El periodista y escritor Daniel Ruiz García (Sevilla, 1976) juega en 'La gran ola' con personajes en crisis para ridiculizar el coaching como método de moda entre tantas empresas con la excusa de estimular a sus plantillas. Ganadora del Premio Tusquets de Novela en su duodécima edición, es la séptima novela de este autor que encuentra en la sátira y el humor negro la manera de no precipitarse en el abismo de la depresión colectiva y, por el contrario, dibujar más de una sonrisa en la boca del lector.
En su novela ridiculiza el coaching. ¿Reniega de él siempre o sólo cuando se lleva al extremo?
Yo reniego del coaching empresarial. Entiendo que en lo personal puede ayudar mucho a la gente, por ejemplo a salir de un problema de depresión. Pero abomino del liderado por la empresa que contrata a profesionales para implantar dinámicas de gestión basadas en la motivación, fomento de liderazgo y una serie de mantras que recogen un deseo de obtener más beneficios. Es legítimo pero se enmascara con envoltorios basados en el buenismo, con el objetivo de imponer un modelo sin que parezca que lo está haciendo.
¿Ha padecido, pues, alguna vez un coach por trabajo?
Yo he tenido la oportunidad de tratarlos personalmente en asesoramiento a empresas y en muchas convenciones de directivos. El coach es un personaje muy recurrente pero lo que más me indigna de ellos es el aparente sostén intelectual, cuando en realidad ofrecen discursos absolutamente huecos, soportados por planteamientos absolutamente disparatados y basados en ocasiones en el culto a la personalidad. Se me afiló el colmillo y le vi la posibilidad que tenía como carne literaria porque también son personajes bastante extravagantes y curiosos. Pero no pretendo denunciar, sino retratar.
En un contexto en el que los derechos laborales apenas se respetan en tantas empresas, ¿cree que este tipo de herramientas sirve más bien para tapar esas otras miserias?
Es un instrumento legitimador de prácticas empresariales depredadoras favorecidas por la crisis recurriendo para ello a la vía de buenismo. Uno de sus mantras en la consabida huida de la zona de confort, algo absolutamente neoliberal e individualista. En las circunstancias actuales, de tanto paro y caída de derechos labores, poca gente está en la zona de confort, pero les sirve a las empresas para justificar mayor agresividad y entrega de cuerpo y alma de los trabajadores.
¿Y qué le parece la recurrente referencia de estos profesionales del asesoramiento o el entrenamiento emocional de las plantillas a la necesidad de huir de las personas tóxicas?
Con eso pretenden arrinconar el pensamiento crítico en la organizaciones. Con esta filosofía, si no entras por ahí, te conviertes en un apestado.
Esa “gran ola” que aparece mencionada en el libro por uno de los personajes, parece que nos remite a la burbuja inmobiliaria. Un gran ola que luego no se ha detenido y ha mutado en el auge de estas nuevas fórmulas. ¿Cuál situación le aterra más?
Vivimos otra ola, con el boom de los sacerdotes con corbata y el chamanismo espiritual. Todos los personajes luchan por sobrevivir y alcanzar el éxito. Pugnan por mantenerse arriba, sin importarles si la ola es desagradable y no la que te lleva a una playa paradisiaca, sino a una de chapapote y barro. Por eso, en sus trabajos aspiran a estar en lo más alto por encima de cualquier miseria.
Efectivamente, sus personajes están en horas muy bajas. ¿Están contagiados de esa depresión colectiva derivada de la crisis?
Pretendo presentar un fresco como el de El jardín de las delicias donde está la crisis económica pero también la espiritual que tiene que ver con el miedo, la violencia... Todo eso une a personajes en situación de crispación importante. Lo refleja la cubierta del libro, con este tipo con la cabeza ardiendo por estrés bloqueante, por el síndrome del quemado...
Y no hay lugar para la salvación...
Todos son absolutamente desgraciados porque respiran este aroma fétido que los carcome a todos en un mundo del perro come perro. Quise ser honesto conmigo mismo. Mi visión no es demasiado optimista y no me parecía proponer un contrapunto heroico. Vivimos pocos heroísmos, y en el mundo laboral, menos. Se impone la dinámica del miedo. La espita para que no resulte demoledora la novela está en saber reírnos de la desgracia. Es algo muy español y quevediano. Es lo que nos permite respirar.
¿Considera acertado que se haya definido su obra como novela laboral?
Nunca me ha incomodado que me hayan clasificado de escritor social. Las cuestiones que están mi entorno e preocupan e inquietan. En este caso la realidad está posada en el mercado laboral, efectivamente. El libro nos introduce en las tripas de una empresa y cuenta sus miserias. Hasta hace poco, en España, lo laboral ha sido considerado de manera muy superficial en la ficción, por cierto reparo de los escritores a la hora de hablar de lo que te da de comer, y rara vez hemos sabido a qué se dedicaban en la vida los personajes.