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Sobre este blog

El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.

Mírala, mírala, mírala

Díaz Ayuso y Núñez Feijóo en el escenario del congreso del PP de Madrid, hace un año

José María Izquierdo

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Esta semana ha sido la del acuerdo entre sindicatos y patronal. Es difícil que haya alguna noticia que interese más a los millones de ciudadanos que viven de su sueldo. Tras un intenso Primero de mayo que ponía el acento en la subida de los salarios, frente al alza de precios agobiante, el pacto tiene más de una lectura. La obvia, que los currelas se llevarán todos los meses unos cuantos doblones más a la butxaca. Que no es moco de pavo. Pero el trato evidencia otro hecho bien relevante para el entorno en el que vivimos: la paz social, el logro del entendimiento entre partes enfrentadas, la negociación como base de la convivencia democrática. Hoy, España y sus ciudadanos de a pie, con las excepciones obligadas en cualquier sociedad compleja y avanzada, disfruta más de la calma que de la bronca, a pesar de que algunos tengan tan poco y los bancos ganen cada vez más millones. Salgan a la calle, viajen en metro, tómense una birra en un bar y miren a su alrededor. 

Pero ¡ah, amigos!, con la extrema derecha y el rampante trumpismo hemos tropezado. Lea usted cualquiera de los panfletos de la caverna, mal llamados periódicos y aún más insultante, serios o de referencia, y se dará usted cuenta de que sus ojos mentían, de que esa realidad tirando a sosegada que palpa en su vida diaria, en sus jornadas de trabajo, en el colegio de sus hijos, en los centros de mayores de sus padres o abuelos, en los mercados, en la vida, qué carajo, es una mentira absoluta, tejida por los socialcomunistas bolivarianos que nos gobiernan. Para ellos estamos todos a la gresca, porque Sánchez y los rojos de Podemos nos han hecho la existencia insufrible, nos tienen ahogados y han cercenado nuestras libertades, o acaso no se dan ustedes cuenta de que vivimos en un gulag dantesco, a las mazmorras todo disidente. Qué importa que el mundo real no dé para llenar ese imaginario, se inventan mentiras sobre los okupas -¡qué falsedad tan dañina!- o se afirma, contra toda lógica y sentido común, que el gobierno está destruyendo embalses. Tanto da, que las neuronas, ya se sabe, no están bien repartidas entre el género humano.  

Y aquí, en este marasmo de la mentira y el encono, en la rabia gratuita y el odio como norma de actuación política, se mueven en su ambiente, tal como hacen los espeluznantes peces abisales en sus profundidades, personajes de oscuro pelaje y aún más negra conciencia. ¿Qué tal Isabel Díaz Ayuso y el artífice del muñeco hablador, Miguel Ángel Rodríguez? ¿Qué se puede decir de alguien, como la reina del vermú y de quien le escriba sus discursos, seguramente aventajados discípulos del ya citado, capaz de decir en público que “la justicia social [es] un invento de la izquierda para promover el rencor?”. ¡Pero criatura, si hasta varios Papas, esos pontífices a los que ella besa sus caros ropajes, han escrito encíclicas con cientos y cientos de páginas en pro de la justicia social! El Ojo está seguro de que incluso hasta esas echadoras de cartas que ella considera respetables, como la mesiánica evangélica que adorna sus mítines, están por lograr lo mismo, un avenido dúo de adjetivo y sustantivo que a cualquier bien nacido debe placer. 

Pero la estrafalaria presidenta no necesita esgrimir argumentos reconocibles por cualquier sistema de inteligencia, incluso la artificial, ahora tan de moda, que seguramente sería incapaz de computar los dislates que salen de sus labios. Basta con que sus eslóganes, como los de las cervezas o los supermercados, lleguen al lugar del cerebro donde anidan las palancas de los sentimientos. Allí no existen verdades ni mentiras, que las buenas gentes del lugar, por hacernos el caritativo, sólo creen en aquello que viene a reconfirmar lo que sus higadillos les han dictado, vaya usted a saber por qué creen más a un loco como Trump, oigan sus tuits y juzguen, que a una racional Hillary Clinton, ahora a Biden, o por qué se fían más de Isabel Díaz Ayuso -¿les recordamos sus innumerables payasadas?- que de un riguroso Ángel Gabilondo entonces, hoy de Mónica García o Juan Lobato.   

Opinarán muchos lectores que de nuevo volvemos a dar muestras de un centralismo enfermizo hablando una y otra vez de Madrid, cuando las elecciones se celebran en doce comunidades. Quizá tengan su punto de razón, pero a lo mejor se entiende tanto afán por esta Comunidad cuando nos golpea que sea la más podrida en sus tuétanos desde que allá en 2003 -¡hace ya veinte años, veinte!- un golpe de mano con rasgos de delincuentes profesionales aupara a la presidencia madrileña a Esperanza Aguirre, desde entonces un feudo de la derecha más fanática y neoliberal. Añade la espantosa ministra de Educación y Cultura con Aznar a su brillante currículo el de ser la madrina y santificadora de cuanta basura se ha amontonado en la Puerta del Sol desde 2003. Y eso que el edificio, con acoger las mazmorras policiales del más sanguinario franquismo, traía suficiente carga de indignidad y mugre. Acumula Aguirre más méritos, que bajo su manto protector anidaron y crecieron vigorosos, como jugadores de baloncesto, decenas de randas, cuatreros y salteadores de caminos. Gürtel, Púnica, Lezo, Ciudad de la Justicia o Canal de Isabel II son algunos nombres por los que se conocen sus muchas  fechorías. Vicepresidentes y consejeros de sus gobiernos, además de alcaldes amparados por la baronesa han dado con sus huesos en la trena, corruptos hasta las cejas. Y los tribunales, a estas alturas, juzgando a sus colaboradores más íntimos. 

Ahí, en esa gusanera, es donde hay que enmarcar la figura de la pintoresca presidenta actual, nacida, amamantada y modelada en la misma granja que sus dilectos antecesores, reos incluidos. Sólo en un terreno así abonado puede nacer calabacín tan aberrante. Otro día hablaremos de sus guerras internas con Feijóo, con Abascal o con el sursuncorda. Quedémonos por hoy en que parece que al respetable le da igual que le roben o le insulten, como ha hecho la derecha desde 2003, e incluso le encuentran el gusto a la desfachatez y el desplante, antes que a la inteligencia o la integridad. Pero no se me desanimen, todavía queda tiempo, que siempre hay oportunidades para hacer las cosas bien, y evitar que vuelva a gobernarnos semejante estrella de la nada, o peor, del más cruel ultraliberalismo, vean la sanidad pública, observen la educación y sus muchos curas, asústense con las residencias de ancianos y sus vergonzantes miserias.

Adenda. Ante nuestra perpleja mirada, el arzobispo de Canterbury, una iglesia con 80 millones de fieles, poniendo coronas a rey y reina, lo que ustedes manden, majestades. Lujo, armiño y terciopelos, oro y diamantes, invitados ataviados con uniformes multicondecorados -¡cuánto pesa la chatarra!- o estrafalarias galas ridículas. Todo serviría para deslumbrar a los necios o bien, véanlo de otra manera, para incendiar las conciencias de millones y millones de seres humanos que literalmente se mueren de hambre. Un insulto a la dignidad y la inteligencia. Y todos tan contentos, qué bonito, qué carruajes, qué uniformes, cómo sonríen. Hasta a los caballos se les ve simpáticos.

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