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Minería submarina en el monte Tropic: ¿De verdad “hay que explotarlo”?

Marcado en amarillo, el archipiélago submarino donde se encuentra el monte Tropic. Imagen del IEO. Efe.

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En diciembre de 1872 partió del puerto inglés de Portsmouth el HMS Challenger en lo que se ha considerado la primera expedición oceanográfica moderna. En febrero de 1873 el Challenger llegaba a las Islas Canarias. Allí, por primera vez, extrajo de las profundidades oceánicas una pequeña piedra, más o menos del tamaño de una patata. Se trataba de un nódulo polimetálico de ferro-manganeso. Hoy sabemos que estos nódulos contienen también concentraciones significativas de cobre, cobalto, níquel y titanio y, por eso mismo, se ha desatado una carrera submarina para llegar al fondo (o, más bien, tocar fondo).

Más de un siglo después, el buque heredero del HMS Challenger, el RRS James Cook, ha vuelto a aguas canarias con intención de continuar dónde el Challenger lo había dejado. La primera incursión se produjo entre el 29 de octubre al 8 de diciembre de 2016, explorando la zona del monte submarino Tropic, a 250 millas náuticas (463 km) al suroeste de la isla de El Hierro. Mediante un minisubmarino no tripulado se tomaron 400 muestras de mineralizaciones de costras y nódulos de ferromanganeso, fosforitas y rocas volcánicas.

Poco después, en 2017, el National Oceanography Centre (NOC) y el British Geological Survey anunciaron la existencia de un depósito de 2.600 toneladas de telurio en el Tropic, con enriquecimientos 10.000 veces superiores a los valores medios en la corteza terrestre. El Instituto Geológico y Minero de España, que había participado como “invitado” en la expedición, reconoció que “No lo habíamos contado hasta ahora para evitar generar alarmas porque la gente piensa que le van a abrir una mina y lo van a contaminar todo.” Sabía de lo que hablaba.

En septiembre de 2019 la Convención para la Diversidad Biológica (CBD), de la que España es parte contratante, remitió la información científica resultante de un proceso de descripción de potenciales espacios para ser designados Áreas Marinas de Importancia Ecológica o Biológica (AIEB, más conocidas como EBSA por sus siglas en inglés). Entre menos de una veintena de propuestas para esta categoría en el Atlántico Noreste, la comunicación destacaba el monte submarino Tropic por la existencia de un gran número de ecosistemas marinos vulnerables (EMV), incluyendo una densidad alta de jardines de ortocorales y corales negros, arrecifes de aguas profundas con Solenosmilia variabilis, campos de crinoideos y hábitats de esponjas de aguas profundas. 

En base a estos antecedentes, y considerando el carácter prístino de las comunidades bentónicas existentes en el Tropic, el documento científico proponía a la Convención para la Diversidad Biológica para “designar el monte submarino Tropic como Área Marina de Importancia Ecológica o Biológica (AIEB)”, alertando en la ficha detallada que el monte submarino corre el riesgo de convertirse en vulnerable por la amenaza potencial que supone la minería submarina para sus hábitats prístinos. Aunque no lo mencionan, aunque el Tropic está actualmente en aguas internacionales, forma parte tanto de la propuesta de plataforma continental ampliada de España como de la de Marruecos, a pesar del conflicto del Sahara Occidental. Lejos de conservar sus ecosistemas, la inclusión del Tropic en ambas propuestas parece tener por objeto su explotación minera.

La minería submarina, e incluso la continuidad de las investigaciones geomineras submarinas que se están llevando a cabo sin ningún tipo de control, perturbarían gravemente las condiciones oceanográficas e hidrográficas particulares de la zona, ya que muchos de los taxones de especial relevancia biológica y ecológica son de crecimiento lento, de vida larga y maturación tardía, lo que limita su resiliencia y posibilidades de recuperación frente a intervenciones humanas, en particular la minería submarina. El monte Tropic es una zona especialmente importante y vulnerable por servir de hábitat y despensa para millones de especies (muchas todavía desconocidas), lo que afectaría no sólo al monte en sí mismo, destruyendo ecosistemas de esponjas y corales de profundidad que pueden tardar miles de años en crecer, pero también una perturbación a las especies migratorias de peces, ballenas y aves marinas que tienen en estos montes su criadero y fuente de alimento.

La minería submarina implica la generación de plumas de residuos mineros con altas concentraciones de metales pesados, que pueden desplazarse cientos de miles de kilómetros de las zonas de extracción afectando distintas profundidades. La remoción de sedimentos en los fondos también crearía plumas o columnas de partículas en suspensión que afectarían sobre todo a organismos filtradores, asfixiándolos, no sólo en las zonas contiguas, sino también a cientos o miles de kilómetros, en función de las corrientes.

La combinación de efectos tóxicos y la afección a la base de la cadena trófica en una zona con alta abundancia de ciertas especies de consumo humano como es el banco pesquero canario-sahariano, implicaría no sólo riesgos para la salud de las personas por un aumento de los niveles de metales pesados, pero también en términos de productividad pesquera. Con esa preocupación, en diciembre de 2020 los diez consejos consultivos de pesca de la Unión Europea, incluyendo el Consejo asesor de las regiones ultraperiféricas y el Consejo Asesor de Pelágicos, que operan en aguas canarias, emitieron un parecer conjunto indicando que la minería submarina es incompatible con los objetivos de una Economía Azul sostenible y deben ser frenadas. Varios otros consejos consultivos pesqueros se habían pronunciado con anterioridad pidiendo una moratoria internacional de la minería submarina.

Frente a los llamamientos para una moratoria global a la minería submarina y a una protección estricta de ecosistemas vulnerables como el Tropic, el presidente canario Ángel Víctor Torres sorprendía a todo el mundo afirmado este mes, en relación al Tropic, que “todo lo que sea productivo, que cumpla con las condiciones medioambientales y que lleve a la riqueza de Canarias hay que explotarlo” o que “todo aquello que pertenezca al archipiélago debe ser utilizado”. Estas ideas, más propias de los tiempos del HMS Challenger que de los del RRS James Cook, parece indicar que lo vivido durante el último año a algunos no les ha servido de nada. Parecemos haber olvidado ya que la destrucción de zonas prístinas como el Tropic podría impedir el descubrimiento de nuevas medicinas, asociadas a formas de vida de las profundidades oceánicas. Sin ir más lejos, el test para el diagnóstico de COVID-19 se desarrolló utilizando una enzima aislada de un microbio hallado en respiraderos hidrotermales de aguas profundas, actualmente amenazados por la minería submarina.

Hace pocos meses, el Secretario General de la ONU António Guterres denunciaba como la Humanidad había emprendido una guerra suicida contra la naturaleza, alertando de que el planeta está roto: “La biodiversidad está colapsando. Un millón de especies están en riesgo de extinción. Los ecosistemas están desapareciendo delante de nuestros ojos. Los desiertos avanzan. Los humedales se pierden. Cada año, perdemos 10 millones de hectáreas de bosques”. Es el momento de decidir en qué barco estamos: en el que defiende la conservación de ecosistemas prístinos y casi desconocidos como el Tropic para las generaciones futuras (y la nuestra también) o en el que pretende zarpar cargado de máquinas de destrucción para volver con un puñado de metales que, al cabo de un par de años de vida dentro de un teléfono móvil, acabarán de nuevo enterrados en un vertedero o en el fondo del mar.

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