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La ajetreada historia de la plaza de Salamero, en Zaragoza

Plaza Salamero en los años 70

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Decía Josep Pla que una plaza es un espacio de aire colocado delante de un gran edificio. Al contemplar la planicie en qué ha venido a parar la de Salamero, conocida popularmente como del Carbón, hay que dar la razón al escritor catalán. Un engendro de oficinas levantado en los años 70 del siglo XX achanta uno de los entornos históricos de la ciudad más castigado por las transformaciones urbanas. Desde la plazuela de San Roque hasta la del Carmen, pasando por la propia de Salamero y transitando por la calle de Azoque, se despliega un costurón una y otra vez abierto y remendado.

La Morería

Tras la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador, la población musulmana fue trasladada fuera del recinto amurallado de la ciudad, que transcurría por el Coso. Nos recuerda Tomás Ximénez de Embún en su descripción de la Zaragoza antigua que “ocupaba la Morería las calles del Azoque, Lezo, Morería Cerrada, plaza de San Lamberto, calles de Pero Marta, Serón y otras adyacentes”. Hasta entrado el siglo XX existió una calle angulosa llamada de la Meca que desembocaba junto a la Iglesia de los Escolapios. El extremo de este tramo desaparecido fue portón que conducía desde los barrios musulmanes al interior de la ciudad. El otro punto de acceso se situaba en la hoy plazuela de San Roque.

En este entorno se conformó ese vericueto callejero tan propio del urbanismo musulmán. Cuando en febrero de 1495 el médico y viajero alemán Hieronymus Münzer visitó Zaragoza anotó sobre la Morería lo siguiente: “Los musulmanes, más abajo del monasterio de Menores (se refiere a los frailes Menores del convento de San Francisco que ocupaba el lugar de la actual Diputación Provincial en la plaza de España), está el barrio de los moros. Las casas en él son buenas y limpias, y tienen también sus tiendas y su mezquita”. De ello no ha quedado rastro alguno, salvo los callejones de San Jerónimo y el Laurel, sombríos, ceñidos, sugerentes.

Un espacio para la brujería y la devoción

En la plaza de Salamero se hallaría la mezquita mayor y frente a ella se disponían la alfóndiga- otro antiguo nombre de la plaza- así como el zoco, de donde procede la actual denominación de la calle “Azoque”. Tras la obligada conversión de musulmanes en 1526, la Morería fue poblándose por “cristianos viejos”. Ximénez de Embún nos recuerda que allí habitaba un pueblo supersticioso “tenazmente entregado a sortilegios y hechicerías”.

En el solar que dejó la mezquita mayor se fundó en diciembre de 1553 el Convento de la Santa Fe de las Hermanas Dominicas, conocido como de las “Arrepentidas”, por albergar un correccional de mujeres.

Transcurrieron los siglos en la paz baldía de los monasterios hasta que el “espíritu de los tiempos” irrumpió en la ciudad. Los sitios a que fue sometida Zaragoza por las tropas de Napoleón en 1808 y 1809 permitieron a sus vecinos dar muestras de heroicidad, o disparate. Tal fue el caso de Miguel Salamero, un comerciante que defendió la posición del convento frente al avance de las armas francesas. En recuerdo de tales hechos su nombre quedó ligado al de la plaza. Aunque, como dijimos, la de Salamero fue conocida indistintamente como del Carbón, por ser el punto de distribución municipal de dicho combustible. Y para embolicar más las cosas, por Carbón se designaba asimismo a otra plaza, hoy de nombre Santiago Sas, otro héroe más del callejero.

Desamortización, golpe de Estado y especulación

Con la Desamortización en marcha, el ya ex-convento de Santa Fe acabó gestionado por la Sociedad Económica Aragonesa y la Academia de San Luis. Allí se instalaron en 1845 las Escuelas de Bellas Artes y el Museo provincial de pinturas. La Guía de Zaragoza de 1860 deja testimonio de que allí se encontraban, en tal fecha, “334 cuadros, colocados en dos magníficos salones y en la galería que da entrada a los mismos.” Algunas fotografías de época dan testimonio de la amplitud del convento. Sin embargo, su paulatino deterioro comenzó a plantear la necesidad de trasladar sus obras de arte a otra ubicación. Se pensó en la Casa de los Zaporta, pero finalmente acabaron en el actual emplazamiento del Museo Provincial en plaza de los Sitios. Ya sin utilidad práctica, el convento acabó demolido y el solar cedido por el Gobierno al Ayuntamiento para ampliar la plaza.  

Durante la Segunda República, en una renovada plaza de Salamero estuvo situado el busto del escritor y periodista bilbilitano Joaquín Dicenta. A él se le deben crónicas de contenido social en numerosos diarios republicanos a principios del siglo XX. El arraigo de Dicenta en la conciencia de las clases populares provocó que su busto fuera atacado por los falangistas tras el golpe de 1936, de tal forma que hubo de retirarse y trasladarlo al Parque Grande, actual José Antonio Labordeta.

Tras la guerra civil, llegó la remodelación de la placilla de San Roque y de la calle Teniente Coronel Valenzuela, costanera a Salamero por su lado este y lateral de los jardines del desaparecido palacio de los condes de Fuentes. Se formaron así lotes de terrenos que fueron a parar a la aseguradora La Adriática, que construyó el rascacielos que aún se conserva; al Banco de Aragón, que amplió su sede; y a las Escolapias, en el tramo de la calle Palomeque. Para darnos una idea del capital acumulado durante la guerra y del nivel de especulación alcanzado, por el solar sobre el que la aseguradora edificó su sede pagó 10.136,5 pesetas el metro cuadrado, cuando su precio inicial era de 3.000 pesetas. En recuerdo de ese maridaje financiero-católico nos queda la imagen de las torres de la Iglesia de la Mantería contiguas a la del edificio de La Adriática.

Previamente al pelotazo la piqueta hizo acto de presencia y arrasó el Arco de San Roque y, entre otras edificaciones, la casa de la familia Goya en Zaragoza, de la que ahora queda como testimonio un bingo del mismo nombre.

Un espacio de tránsito

Pulsemos por un momento el botón de pausa. Esta plaza de Salamero atempera el ajetreo que le proporciona su entorno, a medio camino entre la parte “prohibida” de la ciudad, formada por plaza de San Lamberto y alrededores, y los burgueses paseos de la Independencia y Coso. Antaño, los charlatanes encontraban allí el auditorio ideal para colocar sus baratijas, mientras las taquillas de diversos espectáculos se abrían formando corrillos de ociosos. En Salamero se ubicaron bares tan castizos como El Pozal, lugar de encuentro de toreros y periodistas que durante la década de los sesenta devino en tasca barata para solaz de poetas y bromistas del Niké. En el otro extremo de la plaza se mantuvo hasta hace poco el bar Lagasca, inaugurado en 1943 en la bulliciosa calleja de la Biblioteca, desaparecida con las transformaciones urbanas posteriores. Reiniciemos aquí de nuevo la marcha.

De la mano de los planes urbanísticos “San Ildefonso” y “Vía Imperial”, el saneamiento de la zona se hizo durante los años setenta tomando al automóvil como protagonista principal, decisión cuyas consecuencias sufrimos hoy. Las reformas dejaron como resultado un parking de techumbre frágil y esa mole de hormigón que ha convertido una plaza acogedora en lugar amedrentado. Es el engendro al que me refería al inicio de estas líneas, testimonio y advertencia de las fechorías urbanísticas cometidas en esta ciudad, y de las que están por venir.  

Hoy, más plaza que nunca, semeja una estepa zen atravesada por el vozarrón del cierzo. Le sientan bien los versos de Juan Ignacio Ciordia, quien tal vez los imaginara al salir de alguna de aquellas tabernas cercanas:

La Plaza del Carbón duerme en la cuna del crepúsculo

donde se asoma el mar con la luna desnuda.“ 

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