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Qué cantan los poetas en la Andalucía del coronavirus (2)

La poeta Carmen Camacho

Juan José Téllez

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Aurora Luque: “Vamos a quemar muchas cosas inservibles”

Ni tiempo para aburrirse tiene Aurora Luque (Almería, 1962), porque andan pidiéndole textos de un lado a otro del espacio virtual: “Tengo un poema inédito, ahí a medias, pero no lo he dado por terminado”. Y un libro nuevo, “Gavieras”, casi inédito porque la cuarentena ha impedido que eche a rodar. Ese poemario encierra una paradoja desde su portada, los pies de dos mujeres que andan y que proviene de un relieve arcaico griego: “Y va de palabras que caminan, las gavieras que navegan, las peregrinas, las exiliadas, he dedicado muchos poemas a mujeres que caminan y ahora me veo parada, con una maldición encima; después de haber cantado al camino, al sendero, como lugar de escritura, de búsqueda, de mujeres que han buscado antes que nosotras. Ahora me veo en posición estática, por completo”.

“También he escrito una especie de poema en prosa sobre el hecho de que en Venecia están reapareciendo los delfines: ”Leí un titular de prensa que parecía el título de un poema. Hay otros versos a los que estoy dando vueltas, pero yo tardo en escribir“.

Esta crisis le está haciendo variar la perspectiva sobre las cosas: “Uno de los proyectos que me he apuntado a desarrollar es una especie de memoria a granel, ir tomando notas con técnica de escritura automática, que no es tan automática, para registrar las idas y venidas al pasado. Cómo vemos ahora el pasado reciente,  vendría a ser; una especie de diario, algo de memoria, casi un testamento.  Cuando vi los furgones de los militares sacando cadáveres en Bergamo, me apeteció hacer testamento. Me puse música de los 60 en Spotify y se me quitó esa apetencia, pero también a la muerte la miras de otra manera”.

Aurora Luque valora por un lado cómo la cuarentena nos va obligando “a reflexionar, a desacelerar, a mirar una manera más poética todo”.

“Estamos desembarazándonos de ansiedad, de las prisas, de una cantidad de tareas que ahora vemos que pueden ser absurdas. Esa reducción a lo esencial, creo que puede ser positivo no sólo para poetas sino para todo el mundo; limpiar un poco el calendario y buscar lo verdaderamente necesario para vivir. Eso es lo que intenta hacer un poeta durante toda su vida pero ahora lo va a hacer todo el mundo. Creo que va a tener esa parte positiva, de reflexión y de búsqueda de lo realmente importante, aunque sea muy relativa esa palabra, importante. Más bien, de lo realmente necesario, lo más cordial, lo que más cerca está del corazón. En estos días, vamos a saber qué es la soledad, la verdadera solidaridad, el valor de la música como compañía para solitarios. Yo bailo una hora al día como una loca, como una ménade. Estoy valorando la música como compañía de una manera muy especial”. 

Ahora se sigue escribiendo, piensa, pero de forma distinta: “Ahora escribes pero lo que escribes se diluye como mensajes en las redes. Pero, eso sí, hay una cordialidad especial cuando hablas con amigos, estás desembarazada de rutinas y hablas con una atención especial y con la misma atención procedes a la escucha de esos amigos con los que hablas. Hay cierta nobleza; quizás, quién sabe, se vuelvan las relaciones más aquilatadas”.

Ella recuerda que el Decamerón se escribió a partir de los cuentos con los que se entretenía un grupo de cortesanos aislados de la peste: “Lo he recomendado porque a pesar de la epidemia, era un libro alegre y festivo. Ahora, esa energía se nos va por la válvula del humor rápido, con la capacidad de reírnos de nosotros mismos que seguimos teniendo”.

Eso sí, le enorgullece como europea que, en esta situación de crisis, los franceses arrasen en el sexshop mientras que los estadounidenses se van a comprar armas: “Creo que esto puede ser como las hogueras de San Juan. Quemar lo viejo para empezar una vida renovada. Vamos a quemar muchas cosas inservibles”.

Javier Salvago: “No estoy por mezclar la poesía con el coronavirus”

Javier Salvago (Paradas, Sevilla, 1950) apenas va ya por su pueblo natal, Paradas, donde sigue teniendo una legión de afectos: “Aquí metido en casa, en Sevilla. A Paradas, iba cuando mi madre nos llamaba para decir que teníamos que acudir a un entierro. Sonaba el teléfono y me echaba a temblar”.

Su madre ya no vive y él se reconoce en “una situación muy extraña”. “No sé que pensar –afirma--. Ves las cifras y no sé qué creer de todo esto. En cualquier caso, me parece que es el principio de algo muy chungo. Ahora han logrado encerrarnos a todos, pero nos van a encerrar cada vez que les de la gana”.

Salvago sigue dándole vueltas a una novela que ya terminó, pero que todavía no está cerrada: “De poemas, nada. Con las poesías completas, definitivas, creo que se acabo. Que no voy a publicar muchos poemas más”.

Y, desde luego, no lo hará en las redes sociales: “No me gusta mucho la situación. Eso de los que se ponen a cantar y dar recitales de poesía, me parece un poquito muy yoquesé. No estoy muy por la labor de mezclar la poesía con el coronavirus”.

Carmen Camacho: “Tan en casa, cuando yo llego siendo calle”

Carmen Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976) mantiene su colaboración en el programa de Jesús Vigorra, en Canal Sur Radio, pero a través de una app que le han puesto en el móvil: “Por lo demás, acabo de escribir un artículo para la revista Mercurio y ando intentando recomponer el barrigazo en un charco que supone esto para lo que tenía planteado para esos días”.

“Se suponía que mañana recitaba en Italia, tenía una primavera superchula, e incluso publicaba libro nuevo, con Libros de la Herida, con David Eloy y José María, un librito de cantares para cantar por flamenco y que se titula Deslengua. Ando trabajando con mucha ilusión en esta proyecto”.

Para estos días, Carmen Camacho recomendaría una parte de su libro que precisamente se titula “Cárcel por dentro”, en donde alumbran versos cantables como los que siguen: “Ay, cuánta casa,/ dentro de mi casa,/tan en casa,/ cuando yo llego siendo calle”. O: “Farolillo cualquiera,/ en mi noche oscura,/ la luna era”. Y un tercero, que también rinde homenaje a Bécquer, bajo el título de “Aquellas que aprendieron nuestros nombres”, reza: “Mijita que me querías/ se la llevaron volando/las oscuras golondrinas”.

Hay confinamiento, contempla. Y hay miedo, percibe: “Creo que nos han tratado como a menores de edad. O es que no lo sabrían. De decir que era una gripe a estar martilleando con el vamos a morir todos proporciona mucha sensación de incertidumbre, de inseguridad, de pánico; pero por otro lado nos hemos dado cuenta de que éramos felices y que la felicidad no es un concepto para llenar de cosas sino quizá para vaciarla. La felicidad son garbanzos en los zapatos, como decía mi padre. Cuando te llenes los zapatos de garbanzos y andes dos kilómetros con ellos, sabrás lo que es la felicidad al quitártelos. Cuando te los quites, eso es la felicidad. La felicidad como la libertad es un concepto negativo, la libertad es no tener cadenas y la felicidad, no tener los zapatos llenos de garbanzos”.

 

 

 

 

 

 

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