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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Desmemoria histórica

Reproducción del acta de destitución del último Ayuntamiento republicano de Ejea de los Caballeros por parte de un representante del ejército sublevado contra la República. 19 de julio de 1936.
17 de octubre de 2025 05:31 h

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Más de un 21% de los españoles declara en una encuesta que la dictadura de Franco fue buena o muy buena y que es mejor que la democracia. Lo recoge el CIS. La cifra es llamativa, más si tenemos en cuenta que hacer una afirmación así dentro del régimen que añoran, ensalzando otro, les habría costado la vida. Se estima que entre 150.000 y 200.000 personas fueron asesinadas tras el golpe de Estado, lejos de las trincheras, por no comulgar con el bando nacional o simplemente por ser sospechosos de ello, sin encuesta mediante. 

Coincide este demoledor sondeo con la apertura de una de las fosas comunes más grandes de la Guerra Civil en Aragón situada lejos de los frentes donde se libró la guerra: Ejea de los Caballeros. La Asociación de Memoria Histórica Batallón Cinco Villas calcula que todavía yacen allí los restos de 160 personas. Un monolito erigido junto a la fosa en 2008 recoge los nombres de 29 mujeres y 388 hombres de 30 localidades diferentes que fueron fusilados en la comarca. El monumento pretende dignificar la sepultura de quienes no tuvieron justicia, ni posibilidad de defensa. 

El general Emilio Mola, a quien algunos solo recuerdan por ser el nombre de alguna calle por la que han paseado, afirmaba que, tras producirse la sublevación militar, había que “eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”. Así se hizo en Ejea. Hasta el conserje del ayuntamiento acabó en aquella fosa. Miguel Sarría Guillemes fue enterrado con el zapato con alza que delataba su cojera por fuera de la tierra, apostillando la saña con la que fue asesinado junto a otros inocentes. Ahí sigue, junto a ellos. Lo cuenta su nieto, Fernando Sarría en su libro '1957'. 

En la tapia de ese cementerio recogió la familia de mi abuelo Mariano a su hermano Carmelo para enterrarlo digna y cristianamente en ese mismo camposanto. Fue detenido el 7 de octubre del 36 y asesinado dos días más tarde. Tenía 33 años. Había sido concejal en el ayuntamiento y estaba afiliado a la UGT. La idea era aniquilar toda idea contraria a la del bando sublevado o a quien pueda esparcirla. La historia de Miguel o la de Carmelo ha llegado de forma muy escueta o residual a sus descendientes, así ha sido en muchas casas. El terror impuesto por el bando sublevado condenó al silencio a las víctimas y al desconocimiento a las generaciones posteriores. Y de aquellos barros, estos lodos. 

La desmemoria y el desconocimiento amenazan 50 años después de la muerte de aquel dictador a la democracia que surgió después. Aquella España derrotada que no pudo llorar a sus muertos y a la que se condenó al silencio aprendió a convivir en paz con sus verdugos y delatores pero no pudo trasladar a las generaciones posteriores su experiencia para que aquel horror no vuelva a repetirse. Aquellos hombres y mujeres que murieron tras el golpe de Estado lo hicieron por defender unos valores democráticos como los que hoy permiten a 1 de cada 5 españoles decir con libertad que con Franco se vivía mejor. 

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