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ENTREVISTA
Pérez Montero: “Casas Viejas nos enseñó adónde nos llevan los extremismos”

El autor Pérez Montero

Alejandro Luque

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Ramón Pérez Montero (Medina Sidonia, 1958) recuerda haber oído hablar del tema desde que era muy niño, siempre en voz baja. Los sucesos de Casas Viejas, localidad vecina a su pueblo natal –tanto, que antaño conformaban el mismo término municipal– habían dejado una huella amarga en la memoria de los lugareños. “Pero a un novelista, cuanto mayor es el misterio que lo rodea, más sugestivo es un tema”, explica. Ahora, coincidiendo con el 90 aniversario de esos hechos, el escritor presenta Tres días del 33 (Libros de la Herida), su versión novelada de uno de los capítulos más sombríos del siglo XX español.

Les pediría que se pusieran en la piel de un chaval de 14 años como ellos, forzado a trabajar en el campo de sol a sol, durmiendo en una choza de pasto como los animales y sin escapatoria posible, hasta que el cuerpo aguantara

Pérez Montero, que ha ejercido durante muchos años la docencia, piensa en sus alumnos a la hora de plantear el escenario y los protagonistas principales, los campesinos anarquistas que se levantaron contra las fuerzas del orden entre el 10 y el 12 de enero de 1933: “Les pediría que se imaginaran la situación en que vivía aquella gente. Unas condiciones lamentables, que los condenaban a permanecer en la más absoluta miseria, expuestos a la enfermedad y el maltrato de los propietarios de las tierras, sin acceso alguno a la educación. Que se pusieran en la piel de un chaval de 14 o 15 años como ellos, forzado a trabajar en el campo de sol a sol, prácticamente por lo que comía, durmiendo en una choza de pasto como los animales y sin escapatoria posible, hasta que el cuerpo aguantara”.

Ante ese panorama, señala el autor, “las doctrinas revolucionarias, anarquistas y socialistas empezaron a llegar a España y fueron encontrando un caldo de cultivo en aquella gente, que poco a poco se va organizando en sindicatos”. Así, tras una insurrección originada en Cataluña, los campesinos de Casas Viejas decidieron cortar las comunicaciones del pueblo, asaltar el cuartel de la Guardia Civil e instaurar el comunismo libertario.  

Obstinación suicida

Uno de los aspectos que Pérez Montero ha querido dilucidar es por qué no prendió la llama anarquista en los alrededores, por ejemplo en su propia Medina Sidonia natal. “La gente de mi pueblo tuvo una reacción ambigua”, afirma. “Siempre han considerado los sucesos parte de su historia, pero la han mirado también un poco de soslayo. Al ser la historia de una derrota, han dejado que la gente de Casas Viejas (hoy Benalup-Casas Viejas) cargue con el peso de la Historia. Si hubiera sido un triunfo, seguramente lo habrían reivindicado como propio”.

“Por otro lado”, prosigue el escritor, “los anarquistas de Medina no participaron en los sucesos, principalmente, porque la huelga que encendió la mecha se había desconvocado el día antes, mientras que los de Casas Viejas siguieron adelante con una obstinación suicida. Se les ha achacado con frecuencia que dejaron solos a los compañeros, pero lo cierto es que estos se aislaron, cortaron las carreteras y la línea telefónica, tirotearon el cuartel y mataron a dos guardias”.

El saldo de aquel levantamiento y de la posterior represión es bien conocido: 28 campesinos muertos, además de los dos guardias civiles citados y uno más de asalto. También se sabe que la respuesta del gobierno abrió una profunda crisis en el gobierno de la República encabezada por Manuel Azaña. En su novela, Pérez Montero trata también de mostrar ese ángulo: “El proyecto de la República estaba bien intencionado por sus promotores y sus gestores intelectuales, con los grandes nombres de la generación del 98 al frente. Es un proyecto que fracasa porque en España no está consolidada una clase media, que es la que vota y equilibra las tendencias extremas para que la democracia se asiente. Aquí lo que hay es un extremo de miserables, la gran mayoría de la población, y una minoría de propietarios con un sistema económico muy obsoleto respecto a la Europa del momento. Los trabajadores que se dejaban la vida en los surcos, los segadores, fueron utilizados como la espoleta para que se produjera la explosión”.

Todo ello lo ha ido asimilando Pérez Montero a lo largo de muchos años, apoyado en herramientas bibliográficas fundamentales como las 1.200 páginas que escribió sobre el tema Salustiano Gutiérrez Baena, “prácticamente un compendio de todo lo que se ha escrito sobre Casas Viejas”, o la autobiografía del alcalde José Suárez. “A partir de estos materiales empecé a pergeñar algunos relatos cortos, y cuando me lancé a convertirlos en novela fue muy rápido: en cuatro o cinco meses ya tenía el cuerpo central de la historia”.

Un tema normalizado

Para el autor de novelas como Tarde sin orillas o Eras la noche, la masacre de Casas Viejas sigue fascinando no solo como una página terrible del pasado, sino también por lo que nos enseña del presente. “Nos recuerda que los extremismos llevan a situaciones como aquella. Yo confío en que el deterioro de la clase media española, el incremento de la desigualdad que venimos viviendo estos años, no siga progresando. Pero si la riqueza se sigue acumulando en un extremo y la pobreza en el otro, el propio sistema acabará buscando soluciones drásticas y podríamos vernos envueltos en otra catástrofe histórica. Los extremos intentan siempre imponer sus soluciones de manera violenta”.

Por otro lado, desde que apareció la novela Tres días del 33, Pérez Montero ha podido comprobar que la memoria de Casas Viejas está cada vez más normalizada entre sus vecinos. Ya no se habla de ello con susurros, como cuando era niño. “La mayoría de la gente aquí se interesa por el tema, es normal, y me comentan con naturalidad algunas cosas que les sorprenden, que difieren de lo que les habían contado”, dice.

“No obstante, yo no he querido escribir una obra histórica, sino hacer literatura. Colocar una base histórica bien firme sí, sólida y fiel a los acontecimientos, pero para a partir de ahí levantar un edificio narrativo. Mi libro, debo subrayarlo, es profundamente poético. Con él he querido que la palabra se erija triunfadora sobre la violencia”.    

 

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