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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Miedo al miedo

Maru Díaz

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“No hacen falta monstruos, asesinos o fantasmas para probar nuestro miedo, el mayor desasosiego lo crea nuestra propia imaginación”.

Así describía el director de cine Vincente Minnelli cómo funciona el miedo y aunque la cita refería al cine, bien nos sirve para describir el dispositivo que está activando la derecha de nuestro país en torno a la inmigración. Como dice Minnelli, intuir el peligro siempre es más angustioso que verlo y por eso, el cine está lleno de escenas de terror que suceden detrás de una puerta que no nos deja ver lo que ocurre dentro. No hace falta ver el miedo para sentirlo, es más, como demostró una de las primeras películas de Amenábar, Tesis, el miedo es fundamentalmente prerrogativa de nuestra mente por lo que no es necesaria una situación efectiva de peligro para despertarlo, simplemente basta con activar nuestra imaginación y anticipar los monstruos.

Este mecanismo inherente al miedo en el ser humano ha sido controlado a la perfección por todas aquellas ideologías xenófobas que han activado el miedo al inmigrante como mecanismo para afianzar su nicho de votos. Activar el botón del miedo colectivo es bien sencillo, basta con hacer imaginar una amenaza exterior que, aunque desconocida en realidad, nos saca de nuestra zona de confort. Como dice el antropólogo José Luis Cardero, el dispositivo del miedo busca fundamentalmente provocar una reacción en aquel que lo padece, una reacción, podríamos añadir nosotros, de búsqueda de seguridad en lo conocido, de control a través de limitar nuestra zona de confort. De nuevo el cine lo muestra a la perfección, ante el miedo intuido, los protagonistas tratan de controlar la escena y el espacio creando barreras, bien físicas o mágicas, frente a lo desconocido.

Con el miedo al inmigrante ocurre lo mismo, proyectar colectivamente el riesgo de una llegada masiva de aquellos que no son nosotros, de aquellos a los que no ponemos cara, o como decían los antiguos griegos, de los bárbaros, de los que no hablan nuestra lengua despierta instintivamente nuestro miedo. El inmigrante, para que funcione como catalizador del miedo, ha de ser representado como lo siniestro, como lo que no nos es familiar, por lo que, en la imaginación inducida por la extrema derecha, tendrá siempre rostro de lo antagonista, de aquello que sea incompatible con nuestras costumbres y creencias y que tenga la fuerza de cuestionarlas desde fuera. Y de ahí que la identificación extranjero con yihadista funcione tan bien en estos dispositivos ideológicos.

Con estos ingredientes la receta está servida. No es necesario que los datos sobre la amenaza real concuerden o no con el discurso creado en torno a ella, basta con que seamos capaces de imaginarla para que el miedo se active y despierte el instinto de protección y de control que acaba por poner en marcha la distinción nosotros/ellos tan efectiva para las ideologías fascistas de las primeras décadas del siglo pasado.

Esta receta mágica y tremendamente peligrosa es la que ha puesto en marcha en las últimas semanas gente como Pablo Casado o Albert Rivera. Da igual que ACNUR se canse de asegurar que las llegadas de inmigrantes a las costas europeas ha descendido este año con respecto a los años pasados, la realidad, los datos, no desmontan el dispositivo de la derecha porque, como hemos constatado, para despertar el miedo no hacen falta amenazas reales sino imaginarios verosímiles. Incluso son más potentes cuando habitan ese espacio de sospecha, de tensión narrativa, de obligarnos a estar expectantes ante la consumación del susto, ahí la potencia de respuesta conservadora es demoledora. Y da igual que se demuestre que la radicalización yihadista se produce mayoritariamente entre ciudadanos ya europeos de segunda y tercera generación, el rostro que han tomado los sin rostro del Aquarius responde al terror de aquel otro desconocido y que viene a atentar contra nuestro orden social y esto de nuevo despierta una respuesta conservadora demoledora.

He aquí el miedo, en todo su esplendor, y he aquí nuestra responsabilidad social para desactivar su dispositivo. Para ello, lo fundamental es revelarlo como ficción, porque es ahí donde deja de ser efectivo. Al miedo no se le combate con datos, porque los datos atacan a una pulsión activada y en pleno apogeo, ante lo que se muestran inútiles. ¿La solución? Señalar el propio dispositivo como algo creado, inventado, ficcionado, o como en una peli de terror, parar el miedo echando la luz, mostrando los bastidores de la escenografía o la sangre falsa del actor. Explicitar el mecanismo para crear el miedo es a lo que realmente teme el miedo.

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