En nuestro grupo de investigación creemos que es fundamental basar parte de estas estrategias en la búsqueda, caracterización y modificación de compuestos naturales para el tratamiento de estas enfermedades crónicas con la intención de reducir al máximo los efectos secundarios de otro tipo de fármacos más agresivos. Desde este punto de vista, recientemente hemos desarrollado un nuevo compuesto con actividad anti-inflamatoria y neuroprotectora, derivado del resveratrol, un ingrediente natural de varios alimentos (como las uvas, nueces o los frutos rojos), que puede servir de punto de partida para seguir mejorando su efecto terapéutico en el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas.

Como decía Vilayanur S. Ramachandran (popular neurólogo de origen indio), aunque “política, colonialismo, imperialismo y guerra también se originan en el cerebro humano”, nuestro extraordinario cerebro sigue intentando entender su propio deterioro para lograr su curación. Para terminar, me sumo a las palabras del astrofísico y divulgador científico estadounidense Neil deGrasse Tyson:“cómo funciona el cerebro sigue siendo uno de los mayores misterios sin resolver y parece que, cuanto más investigamos sus secretos, más sorpresas nos encontramos”.

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