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Lo extraordinario de la vida rural de la mano de lugareños

Rebaño de cabras.

Néstor Cenizo

Durante décadas, la Costa del Sol ha absorbido casi todo el turismo en la provincia de Málaga. Benalmádena, Fuengirola, Marbella, Estepona o ahora la propia capital están entre los destinos más demandados de España. El reto para los pueblos del interior es lograr que una parte de los muchos visitantes que atrae la costa pasen algún día disfrutando de los atractivos de la Málaga rural. Esa es la idea que ha dado como resultado el proyecto “cicerones rurales”, que trata de ofrecer rutas por el interior de la provincia de la mano de quienes mejor pueden hacer de guía: los propios lugareños.

“La costa es importante pero es el momento que los pueblos se den a conocer”, opina Toñi Trujillo, que a través de Axarguías ofrece hasta siete rutas por pueblos como Casabermeja, Archez, Cómpeta y Salares, Frigiliana, Moclinejo o Macharaviaya. Trujillo, que es guía turística, cree que hay una demanda de turismo de “experiencias auténticas, no enlatado”. De actividades en las que, dice, el turista “se manche las manos”. “Lo que para la gente de pueblo es normal, para los que vienen de fuera puede ser nuevo y extraordinario”, explica. Este otoño recibió la visita de un grupo de finlandeses, y ese día se pusieron de parto dos cabras: “Ese día no hicimos pastoreo, ¡estuvimos pendientes de las cabras!”.

Aquellos finlandeses habían elegido hacer la ruta de la cabra malagueña en Casabermeja, cerca de El Torcal de Antequera. Se visita la Casa de la cabra malagueña, se muestran los hitos del pueblo (que tiene un singular cementerio), se realiza una cata o un taller de elaboración de quesos y se termina con el pastoreo. La leche de la cabra malagueña es de gran calidad y óptima para el queso, así que Toñi se lleva una cántara y el pastor ayuda a ordeñarlas y explica cómo es su vida diaria. También enseña a tirar con honda, comenta.

En Casabermeja también está la Terraza de Eva, un restaurante donde finaliza la ruta del Pucherete que ofrece Eva González. Ella lleva a los turistas a ver gran parte de la provincia desde la Torre Zambra, una antigua torre vigía. Al llegar a la torre, dice Eva, nada mejor que un café de puchero bien caliente, de ahí el nombre. En su restaurante degustan productos locales de temporada, porque este proyecto de cicerones rurales está auspiciado, además de por la Diputación de Málaga, por el club gastronómico kilómetro cero.

Rutas el Pasero propone una visita guiada por los viñedos y lagares de El Borge, mientras que Abeto del Sur ofrece cinco rutas por la Sierra de las Nieves. Una de ellas, la ruta de la aceituna aloreña, permite conocer cómo se elabora este manjar, que es Denominación de Origen Protegida.

José Chaves guía a los visitantes hasta un olivo milenario, y luego los lleva a su finca, donde les enseña a recoger la aceituna a la manera tradicional. Luego explican cómo se hace el ordeño y recogen los ingredientes del aliño: tomillo, hinojo, ajo y pimiento. La experiencia incluye, obviamente, preparar el aliño y la llamada “prueba del huevo” para calcular el punto óptimo de la salmuera. Cada uno terminará el día con su propio tarro de aceitunas aloreñas. 

El proyecto pretende activar el emprendimiento en el ámbito rural. Dice Toñi Trujillo que esto también es innovación turística, y que ahora es el momento. Hay una mayor demanda, y lo nota: “La gente quiere volver a conectar con las raíces y el campo”. Se trata, según Eva González, de sacar al turista de la rutina de la hamaca, la cerveza y el Sol. “La gente viene con niños y se va encantada. Sienten la vista, el olor, el tacto, cómo se procesa… Todo generado aquí”, comenta Chaves. Y concluye Toñi Trujillo con una frase que resume el espíritu de los cicerones rurales: “Se trata sacar la riqueza de la vida diaria, hacerla extraordinaria”.

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