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Los versos más tristes

Juan García Luján / Juan García Luján

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María no se pudo permitir el lujo de perder 95 euros este mes porque vive sola con sus dos hijos, su sueldo de administrativo es el único ingreso de la casa. Vale. Pedro fue al colegio como siempre, el lunes hizo un sondeo y vio que sólo lo tenían claro dos profesores, comprobó incluso que uno que hasta el curso pasado había estado liberado en el sindicato pensaba ir a trabajar. Vale. Toñi se levantó cabreada porque la metieron en la lista de servicios mínimos. Su trabajo, tantas veces menospreciados por sus jefes, se convirtió en imprescindible en un día de huelga. Cuando entró en el ayuntamiento se le pasó el cabreo, casi todo el mundo fue a trabajar. “¡Menos mal que me tocó servicios mínimos!, pensó, porque si llego a hacer huelga me hubieran dicho que soy rarita”?

Guerra de cifras en la mañana de huelga. Algo habitual. Pero la distancia entre el 60% de los sindicatos y el 5 ó 10% de las administraciones públicas no es nada habitual. Si además tenemos en cuenta que comunidades autónomas y ayuntamientos en manos del PP y Coalición Canaria, interesados en quemar a Zapatero, también daban cifras muy bajas, pues la cosa pintaba mal para los convocantes de la huelga. Vamos a suponer que por la mañana mandó la cartera, el miedo a perder 100 euros, el sentido práctico de “total, ya nos cortaron el sueldo?”. Pero por la tarde había manifestación. Una decena de sindicatos la había convocado.

Salí a buscar clase obrera al parque San Telmo y me encontré con unos versos sueltos y tristes, con un poema dedicado a un amor que fue y ya no es, como el poema de Neruda. Aunque poema, lo que se dice poema, es lo que representaban las caras de los dirigentes sindicales. Sindicalistas afónicos de gritar casi en el desierto. Por la mañana guerra de cifras, cada uno que crea a quien le de la gana. Pero por la tarde a los manifestantes los podíamos contar todos. En las islas hay más de 120.000 trabajadores públicos. La manifestación de ayer tarde podría pasar a la historia?como una de las menos participativas de los últimos años.

Cuando la lucha obrera se deja en manos de oficinistas, de profesionales de reuniones en despachos enmoquetados, de dirigentes dispuestos a firmar pactos por el empleo sin presupuestos comprometidos y en días de campaña electoral. Cuando el resultado de una negociación depende de los delegados que me libere el gobierno. Cuando el sindicato se convierte en una empresa que despide pagando lo mínimo, que contrata con subvenciones o que ni despide ni paga. Cuando asumes el discurso de la competitividad, de la productividad, de la RIC y te olvidas de los derechos que estaban incluso en las leyes franquistas. Cuando acostumbras al cuerpo al placer de la siesta, no puedes de repente poner el despertador y echarte a correr por la avenida marítima. Así, sin estirar el cuerpo, sin calentar los músculos.

Eso fue lo que pasó ayer. La tierra para el que la trabaja, la huelga para el que se la curra. Han sido dos años y medio de falsos cierres patronales, de despidos injustificados, de recortes de sueldos en empresas que daban beneficios, de aumentos dramáticos de las listas del paro, de colas en los comedores sociales, de privatización de la sanidad y la educación, de listas de espera en los servicios sociales de los ayuntamientos, de subvenciones públicas a empresas que maltratan a trabajadores, de aumento de la economía sumergida, de desahucio de viviendas?Y ustedes, queridos sindicalistas, ¿dónde coño estaban?

Con las fuerzas que demostraron ayer convocar una huelga general sin prepararla, antes del verano, sería un suicidio. Marcharse de vacaciones, seguir disfrutando de la siesta como hasta ahora, despreciar a los sindicatos “minoritarios” o apoyar una reforma laboral encargada por los ladrones del Fondo Monetario Internacional y las derechas europeas sería un acto de rendición. No me sumaré al coro que quiere acabar con los sindicatos, que pretende enterrar las leyes de negociación colectiva, que pide más capitalismo, más ley de la selva. Ustedes son necesarios. Pero despierten de la siesta. No se rindan.

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