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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

“Jerigonza” a la aragonesa

Plácido Diez

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Si la preocupación por los políticos alcanza máximos históricos, solo superada por el paro según el barómetro del CIS del pasado mes de julio, es porque los españoles están percibiendo que podemos estar ante los peores líderes de la historia democrática y empiezan a estar hartos de tanta escenificación forzada y exhibicionista, de tanta crispación y guerra, más propias de los juegos de la “playstation” o de series como “Juego de Tronos” que de una relación madura con el interés general.

Aragón, con una investidura del presidente Lambán tan innovadora como arriesgada, ha sido una excepción porque ha roto la política de bloques. Se han puesto de acuerdo cinco fuerzas políticas, cuatro de izquierdas y una aragonesista de centroderecha. Junto a Baleares, Aragón tiene el Parlamento más diverso de España con ocho partidos que representan a una comunidad de poco más de un millón trescientos mil habitantes.

Existía un precedente en 1999 de un Gobierno PSOE-PAR apoyado por los diputados de Izquierda Unida que dio la presidencia a Marcelino Iglesias que no había sido el candidato más votado. En el caso de Javier Lambán, además de haber sacado adelante una negociación muy compleja con sensibilidad, tozudez, naturalidad y discreción, sin “reality-show” en las redes sociales, (hay un acuerdo con cuatro fuerzas políticas, las que entran en el Ejecutivo, y otro con IU que decidió quedarse fuera), sí que era el candidato más votado.

La innovadora fórmula aragonesa tiene en común con la denominada “jerigonza” portuguesa -término acuñado por el columnista conservador Vasco Piludo Valente, antes de que fuera elegido presidente el socialista Antonio Costa, para definir lo que sería imposible de explicar- el haber sabido entender la correlación de fuerzas, el impedir que la ultraderecha decida el Gobierno de Aragón, y el no perder una oportunidad de entendimiento que estaban reclamando muchos ciudadanos.

Difiere radicalmente en que en Aragón es decisiva con sus tres diputados una fuerza aragonesista de centroderecha, que se ha querido desmarcar del trío antisanchista con el que compite electoralmente, PP, Ciudadanos y Vox, y en que se va a formar un novedoso cuatripartito mientras que en Portugal tanto el Bloco de Esquerda, aliado de Podemos, como el euroescéptico Partido Comunista Portugués (PCP) negociaron por separado y desde fuera del Ejecutivo el respaldo a un Gobierno minoritario socialista. Desde la “revolución de los claveles” de 1974, la izquierda nunca se había entendido para gobernar, se habían llevado como el perro y el gato.

Esos acuerdos que son tan difíciles de explicar, y que van a dar una enorme viveza a esta legislatura en las Cortes de Aragón, son más fáciles de explicar si se analiza el talante y también las aspiraciones de los negociadores.

El líder de CHA, José Luis Soro, lo clavó cuando afirmó que “en política es esencial distinguir entre qué es importante y qué es accesorio”. Maru Díaz y Nacho Escartín, después del fuerte retroceso en las pasadas elecciones autonómicas, han sido consistentes y comprometidos para interpretar lo que les estaban pidiendo los votantes. En una demostración de generosidad, IU, con Álvaro Sanz al frente, ha renunciado a estar en el Ejecutivo para vigilar desde fuera la ejecución de las políticas que tienen que beneficiar a la mayoría social.

Y Arturo Aliaga, el líder más conocido del centroderecha en Aragón, ha conseguido con la vicepresidencia, y su excelente interlocución con el mundo empresarial, económico y financiero, la centralidad y la utilidad que buscaba para recuperarse de la pérdida de apoyo electoral, dramática en el voto urbano.

La innovadora fórmula también presenta un llamativo cóctel generacional entre sesentenos con reflejos, olfato y memoria, sin escenificaciones abusivas en las redes sociales, y treintañeros que aportan, desde la filosofía aristotélica, una enorme sensibilidad por los vertiginosos cambios sociales, de minorías y diversidad, tecnológicos, digitales y verdes.

Aragón, esta vez, se ha salido del estándar, del molde electoral, para abrir, por qué no, un camino que puede reconfortar a muchos electores, que puede ser útil para ir recuperando la cultura del acuerdo frente al bloqueo institucional que tanto penaliza a todos los ciudadanos y, en particular, a los más vulnerables.

En Portugal a pesar de la fuerte presión inicial de la Comisión Europea, la “jerigonza”, lo que sería imposible de explicar, ha traído en los últimos años restituciones de salarios y derechos sociales, aumento de las rentas disponibles y del consumo interno, textos escolares gratuitos, transporte público y matrículas universitarias más accesibles, nuevos tipos fiscales con aumentos en los patrimonios inmobiliarios de mayor valor, una caída del paro del 14,5 por ciento al 6,5 por ciento en los últimos cinco años, y la corrección del déficit presupuestario. Por el contrario, se ha deteriorado el transporte público y el Servicio Nacional de Salud que necesitan más inversión pública.

Aunque sea con turbulencias, no está mal el balance final de los acuerdos, de la gobernabilidad y de la estabilidad.

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