¿Sirven de algo las suscripciones mensuales que ofrecen compensar nuestra huella de carbono?
Hoy existen todo tipo de suscripciones. Nos suscribimos a plataformas de música, de cine, al gimnasio, incluso al periódico digital. Y ahora pequeñas compañías empiecen a ofrecer también suscripciones mensuales online para compensar nuestra huella de carbono.
Siguiendo el modelo de Netflix o Spotify, estos servicios permiten calcular las emisiones que uno realiza en sus actividades diarias, como usar el coche o viajar en avión, y realizar una aportación económica que se destine a proyectos que reduzcan la producción de CO. La pregunta es: ¿Sirve esto realmente de algo o estamos ante otra forma de apaciguar nuestra conciencia sin demasiado esfuerzo?
“La compensación desde luego no es la única solución sino una herramienta que puede crear una diferencia”, contesta uno de los fundadores de la compañía noruega Chooose, Andreas Slettvoll. “No importa los cambios que realices en casa, estas acciones personales van a tener poco impacto en acelerar la producción de energía renovable en la India o Vietnam”.
Su organización asegura haber compensado el equivalente a 633.640 vuelos de Londres a Nueva York, a través de proyectos como una planta de biogás en Tailandia u otra de energía solar en la India. Todos ellos están avalados por Gold Standard, una de las asociaciones con más prestigio creada por entidades como WWF, aunque sus cifras son quizá demasiado halagüeñas.
Anja Kollmuss, una asesora de política climática que lleva 20 años trabajando con distintos gobiernos en la UE, nos explica que en el mercado de emisiones obligatorio se ha comprobado que tres cuartos de las compensaciones no alcanzan la reducción de CO que prometen. Incluso en el programa de la ONU Mecanismo de Desarrollo Limpio, un estudio estimó que hasta el 85% de sus iniciativas tenían “poca probabilidad” de conseguir una disminución real de los gases de efecto invernadero.
Aún cuando las intenciones son buenas, resulta muy complicado comprobar si realmente las acciones para acabar con las emisiones tendrán el mismo efecto que no haberlas producido.
“En general, un proyecto que evita las emisiones de NO en una planta de ácido nítrico será más fácil de cuantificar y dará beneficios más permanentes que un proyecto en el que plantamos árboles en pequeñas granjas para secuestrar carbono, ya que los árboles volverán a liberarlo si se cortan o queman. En muchos casos, las iniciativas más útiles son las que menos influyen en el bienestar social y de la comunidad, lo cual plantea un dilema”, señala Derik Broekhoff, un investigador del SEI, el Instituto de Estocolmo para el Medio Ambiente.
La gran pregunta, sin embargo, sigue siendo si estas soluciones resultan efectivas o si no estarán justificando nuestro estilo de vida, al darnos la impresión de que estamos actuando para frenar el cambio climático.
“En realidad, pueden hacer las dos cosas”, comenta Broekhoff. “Al ser tan fáciles de usar, resulta tentador usar la compensación como principal medida para reducir las emisiones. Pero eso sería un error. Los bonos de carbono solo deben contemplarse cuando no hay otra opción, por ejemplo, si necesitas usar el avión para un viaje de trabajo y no hay otra alternativa práctica”.
Sin embargo, las compensaciones siguen siendo la principal estrategia de muchas compañías e incluso de sectores enteros, como el de la aviación. En su caso, su programa de mitigaciones CORSIA presenta como principal medida que las compañías aéreas tengan que compensar su CO de manera voluntaria a partir de 2021 y de forma obligatoria a partir de 2026. Una acción que tendrá poco valor y será difícil de conseguir si los vuelos siguen aumentando.
Pero es que además el mercado de bonos se nos agota. “Las compensaciones voluntarias son una cosa del pasado”, asegura Anja Kollmus. “La cantidad de carbono que podemos emitir para no llegar a 2 ºC es tan pequeña —apenas tenemos 9 años si seguimos en los niveles actuales—, que ya no tenemos tiempo para compensar”.
Incluso si todas las compañías que ofrecen este servicio invirtieran su dinero en programas eficaces, lo cual no es el caso en este momento, no servirá de mucho si no evitamos emitir más. A la cuestión de si compensar justifica nuestra forma de vida, tenemos por tanto que añadir si resulta de verdad la mejor opción para reparar el daño que producen nuestras emisiones.
“Al final, necesitamos cambios en las políticas”, asegura Anja Kollmus, “por lo que, en mi opinión, es mejor mantenerse políticamente activo, ayudar a alguna ONG que busque crear nuevas leyes o apoyar, si se quiere, directamente un proyecto específico que conozcamos”.
Sin duda, como demuestran muchos estudios, las leyes parecen tener la llave para producir los verdaderos cambios a gran escala. Sin embargo, para otros investigadores, debe haber acciones mientras se implementan. Puede que la clave esté en el tipo de proyectos que financian. “En vez de compensar, por ejemplo, créditos de carbono”, señala Broekhoff, “podrían contribuir a que los países alcancen sus objetivos climáticos”. Y quizá puedan usarse para algo más que recaudar dinero.
Las plataformas ofrecen una fórmula fácil de participar a través de una cuota mensual por lo que, según Andreas Slettvoll, si se usan también para educar y enseñar soluciones positivas, “es un método mucho mejor para crear compromiso y cambio que culpar y señalar a las personas con el dedo”. Quizá sea cuestionable pero sin duda abre el debate sobre qué es más efectivo para que al final elijamos renunciar al coche o a nuestras vacaciones en avión.
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