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'Quadraginta milia librorum Alexandriae arserunt'

Israel Campos

Dada su etimología, tradicionalmente se ha creído que el origen del término museo estaba relacionado con la mitología griega. En ella, el museion (en latín musaeum) venía a ser la morada de las musas, esas nueve deidades que se pensaba que habitaban en el Parnaso. Todas eran hermanas y personificaban las artes y las ciencias: Calíope lo era de la Poesía Épica, Clío de la Historia, Erato de la Poesía Lírica, Euterpe de la Música, Melpómene de la Tragedia, Polimnia de la Pantomima, Talía de la Comedia, Terpsícore de la Danza y Urania de la Astronomía. La principal razón de su ser era la protección de las artes mencionadas y la inspiración a los artistas. Sin embargo, cuando buscamos la aplicación que la palabra museo tenía en la Antigüedad, en realidad no tenía una relación directa con la idea moderna que tenemos de lo que hace referencia este término. En realidad, el verdadero contexto en el que esta palabra se emplea para referirse a lo que ahora conocemos debemos situarlo en Francia y en el momento posterior a su revolución. Cuando en la Asamblea Nacional debaten qué hacer con las colecciones artísticas que había en los palacios reales, se decide convertir esas dependencias en un museum, pero su referente histórico no serán las musas griegas, sino un modelo cultural que sí tiene un pasado helénico, pero que se desarrolló a partir del siglo III a.C. en Alejandría, capital del Egipto gobernado por la familia macedónica de los Ptolomeos. Fue descrito por el geógrafo Estrabón de la siguiente manera: “Un lugar en la ciudad de Alejandría […] donde era mantenido con fondos públicos un cierto número de estudiosos por sus méritos […]fue un largo edificio adornado con pórticos y galerías para caminar, con largas habitaciones para conversar sobre problemas de literatura y una habitación donde reunirse”.

En la idea de los ilustrados franceses no estaba evocar a musas y divinidades, sino ofrecer a la ciudadanía un lugar físico, a imitación del antiguo Museo de Alejandría, donde recopilar las piezas artísticas confiscadas a la monarquía y a la aristocracia tras la revolución. En su voluntad se encontraba la convicción de que los museos debían ser lugares desde donde fomentar la difusión y conocimiento de estas obras por parte del conjunto de la ciudadanía, sentando así las bases del futuro concepto de patrimonio cultural. Influidos por estas ideas debemos entender el esfuerzo que, a finales del año 1879, llevó a un grupo de intelectuales y científicos canarios a crear una Sociedad Científica y posteriormente a abrir en la planta alta de las Casas Consistoriales la primera sede de El Museo Canario. Desde sus orígenes, esta institución no se ha limitado a ser meramente un lugar de colección de las piezas que testimonian nuestra historia, sino que ha sido el motor principal para la investigación, creación y divulgación del conocimiento desde estas islas. Desde su sede actual en la antigua casa del Dr. Chil y Naranjo, se ha convertido en el punto de referencia para la formación de generaciones de investigadores, pero también para poner en el mapa el conocimiento científico de la historia de Canarias.

El final del Museo de Alejandría ha quedado diluido en la oscuridad de las fuentes antiguas. Durante varios siglos se convirtió en el principal exponente de la apuesta por parte del poder político por fomentar con su respaldo y su apoyo económico la existencia de un lugar físico donde los pensadores y sabios pudieran reunirse, consultar sus fondos y generar conocimiento. Fue también la actuación política la que estuvo en el origen de su propia desaparición. Es más conocido el episodio de la famosa destrucción de la Biblioteca de Alejandría. En realidad, esta biblioteca era una de las dependencias de este museo. Su incendio ha quedado marcado por la controversia, puesto que en la Antigüedad se intentó minimizar primero la cantidad de libros que ardieron y, además, se trató de camuflar la responsabilidad que el mismísimo Julio César había tenido en el origen del incendio. El propio César silenció este episodio cuando narró la batalla de Alejandría en su apoyo a Cleopatra en sus conocidos best-sellers De Bello Civili. Y habrá que esperar a Séneca para poder poner una cantidad a las pérdidas, pues estableció en cuarenta mil los libros que ardieron en Alejandría (Quadraginta milia librorum Alexandriae arserunt. Su desaparición final como institución vino de la mano de la merma de importancia de Alejandría, los vaivenes políticos en el gobierno del Imperio Romano y finalmente, el triunfo de una religión que condenó muchos de los conocimientos anteriores almacenados en esas estanterías.

Una muerte lenta es la que parece que también está experimentando nuestro propio Museo Canario. Frenado su proyecto de expansión, esta semana nos hemos encontrado con la llamada de alerta que ha hecho su Presidente. Nos interpela a los socios y a la sociedad canaria al describir una situación alarmante que no afecta únicamente a la institución como Museo, sino, principalmente, a los trabajadores y trabajadoras que son los que permiten que su labor se siga llevando a cabo. Si Julio César consiguió que se silenciara su responsabilidad en la destrucción de parte del Museo de Alejandría, parece que nuestros representantes políticos también buscan la manera de que su responsabilidad no quede reflejada en este deterioro de la principal institución museística de Canarias. En su mano está no solo devolverle la vida al Museo Canario, sino conseguir que de una vez por todas la Cultura y el Patrimonio reciban el trato y el estatus que se merece y que tanto les gusta decir en sus discursos y sus mítines.

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