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El futuro se llama hidrógeno verde
La situación actual de emergencia climática es tan preocupante que la Comisión Europea la ha calificado como “nuestro desafío generacional”. Es la tarea más importante que tenemos a corto y medio plazo para salvar, o al menos mitigar, los terribles efectos que provoca el cambio climático en todo el mundo.
En este camino, Europa es el actor que se ha mostrado más ambicioso: quiere ser la primera economía del mundo que consiga estar libre de emisiones de gases de efecto invernadero. La meta principal pasa por reducir las emisiones en al menos el 57% para el año 2030 y luego alcanzar la neutralidad climática en toda Europa en 2050, es decir, en menos de 30 años.
Pero para alcanzar este objetivo, para lograr realmente una verdadera y tangible reducción de las emisiones, Europa (y esto ya es aplicable al resto de potencias del mundo, empezando por China y Estados Unidos) está en plena transición energética.
Pues resulta que ya conocemos al protagonista de este cambio de paradigma: el hidrógeno verde. Desde hace años, aunque ahora ya con un consenso absoluto, se habla del hidrógeno como el vector energético (no emite derivados del carbono, que son los que ensucian la atmósfera y calientan el planeta) que junto a las energías renovables nos pondrían en la senda de alcanzar los objetivos y, consecuentemente, evitar un mayor calentamiento del planeta, que a estas alturas ya empieza a traducirse, como vemos por ejemplo en el Sahel y el Cuerno de África, en hambrunas extremas, sequías de hasta cinco años, inundaciones por lluvias torrenciales nunca vistas hasta ahora, ciclones y, como factor influyente, desplazamiento de personas, reavivamiento de conflictos, inseguridad de mujeres y niños...
El hidrógeno es un material del que nuestro planeta dispone en abundancia, un gas incoloro, inodoro y no tóxico, presente en el agua o en la biomasa, y que puede almacenarse durante mucho tiempo: solo hay que recordar que el agua (H20) es una molécula integrada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. A través de un complejo proceso químico, llamado electrólisis, las moléculas de agua se rompen, liberando el hidrógeno y separándolo del oxígeno. Al hidrógeno se le pone el apellido ‘verde’ cuando la energía utilizada para hacerlo es limpia, es decir, eólica o solar.
El inconveniente que tenemos hasta ahora es que el proceso requiere de mucha energía, dado que el 50% del coste de generación del hidrógeno es atribuible al consumo energético. A través de carbón o de gas (como hasta ahora se ha hecho) se obtiene el llamado hidrógeno gris, usado como combustible en industrias como la de los fertilizantes.
España, por ejemplo, consume al año 500.000 toneladas de este hidrógeno, que en estos momentos no es sostenible medioambientalmente, al darse la paradoja de que estamos contaminando en el proceso de generar un combustible no contaminante. Francia, por ejemplo, trabaja en generar la energía necesaria para producir la electrólisis a través de sus (muchas) centrales nucleares: ese es el conocido como hidrógeno rosa.
Pero el que realmente tiene potencial es el hidrógeno verde puro, el generado con renovables, aunque aún tengamos que admitir que estamos, en cierta manera, empezando, y que será necesario mucho esfuerzo y enormes inversiones para levantar todo un sistema industrial de generación, transporte y distribución de hidrógeno. El hidrógeno verde está un paso más cerca a medida que se va abaratando la producción de energía eólica y solar.
Algunos expertos sostienen que nuestra economía podrá descarbonizarse en un 50% por la energía eléctrica generada por las renovables, y que del otro 50%, un tercio podría asumirlo el hidrógeno verde. Pero insisto, seamos realistas: aún no somos capaces de producir hidrógeno verde en masa, y además éste es ahora mismo terriblemente caro. Con la tecnología actual, se necesitan tres GW de energía renovable para generar uno con hidrógeno. Para poner un ejemplo ilustrativo, si en estos momentos generar una tonelada de hidrógeno gris vale, digamos, 2 euros, el verde cuesta 5.
Para ello, lo principal es que avancemos tecnológicamente para conseguir abaratar la generación de energías renovables. En el horizonte están novedades como la extensión de la energía eólica flotante y la mejora de la tecnología termosolar. Estas renovables, para hacer el procedimiento lo más eficiente posible, se combinarán de forma híbrida, conjuntamente con la evolución de las baterías eléctricas que almacenan energía.
En pocos años, el hidrógeno verde ha pasado de ser una materia que solo dominaban unos cuantos investigadores al vector energético del futuro, por lo que la gran mayoría de países ya trabaja en cómo producirlo o para proveerse de él. En Canarias, por ejemplo, tenemos científicos de prestigio en la materia como Antonio Gómez Gotor, de la ULPGC, un pionero que lleva muchos años dedicado al estudio del hidrógeno, y que incluso ha realizado proyectos y estudios para hacer no solo del Archipiélago, sino de toda la Macaronesia, un conjunto de economías basadas en el hidrógeno (proyecto Interreg-MAC que quedó plasmado en un libro, HYMAC, una referencia en Canarias, libro que ahora cumplirá ¡17 años!, lo que demuestra que pese a que ahora el hidrógeno esté de rabiosa actualidad, hace mucho tiempo que se investiga y trabaja en esta tierra).
Y en África empiezan a ser conscientes del potencial que tienen en este campo, dado que, por ejemplo, no hay lugar en la tierra con mejores condiciones para los proyectos de energía solar. Países vecinos, como Mauritania y Marruecos, han creado alianzas con empresas internacionales (estadounidenses y belgas, respectivamente) para desarrollar plantas de hidrógeno verde o fabricar las máquinas para llevar a cabo la electrólisis. Un reciente informe del Banco Europeo de Inversiones, la Alianza Solar Internacional y la Unión Africana sostiene que África es capaz de producir, de aquí a 2035, hasta 50 millones de toneladas de hidrógeno verde al año, cantidad suficiente para cubrir un tercio del consumo energético actual y, además, impulsar su PIB y mejorar el suministro de agua limpia, lo que empodera a las comunidades que se benefician de ello.
¿Y España? Pues estamos en el sitio ideal, entre esa Europa que a raíz de la guerra de Ucrania tuvo que olvidarse del gas ruso y buscar alternativas, y somos la conexión con el enorme potencial africano en la generación de hidrógeno y los ya conocidos y enormes reservorios de gas natural. La geografía, pues, juega a nuestro favor, para que podamos jugar un papel fundamental, de hub, para todos nuestros socios europeos.
Porque el llamado H2Med, la conducción submarina (hidroducto) que fue anunciada hace unos días con el apretón de manos entre Pedro Sánchez y Emmanuel Macron en la Cumbre España-Francia, permitirá transportar el gas de origen africano a Francia. La última novedad, además, es que Alemania se ha sumado al proyecto, por lo que la conexión franco-española surtirá en el futuro de hidrógeno verde a todo el este de Europa.
El H2Med ha sido concebido como el primer corredor de hidrógeno renovable de la UE, aunque en sus inicios arranque transportando gas. En 2030 podría entrar en funcionamiento y por sí solo, podría cubrir un 20% de toda la demanda europea. Para nuestro país, obviamente, se abre un escenario interesantísimo, que refuerza nuestra posición internacional.
El sector privado es consciente del potencial, y nuestro país tiene ya grandes proyectos de generación de hidrógeno verde en desarrollo. Voy a ponerles solo dos ejemplos: el puerto de Valencia, ya dispone de tanques de almacenamiento y quiere ser pionero en el uso de esta tecnología, mientras que Cepsa planifica dos parques energéticos en Andalucía (Cádiz y Huelva) para generar la electricidad que se usará en la electrólisis de producción de hidrógeno.
Ahora, y permítanme que insista, debemos ser realistas y entender que este no es un escenario para el año próximo, o el otro. Estamos hablando de un escenario a 15, 20 y 30 años. El futuro pasa irremediablemente por el hidrógeno verde, y es fundamental que nos subamos al carro.
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