Le llamaban amnistía
Ya no existen hechos sino interpretaciones, ya no existe la realidad sino un juego de posibilidades. Esta frase del acervo filosófico resulta de aplicación al momento actual que vivimos en España.
España ha perdido el centro político. Y acaso convenga. Recuerden a Thatcher afirmar que el centro era la vacuidad, que solo se avanzaba confrontando. La política se ha vuelto hacia lo que desasosiega porque se ha convertido en interesante y eso es porque lo interesante hace tiempo que se volvió incómodo.
En la mesa donde se juegan las cartas aparecen tres participantes, la izquierda, la derecha y los nacionalismos. Es frase antigua que cualquier jugador que desconozca a cuál van a desplumar está en serio riesgo de ser él mismo el desplumado.
Bobbio distinguió entre el tercero incluyente y el tercero incluido. El incluyente está en medio de izquierdas y derechas, se alimenta de ambos polos, y supera la situación con un traje centrista que se entiende es la superación de uno y de otro. Es el régimen de la transición.
El tercero incluido descubre su propia identidad negando a los extremos. No quiere nutrirse de ellos. En España siempre el gobierno utilizó la receta del tercero incluyente. Hasta que Pedro Sánchez derogó esta práctica y se autoconstituyó en la forma de tercero incluido. Incorporando la práctica de la democracia social. Frente a los excesos liberales más igualdad y más justicia social.
Aquí y ahora cada uno sabe que si pierde la mano va a ser desplumado. En Cataluña se libra una batalla entre ERC y Junts tan venal que sin hacerlo de una forma del todo explícita está contaminando la batalla de Madrid. Y en el País Vasco Bildu y PNV mantienen un pulso tan tenso que también salpica la coyuntura de Madrid.
Después de las elecciones locales y autonómicas Feijóo sabía que iba a ganar las generales, pero no entendió que era un solo juego de posibilidades. En poco tiempo el país se llenó de gobiernos autonómicos y ayuntamientos del Partido Popular pactando con Vox y Pedro Sánchez anticipando las elecciones, movilizó de forma insólita a la izquierda y pasó de ser el desplumado a poner a Feijóo en trance de supervivencia.
Ya no existen hechos sino interpretaciones. La justificación ética de la insoportable amnistía reside en lo principal, en impedir que la derecha de Vox y Partido Popular meta sus manos en los avances sociales de la última legislatura. Pedro Sánchez es el tercero incluido. Es un hombre que según el extremo que lo mire es un felón o un hombre de tal generosidad que solo se explica por su valentía. Es el tercero incluido divisivo que no necesita explicación.
Los socialistas no quieren la amnistía, pero dudan si es el justiprecio para pagar ante el imperativo ético de frenar a esa derecha. La amnistía es la negación de nuestra ambicionada democracia. Es el reconocimiento falso de que no éramos del todo democráticos. Es una humillación para muchos.
Pero la izquierda sospecha que esa criminalización de la amnistía la mueven en la derecha con una mano hipócrita para con la otra entrar en las instituciones y dinamitar los avances sociales realizados. Ya están bajando impuestos y pronto empezarán a recortar en sanidad.
Y así las cosas no se le ocurre al PNV otra cosa que ir a ver a Puigdemont. Un golpe de baraja esperado que solo hizo que la situación se volviera más incómoda y también más interesante.
Los españoles o muchos españoles saben que la situación es tramposa. Si no hay amnistía se cortocircuita la aventura de Sánchez. Y cuando digo amnistía, estaba deseando decirlo, me refiero a cualquier artificio jurídico que tenga la aceptación del ominoso hombre de Waterloo. Será otra cosa distinta que una amnistía canónica.
Ahora, la novela. Ya expuse en otra ocasión que un gobierno de coalición sería solución de brocha gorda. Porque Feijóo y Sánchez no quieren estar en la misma trinchera que asaetean sin piedad los nacionalismos. Ni uno lo quiere ni el otro lo desea. Tendría este pacto la virtud de que Sánchez defendería su patrimonio al tiempo que Feijóo haría sus apuestas. Sería un punto de sosiego en la tremenda dinámica que lleva la política española. Pero debe estar ese pacto asegurado contra las turbulencias nacionalistas.
Por ello se hace preciso que en ese pacto que ya no sería de concentración sino de Estado, forme parte el PNV que postulará los intereses nacionalistas sin atribular ni a uno ni a otro. De esta forma se devuelve la mano a los catalanes para que el año que viene tengan sus elecciones en la forma prevista. Y decidan ellos sin proyección sobre el escenario global.
Se dejará de hablar de referéndum, esa manía que reduce a muchos catalanes a la condición de primates sin serlo. Y podrá regresar Puigdemont para, luego de ser indultado, haga la política que le interese desde Barcelona. Que la práctica desde Bruselas es una ignominia y un insulto a los demócratas españoles. Luego ya se encargarán los suyos de devorarle. Pero el PNV no tiene sus intereses en Madrid, los tiene en el País Vasco y solo hace que mirar de reojo a las elecciones de 2024. Por eso la novela es un relato fallido.
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