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Opinión - El extraño regreso de unas manos muy sucias. Por Pere Rusiñol

Juan Miguel Baquero

Mátészalka (Hungría) —

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Un mensaje, otro más, suena en el teléfono: “Disponemos de sitio, tiempo y fuerzas para acoger a una familia”. Las caravanas con ayuda humanitaria y destino a la frontera de Ucrania son una realidad más de esta guerra. Una de ellas arranca en el pueblo de Isla Mayor (Sevilla) para sumar en el camino de ida más de 3.500 kilómetros, pocas horas de sueño y un buen puñado de actos solidarios.

Este convoy andaluz transporta casi dos toneladas de comida y alimentos, sobre todo, pero también ropa o artículos de higiene. Las aportaciones económicas solidarias de decenas de familias han levantado a pulso la expedición.

"Tenemos una habitación, dispuestos a compartir nuestra casa con tres niños, mujer con hijos, pareja mayor, da igual", dice un nuevo texto

El paso más importante, en todo caso, sucederá de regreso. El gran propósito del viaje a la periferia del conflicto bélico es rescatar a más de 20 personas para su traslado a España. El destino para este fin es el paso fronterizo de Siret (Rumanía). “Ha sido impresionante la movilización y cómo en unos pocos días se ha hecho posible esta aventura”, indica el alcalde de Isla Mayor, Juan Molero, que encabeza el lance.

“Dentro del caos tan dramático que se vive hay gente allí que nos va a servir de apoyo”, explica el jefe de la Policía Local del municipio, Miguel Ángel Antúnez, uno de los organizadores de la caravana solidaria.

Cinco vehículos libres

La descarga de los cinco vehículos fletados habilitará espacio para el ansiado rescate. Un propósito que no es sencillo ni fácil de cerrar. Las numerosas gestiones previas continúan durante el camino para concretar en lo posible qué familias salen de suelo ucraniano, en principio madres e hijos, y que hogares españoles van a ser lugares de acogida temporal.

De ahí las incesantes llamadas, mensajes, correos electrónicos... “Tenemos una habitación, dispuestos a compartir nuestra casa con tres niños, mujer con hijos, pareja mayor, da igual”, dice un nuevo texto.

Las negociaciones desde el equipo que gestiona la caravana de Isla Mayor tienen como interlocutores a oenegés que trabajan sobre el terreno, desde Andalucía o con la propia Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Y, aun así, la incógnita sobrevuela cada momento. ¿Será posible rescatar a algunas familias? ¿Quedarán cubiertas las más de 20 plazas disponibles de regreso?

“¿Y si no hay opción de sacar a nadie?”, esboza apenas uno de los diez integrantes de la expedición. Un escenario que duele, aseguran, “solo de pensarlo”.

Documentación necesaria

Los refugiados precisan cumplir con el aporte de una documentación mínima: el pasaporte en el caso de los mayores de edad y acta de nacimiento los menores. De lo contrario entrarían al país en situación irregular. Y no es el objetivo de la caravana.

“Todo es una labor delicada” que se cuece entre colectivos de defensa de los Derechos Humanos, refiere Antúnez. “Sería una pena que después de tanto esfuerzo se cayera este sueño por la borda, aunque mantenemos la esperanza intacta”, subraya el alcalde isleño.

La caravana enfila los últimos centenares de kilómetros rumbo a Siret. La frontera de Ucrania aguarda y la viva imaginación del escenario tensiona los argumentos y redobla la producción de adrenalina.

“Todos los refugiados importan”

El convoy con ayuda humanitaria partió el pasado martes desde España. La salida quedó regada por aplausos y lágrimas de despedida. Y, también, con tierra del Sáhara que, a lomos de la calima, trae acaso el rastro de décadas de expulsión y refugio del pueblo saharaui. O el paso fronterizo de La Jonquera, que mantiene los ecos del exilio español en su huida del terror fascista. Y hasta la propia población isleña, que enraizó hace menos de un siglo en una marisma salvaje convertida en asilo vital.

Por delante quedaban entonces días de carretera. La subida a Francia y el trasiego por el país galo deja atrás las primeras etapas con una soltura primeriza. Ya la noche del miércoles sirve para perforar el norte de Italia y retar al alba en Blagovica (Eslovenia) tras apenas hora y pico de descanso. Delante, Budapest (Hungría) regala estampas fugaces de chillones tranvías, apresurados trasiegos callejeros, vetustos edificios y cinematográficas panorámicas del Danubio.

Y el encuentro, a las afueras, con otra caravana de bomberos que han salido de Francia con idéntico destino: Siret (Rumanía). O antes, con Mónaco a los pies, de una expedición de Murcia. La solidaridad circula por las carreteras de Europa.

La lluvia abre paso al hilo de estas últimas líneas entre el vaivén de las primeras carreteras secundarias. Atrás dormitan las autovías de Francia, Italia, Eslovenia... Queda el tramo postrero. En el horizonte asomará la frontera de Ucrania, el drama de los que huyen, el terror, la barbarie, y un par de frases como asignaturas pendientes: “No a la guerra” y “Todos los refugiados importan”.

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