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Sobre este blog

Ayuda en Acción es una Organización No Gubernamental de Desarrollo independiente, aconfesional y apartidista  que trabaja en América, África y Asia con programas de desarrollo integral a largo plazo en diferentes ámbitos para mejorar las condiciones de vida de los niños y niñas, así como el de las familias y comunidades a través de proyectos autosostenibles y actividades de sensibilización.

Instrucciones para producir trece litros de leche

Lydia Molina. Periodista colaboradora de AEA

Vídeo: Salva Campillo/Lydia Molina —

La piel del rostro de Alejandrina Cueva está sonrojada. También la de sus manos, que se ha ido cuarteando con el tiempo. El sol no perdona en el cerro peruano de Chalapampa, donde comparte casa con su tío y su sobrina. Desde que pone el pie fuera de la cama a las cuatro de la mañana, no hay descanso: prepara el desayuno, recoge la casa, saca a los animales y sale a ordeñar. Son las seis y media. Allí la encontramos, en el pasto, preparada para empezar la tarea.

Comienza amarrando a las dos vacas, que comen despreocupadamente, y agarrando al ternero para acercarlo a su madre, “así es como suelta la leche, sino no sale”, aclara. El resto es paciencia, caricias y recitarle las mismas palabras y sonidos que todas las mañanas. “Hoy tarda más porque está nerviosa. No está acostumbrada a los de fuera. Siempre estamos solas”, dice justificando la actitud de sus animales. Unas caricias más y funciona: la leche empieza a caer en el cubo. Alejandrina ordeña hasta que consigue llenar la cántara, unos doce o trece litros, calcula, pero no siempre fue así. Antes de formar parte del proyecto de crianza de ganado que pusimos en marcha en Chalapampa, solo obtenía 3 o 4 litros al día. “Nos dieron inseminaciones para que las vaquitas fuesen mejores y ahora nos dan más leche”, reconoce.

Tradicionalmente, la gente en Bambamarca, distrito al que pertenece Chalapampa, ha estado dedicada a la ganadería, pero no era rentable porque apenas generaba ingresos económicos y tenía un fuerte impacto en el medio ambiente, debido a la tala indiscriminada de árboles para crear zonas donde pastaran los animales. Comenzamos trabajando en la reforestación, el cultivo de pastos de más calidad y la formación de los ganaderos que quisieron participar en el proyecto, como Alejandrina. “Hemos formado a un grupo de personas que son los que se han dedicado a difundir ese conocimiento entre el resto de ganaderos. Les enseñamos la anatomía de la vaca, su ciclo reproductivo, enfermedades parasitarias e infecciosas y los requerimientos nutricionales”, asegura Manuel Huatay, de PRODIA, la organización socia a través de la que trabajamos en la zona.

También hemos introducido la inseminación artificial del ganado criollo, el originario de esta región, con la que los ganaderos tienen vacas más productivas. “Anteriormente, la reproducción era natural, pero mantener un toro reproductor es muy costoso para familias que no disponen de muchos recursos. Mediante esta técnica, hay un mejoramiento en el ganado con las mejores especies”, afirma Huatay.

Pero volvamos a Alejandrina, a la que dejamos con la cántara de leche preparada después de haber ordeñado sus vacas. Cuando termina el trabajo, se queda en silencio, sentada en la hierba, hasta que escucha el claxon de la camioneta que recorre el cerro, desde primera hora de la mañana, en busca de la leche de los proveedores, como ella. A su conductor, le entrega los trece litros que viajarán directamente desde su pasto a las manos de Rosendo Saavedra, que la convertirá en queso.

Rosendo es miembro de la asociación de productores de la planta quesera. Antes de dedicarse a esto, su familia trabajaba en el campo, del que obtenían lo básico, muy básico, para vivir. “No había ingresos económicos, era solo para el consumo”, afirma. Nos recibe en la puerta de la fábrica, una modesta construcción con la maquinaria indispensable para hacer el queso, un almacén donde guardan la producción de toda la semana y una pequeña tienda, en la que venden productos del día a día a la población de los alrededores. Los miembros de la asociación van rotando. Cada uno produce dos días a la semana y, cuando llega el domingo, se reúnen para cargar el camión que lleva sus quesos a Lima. “Siempre vi a mi madre vender quesos, pero producía muy poco y los vendía en el mercado muy baratos. No daba para vivir. Por eso cuando nos propusieron la quesería dije que sí, sin pensarlo. Siempre había tenido la idea de convertirme en uno”, reconoce Rosendo.

Esta planta quesera es la culminación de la cadenas productiva de la leche, que comienza con la reforestación, la mejora de los pastos y del ganado. “Hemos apoyado todo el proceso y son muchas las personas que se han visto beneficiadas”, recuerda Manuel Huatay. “Y lo hacemos sin asistencialismo, con gente que quiere aportar y construir juntos”.

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