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Índice Global del Hambre: para alimentar a la humanidad es imprescindible adaptarse al cambio climático

Índice Global del Hambre 2019

Laura Rodríguez

Adaptarse al cambio climático es imprescindible para alimentar a la población en el mundo, asegura el último Índice Global del Hambre, presentado este viernes en un evento que ha reunido a algunas de las mayores organizaciones de cooperación al desarrollo. Las cosechas y el ganado son cada vez más vulnerables a las sequías, las inundaciones, las tormentas y los fenómenos meteorológicos extremos por lo que se ha vuelto necesario encontrar modos de combatir las catástrofes para garantizar que los países puedan producir alimentos para nutrir a su población.

El ranking sobre el hambre en el mundo que elabora anualmente la plataforma europea de ONG Alliance 2015 señala que, a pesar de la reducción del hambre que se había conseguido desde el año 2000, la situación se ha estancado desde 2015 y hoy en día, el número de personas que no comen lo suficiente es mayor que hace cuatro años: de 785 millones de personas se ha pasado a 822 millones.

Las zonas más afectadas por el hambre se encuentran en el Asia meridional y el África subsahariana, pero se estima que hasta 45 países no alcanzarán niveles aceptables de nutrición para el 2030. Entre los países con situaciones alarmantes se encuentran Chad, Madagascar, Yemen y Zambia, siendo la República Centroafricana el único lugar del estudio con una situación de extrema emergencia. Burundi, la República Democrática del Congo, Sudán del Sur y Siria han quedado fuera del Índice por la dificultad de verificar sus datos, pero el informe los incluye como zonas de alta preocupación.

En casi todos los países es la población rural, que depende más directamente de las cosechas y carece de herramientas para hacer frente a los desastres naturales, la que padece las peores consecuencias. Según la FAO, las sequías son el fenómeno más perjudicial para los agricultores y ganaderos, pero las regiones sufren también por la disminución del pescado y la falta de recursos hídricos, que en la actualidad afecta a casi un cuarto de la población mundial.

El cambio climático, además, puede empeorar el valor nutricional de los alimentos. Varios estudios recientes señalan que una mayor concentración de CO en la atmósfera reduce el contenido de proteínas, zinc y hierro en cultivos como el arroz, del que dependen 2.000 millones de personas. Las inundaciones o mayor intensidad de las lluvias en otras regiones pueden promover en las plantaciones la aparición de moho y de toxinas como las aflatoxinas, que se relacionan con un mayor riesgo de cáncer y retraso en el crecimiento de los niños.

Para Rupa Mukerji, contribuidora del informe del IPCC y autora de la sección sobre medio ambiente del Índice Global del Hambre, ya no se trata solo de frenar el cambio climático sino de adaptarse para amortiguar su impacto. La agricultura debe preparase para las nuevas temperaturas y fenómenos meteorológicos que ya padece pero también tiene que convertirse en una medida de mitigación a través de la mejora de la gestión de la tierra y los fertilizantes, la aplicación de biocarbón, el manejo más apropiado de los residuos, la alimentación más conveniente de los animales o el uso eficaz de la tierra de pastoreo.

“No podemos evitar las sequías, pero sí que la gente se muera de hambre”, señaló en la presentación Enrique Reyes, director de la FAO en España. Como se incidió, hay que ver qué mecanismos funcionan o cuáles resultan inútiles.

Por ejemplo, los monocultivos, que se presentan a veces como una solución para absorber CO o como sustitución de combustible fósil, pueden generar otros problemas como reemplazar bosques naturales, reducir la biodiversidad y amenazar la agricultura de subsistencia

Tampoco las dietas globales son quizá lo más adecuado. Lo que puede ser bueno en una región, como la reducción de la carne en los países desarrollados o las regiones con más recursos, puede producir mayor desnutrición en otros lugares donde carecen de fuentes de proteína y otros nutrientes esenciales.

Al final, como insiste el estudio, la población local dispone de información relevante para su propio bienestar y hay que contar con ellos para aplicar cualquier medida. De momento, se trata de favorecer la adaptación al nuevo clima lo antes posible. Pero habrá que seguir buscando soluciones a largo plazo. Como advierte Mukerji, si la temperatura del planeta supera los 3 grados, algo que ocurrirá antes del 2100 si no reducimos nuestras emisiones, nuestros sistemas ya no podrán adaptarse más.

Esta sección en eldiario.es está realizada por Ballena Blanca. Puedes ver más sobre este proyecto periodístico aquí. aquí

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