Navidad en precario: la fiesta interminable de la pobreza
Felipe y Leticia son reyes en elaborar banquetes para pobres. A casa de Luis no llegará ni un sobre con dinero negro. Siquiera una simple felicitación navideña. Esperanza y Cristina, mujeres de armas tomar, apenas desarmarán estos días la frágil coraza de una gamba. Mariano, presidente de la comunidad de vecinos, hace recuento y de memoria alterna en retahíla las familias del barrio que han caído en desgracia: crisis más desempleo igual a exclusión social. No falla.
Da igual en qué pueblo o ciudad –en cualquiera– vivan estas personas. O que los nombres que aparecen en el reportaje sean ficticios. Por caso, arrastran historias corrientes, aventuras de lo cotidiano. Las calles están llenas de supervivientes. La miseria llegó para quedarse, asumen. Y si el día a día requiere encaje de bolillos, la exigencia consumista de estas fechas es, para muchos, la navidad en precario, la fiesta interminable de la pobreza.
“Podemos decir que en muchos aspectos la crisis ya es historia del pasado”, dijo Rajoy, presidente de Gobierno. Vale que, por el revuelo de la sentencia, matizó horas más tarde: “La crisis es historia, pero no sus secuelas”. El nuevo rey, Felipe VI, subraya en su primer discurso navideño: “No debemos dejarnos vencer por el pesimismo, el malestar social o por el desánimo”. Cinturones preparados. Rajoy avisa: “2015 será el año del despegue definitivo”. De la economía, precisa.
La miseria “nos come”
Felipe, Leticia, Cristina, Esperanza, Mariano y Luis. Quizás haya quien asocie cada nombre propio a un personaje popular. Pura coincidencia. Las comparaciones son odiosas, reza el proverbio. Los ricos también lloran, apunta otra frase hecha. Más allá de la España que hace tiempo olvidó la recesión, están ellos. Los que caminan con el frío lastre de la exclusión social. Las familias en crisis.
“¿Estas fechas? Duras, como todos los meses, pero un poquito más”. Mariano conoce las familias que aprietan sus vidas en un barrio humilde, popular, obrero. El paro aplasta cualquier intento “de levantar cabeza”, dice. “Hay mucha necesidad y no se ve salida”. Ni trabajo ni giro de timón que aviste horizonte tranquilo. La gente estos días “sonríe, intenta ser feliz”, pero la miseria “está aquí, nos come”.
Una de estas familias que nada contracorriente la encabezan Felipe y Leticia. Nombres simulados, como el resto. No así las facturas que acumulan: Luz y agua impagadas, un alquiler “no muy alto, pero que cuesta pagar”. ¿Banquetes navideños? “Eso está muy difícil”. Y sonríen. Conforman a sus hijos con alguna comida “un poquito especial”. También acuden a alguna asociación en busca de apoyo. ¿Regalos de reyes, papá Noel? Se miran. “Algo caerá”.
Cristina es de Nigeria y lleva en España casi el mismo tiempo que la recesión económica. Cada mañana, junto a su marido y un par de “amigos de mi país”, acuden a su “trabajo”. En un cruce de carreteras, cada semáforo es una 'oficina' de ventas: pañuelos de papel, ambientadores para el coche, rosarios… Tiene un hijo “con cuatro años”. No necesitan mucho “para vivir”, sostiene, “pero ahora está todo más difícil que nunca”. Pese a todo, quieren vivir en España. “Futuro”. Hay quien les compra algo, quien les da una aportación, quien les deja ropa. “Un día te contaré mucho la historia”. De cómo cruzaron el continente africano, alude.
“Esto, así, no tiene solución”
Pese a que “la crisis es historia”, anda Rajoy timorato para rascar el bolsillo de un país que encara “el despegue definitivo”. La subida del salario mínimo interprofesional será de 3,3 euros en 2015. De 645,3 euros pasa a 648,6 al mes. Un 0,25% aumentan las pensiones, el mínimo que marca la ley. “Si los precios bajan no tienen por qué subir mucho los sueldos”, zanja el presidente español. No parecen números para tirar cohetes. Eso para nochevieja. Lo de tirar cohetes.
“Vaya fin de año que me han dado”. Luis está “asustado, el futuro se complica”, cuenta. Recibió, en efecto, un sobre. Que no traía ni paga extra ni mensajes de paz, sino la carta de despido. Punto y final a una década de trabajo ininterrumpido que lo convertía “casi en un privilegiado”. La crisis y el paro eran fantasmas que oscurecían hogares cercanos. Hasta que tocó la puerta de su casa. “Hace unos meses despidieron a mi mujer y ahora a mí”, relata, con una mueca de preocupación. Habla de hipoteca, de corrupción, impunidad, pérdida de derechos… “Esto, así, no tiene solución. Hay que cambiar el país”, sentencia.
“La crisis siempre para los mismos”, reafirma Esperanza, pensionista y soporte económico de su familia. Lleva “toda la vida luchando” y no esperaba ese estatus, ocupar de nuevo el vértice. “Pero es que no hay trabajo y con lo que tengo no me llega para todos”. Para ella y su hija, su yerno, sus nietos… Desempleo crónico. “¿Las gambas y el jamón? Eso serán los ricos, nosotros poco vamos a ver de eso. Lo que tienen que hacer es repartir el trabajo, que no se lo queden todo ellos”. Oligarquía. Esperanza no entiende “esa palabra”.
Una navidad en precario debe ser caótica, interminable. La pobreza no sabe de bromas. ¿Imaginan un país de pobres incapaces de comprar un juguete a sus hijos? ¿Imaginan familias sin banquetes festivos? Que le pregunten, verdad, a Felipe, Leticia, Cristina, Mariano, Luis y Esperanza.