Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Extremadura decide si el órdago de Guardiola la hace más dependiente de Vox
Me hice socia de Revuelta hace un año y esto es lo que pasó con mi dinero
OPINIÓN | 'Los últimos suspiros de la Unión Europea', por Enric González

El día que nadie aplaudió el gol que dos delanteros colaron al franquismo

Aitor Aguirre y Sergio (con bigote) muestran los improvisados brazaletes negros en la foto de equipo tomada antes del inicio del partido contra el Elche.

1

Nada está ya donde estaba en 1975. De los originales Campos de Sport de El Sardinero, en los que creció la leyenda del Real Racing Club de Santander desde 1913, solo queda una huella pétrea que recuerda la ubicación de su córner sur. Bueno, y una pequeña exposición temporal de la Asociación de Peñas del Racing en la que, sorprendentemente, se recuerda que aquel campo deportivo también lo fue de concentración. Fue en 1937, por decisión del fascio italiano que ayudó al franquismo a tomar esta ciudad, que por 11 meses fue rebelde y defendió el sistema democrático. Paradojas de esta península de casas —y estadios— llenas de silencio y de rugidos.

Desde 1988 se juega al fútbol profesional a unos 200 metros de distancia, en un nuevo estadio que ya se ha quedado viejo, y el solar del antiguo campo es desde entonces un jardín con el nombre del alcalde franquista que más tiempo ostentó el cargo (Manuel González-Mesones, regidor de 1946 a 1967) y no hay rastro de placa alguna que honre la memoria de los 20.000 cautivos que soportaron frío, miedo y hambre sobre este terreno pegado a la playa Segunda del elegante barrio de El Sardinero. Junto a la desmemoria del antiguo estadio apenas permanecen las metálicas estatuas de los hermanos Tonetti, esos payasos santanderinos que triunfaron en los años de la dictadura y que se deshicieron en crisis nerviosas en la Transición hasta que su circo echó el candado en 1982. Parece una broma final de José y Manolo Villa al margen de las leyes de memoria.

Aitor Aguirre posa para Juan Antonio Mazo, que, según su hijo, era consciente del acto de protesta de los jugadores y por eso tomó este retrato.

Ni en el campo de entonces ni en el de ahora hay una huella de los improvisados brazaletes negros con los que dos jugadores de fútbol —solo dos— de la Primera División de aquellos años se atrevieron a retar al régimen y a una sociedad que, en general, aplaudía sus goles tanto como al franquismo. Solo está donde debe estar la memoria de esos futbolistas —solo dos— y de su gesto de dignidad difuminado por lo único que perdura desde 1975: el denso manto de silencio y olvido sobre casi todo lo ocurrido hace 50 años. 

“Santander era sociológicamente de derechas y los espectadores no tenían ningún problema con la pena de muerte, ni con los fusilamientos”. Roberto González tenía 11 años de edad aquel 28 de septiembre de 1975 y había acudido con sus abuelos a ver el partido de la cuarta jornada de Primera División entre el Racing y el Elche. Ese fue el día en que Aitor Aguirre, 'El Madero', y Sergio Manzanera, 'Sergio', llevaron la contra al silencio interior y al franquismo anudándose los humildes cordones negros de las botas en el antebrazo como símbolo de duelo por los fusilamientos del día anterior.

El franquismo agonizaba al ritmo de su líder y decidió hacerlo matando. La ejecución de cinco hombres el 27 de septiembre en Madrid, Burgos y Barcelona agitó la política internacional y generó indignación, manifestaciones masivas e iniciativas diplomáticas en contra de aquella España anacrónica. Todo fuera del país. En España se organizaban manifestaciones de adhesión al régimen que, según la poca confiable prensa de la época, convocaron a un millón de personas en Madrid y a 10.000 en Santander. Solo la masiva huelga general en el País Vasco los días 29 y 30 de septiembre y algunas manifestaciones en Madrid o Barcelona rompían el decorado españolista preparado por el régimen para amparar las ejecuciones. Y, claro, el gesto de dos hombres —solo dos— que asumieron la valentía de pensar por sí mismos y actuar en consecuencia. 

Roberto González ha cubierto deportes en la capital cántabra durante 36 años y desde hace un par es el director de Comunicación del Racing. Confiesa que “ese gesto [la protesta de ambos jugadores] pasó desapercibido en su momento y durante décadas, y no ha marcado el devenir de la afición del equipo. El racinguismo veterano recuerda más los goles de Aitor Aguirre de cabeza que aquella protesta contra la pena de muerte”.

Y así parece… el silencio fue la reacción tras ese acto que se ha contado con tintes épicos en algunos medios especializados que repiten el recuerdo no siempre ajustado a lo ocurrido. Es el silencio el que sigue reinando cuando se remueve la historia ocurrida hace algo más de 50 años, en una tarde templada y seca de domingo.

Después de 17 temporadas jugando al fútbol y de 30 años con un mítico asador en Getxo, Aguirre ahora disfruta de la naturaleza, del coro y de la familia.

Tarde-noche del sábado 27 de septiembre de 1975. En el hotel Rhin de El Sardinero está concentrada la plantilla del Real Racing Club de Santander en la previa al cuarto partido que deben disputar en su regreso a Primera División tras una temporada en Segunda. Aitor Aguirre y Sergio Manzanera, dos de los ídolos del equipo, son amigos, comparten habitación y juntos logran sintonizar Radio Pirenaica, que emite clandestinamente desde Rumanía y recoge las indignadas reacciones internacionales ante los fusilamientos de esa misma mañana.

“Ahí decidimos que teníamos que hacer algo”, rememora Aitor Aguirre. “Éramos personas públicas, sabíamos que nuestra protesta podía tener repercusión”. Su gesto, políticamente, no tuvo ninguna repercusión en aquel momento. Pero ni Sergio, que había sido educado en una familia republicana, ni Aitor, en una de nacionalistas vascos, ya fueron los mismos y su acción engrosa la magra lista de momentos en que los futbolistas han tomado partido por los derechos humanos.

Aitor recuerda ahora lo sucedido desde Getxo. Lo cuenta desde la memoria construida y, probablemente, repetida de forma un poco automática a los pocos periodistas que en cada aniversario de aquella protesta lo llaman. Tiene 76 años y no olvida que esa jornada fueron los últimos en salir al campo de juego. Unos minutos antes, habían regresado al vestuario para anudarse unos cordones negros el uno al otro. En la imagen del equipo tomada por Juan Antonio Mazo —el fotógrafo de toda una época en la ciudad—, Aitor contiene la respiración con un gesto muy serio mientras Sergio se atreve a sonreír a la cámara. 

Aguirre metió un gol en el minuto 29 de la primera parte y en el palco el gobernador civil de la provincia, Carlos García-Mauriño Martínez, preguntaba al presidente del club, José Manuel López Alonso, por esos precarios brazaletes negros. La excusa que balbuceó no convenció al dirigente del régimen. Por eso, tampoco olvida el delantero que al entrar al vestuario en el descanso les esperaban policías de civil que amenazaron con suspender el partido o impedirles regresar al césped si no se quitaban los improvisados brazaletes. “Ya habíamos hecho lo que debíamos, así que nos los quitamos”.

La 'visita' policial dejó huella y la segunda parte del Racing fue mala. El Elche empató el partido y los cronistas de la época achacaron el cambio en el juego de los locales a un bajón físico del que Aitor, una vez más, rescató al equipo metiendo un gol en el minuto 88. Era su quinta diana en cuatro partidos y los aficionados así se lo reconocían desde la grada.

Noticia publicada el 28 de septiembre con la noticia de los fusilamientos.

Esa noche, el presidente del club y el capitán del equipo fueron llevados a comisaría. Al día siguiente, le tocó a los dos jugadores. “Los policías nos echaban unas miradas que... no nos dieron cuatro hostias porque éramos dos personas públicas y si nos hacían algo iba a salir en la prensa”. La memoria guarda el pago de la multa de 100.000 pesetas o la petición de cinco años y un día de condena para cada uno que hizo el fiscal del Tribunal de Orden Público.

Tampoco puede borrar Aitor de su recuerdo las amenazas de muerte, la interceptación de su correo, ni cómo su mujer y sus hijos tuvieron que refugiarse en Sestao, en casa de la familia; rememora con detalle cómo Sergio se fue a vivir con él a su piso de la calle García Morato (en honor al héroe de la aviación franquista) y el miedo que pasaron las siguientes semanas, o la noticia falsa publicada en un diario local anunciando una condena a muerte contra ellos dictada en un falso consejo de guerra jamás celebrado en Toledo… 

En la calle, en el vestuario o en el campo, nadie hablaba de ese gesto aparentemente sin repercusión, aunque ese silencio sin grietas era la prueba de su impacto. Se hablaba algo más de la plantilla del Athletic Club de Bilbao, que saltó el mismo 28 de septiembre al campo contra el Granada luciendo brazaletes negros —aunque desde el principio enmascararon la protesta asegurando que ese luto por los fusilados era, en realidad, por Luis Albert, un ex directivo del club—.

Menos de dos meses después de la protesta de Aitor y de Sergio, el dictador murió, decayó el posible juicio y les devolvieron el dinero de la multa. La mariscada con la que celebraron ese momento también se debe recordar aún en el histórico restaurante Sito de Suances. 

Página del 30 de septiembre con la carta en la que Sergio Manzanera y Aitor Aguirre se desmarcaban de su propia protesta.

Los relatos a lo largo del tiempo han ido alterándose. Es lo que tiene la memoria. A veces, la multa de 100.000 pesetas se convierte por obra del tiempo en una de 500.000. Otras, el opresivo silencio del campo de El Sardinero se transforma en el recuerdo de lo que no fue, como cuando el experimentado periodista Alfredo Relaño escribe en su libro '366 historias del fútbol mundial' que, “a partir de cierta fase del partido, los dos jugadores fueron pitados por su propio público cada vez que intervenían en el juego”. Nadie pitó, como casi nadie habló.

“Nada, nada”, describe Cacho, el hijo homónimo de Juan Antonio Mazo, que ese día estaba a pie de campo, con 15 años, tomando fotos detrás de la portería del Elche para ayudar al negocio familiar. “Fue un cantazo porque eran solo ellos dos. Lo comentamos en el campo, expectantes, pero aquella época no se movía ni el tato. Hubo un manto de silencio. No creó convulsión. Nadie revolvía el gallinero”. Cacho dice que en Santander, ante cada acto de rebeldía en ese fin del franquismo, entre cada manifestación o protesta, “se contenía la respiración, a ver qué consecuencias tenía”, pero normalmente todo terminaban o en una comisaría o en el estrecho espacio que el silencio dejaba a la rumorología. 

Es lo único que parece inalterable con el tiempo: el silencio. Los compañeros del equipo también se abrazaron a esa lógica afásica. “Si ellos salieron con luto por algo sería, yo no sabía si se les murió un familiar o algo. Eso mismo dije en comisaría”. Manolo Chinchón era defensa y capitán de aquel Racing. Desde su Huelva natal confirma que entre los jugadores no se habló ni una palabra de lo ocurrido después de aquella extraña tarde en que con dos goles de Aitor superaron al Elche. “Es que los jugadores no estábamos ahí para el politiqueo, no. Y estos se pusieron el luto. No sé por qué se lo pusieron. La verdad es que no sé si sería por hacer la puñeta o por qué. Yo no sé, la verdad”.

Manuel Díaz, 'El barquereño', era lateral derecho en el equipo y confirma que nadie habló sobre el asunto ni ese día ni los siguientes y, según recuerda, tampoco fueron conscientes de las amenazas de muerte que recibieron sus compañeros por parte de los autodenominados como Guerrilleros de Cristo Rey. Explica Díaz, uno de los siete hermanos de una familia consagrada al fútbol sin fisuras, que siempre procuró no manifestarse ante temas espinosos, “porque para pronunciarse hay que estar preparado y saber de qué se habla. Yo digo que zapatero a tus zapatos”. Futbolista al fútbol y de hecho, Díaz, a sus 75 años, con los mismos calambres de siempre y “desacostumbrado” a la prensa, tampoco le ve mucho sentido a este reportaje. “Cuando veo en los medios esto de Franco 50 años después, no lo entiendo. Eso es pasado y a mi solo me interesa el presente”.

Imagen del momento en que Aguirre, con el número 9 a la espalda, metía el primer gol futbolístico del partido. El primero lo marcó, junto a Sergio, en la foto de equipo.

Chinchón, como los policías que interrogaron a Aitor y a Sergio, tenía prejuicios y 50 años después perduran. “Aitor tenía su patente, porque era vasco, pero lo malo fue lo de Sergio, que era valenciano”. Esa era la hipótesis: un vasco podía meterse en “líos” por “hacer la puñeta”, pero un valenciano… Roberto González cree que la afición no le cobró el gesto a Aitor Aguirre porque “era un futbolista muy querido y muy importante en el Racing”. De hecho, hoy sigue siendo el octavo máximo goleador en la historia del equipo santanderino, con 69 goles en tan solo cinco temporadas.

A Pedro Alba aún lo paran por la calle en Santander. Dejó de jugar en el Racing el 30 de junio de 1989 tras 17 temporadas y es, quizá, el portero más recordado y respetado de la historia reciente del equipo. El día del luto, él ya estaba en las filas del Racing, aunque esa temporada estaba cedido a la Gimnástica de Torrelavega porque andaba cumpliendo el servicio militar. 

“Aitor y Sergio debieron sentir unos nervios descomunales. Sabían dónde se metían, qué es lo que podía ocurrir. Eran momentos muy duros en España. Lo que no tengo muy claro es si yo me hubiese sumado… yo creo que sí, porque yo estoy en contra de todas las muertes violentas. Con todas. Estoy en contra de la pena de muerte. Estoy en contra del fascismo, del fascismo de derechas y del de izquierdas. Soy un demócrata convencido”. Para Alba, el silencio de los deportistas ante temas políticos o sociales es en muchos casos sangrante. Por ejemplo, considera que los “compañeros del colectivo [de futbolistas] debieron pronunciarse claramente en el caso de Jenni Hermoso… cuando en Madrid se pone en boga el tema de ETA… yo digo que llevamos más mujeres asesinadas [por sus parejas] que víctimas del terrorismo”. 

Para Roberto González hay una explicación para el silencio de los deportistas de élite: “La mayoría de los clubes y la mayoría de los representantes aconsejan a los futbolistas que no se mojen en nada. Hay algunos que tienen más personalidad, que tiene la cabeza mejor amueblada y se posicionan en temas realmente serios. Pero la mayoría, no. En el caso de Jenni Hermoso y en otros casos política o socialmente importantes se podrían mojar más, porque son además líderes de opinión, pero no lo hacen. Y estos [Aitor y Sergio] lo hicieron en un momento complicado”, señala el actual director de Comunicación del Racing.

Manuel Díez delante de la foto del equipo de la temporada 1972-1973.

“Lo que ocurre es que ellos pensaban. Sergio y Aitor eran dos personas que, sobre todo, pensaban, tenían ideas y, en esos tiempos, aquello de tener ideas no estaba muy bien visto. Tenían capacidad para manifestarse porque, además, tenían poder dentro del vestuario y decidieron ejercerlo”, argumenta Alba, que también recuerda haberse criado en un ambiente de temor a todo, educado para no hablar como forma de supervivencia. Y añade un elemento más. “Los futbolistas, normalmente, venimos de un colectivo no muy elevado socialmente [en referencia a la clase social de origen] y tenemos muy poco tiempo para poder sacar adelante una vida. ¿Qué quiero decir con ello? Pues que tienes ocho o diez años en los que ganas dinero, pero luego tienes que reincorporarte a la sociedad y gestionar el halo con el que te rodean. Eso, a veces, plantea muchos problemas”. 

Ni Aitor ni Sergio se arrepienten de lo hecho. El primero jugó 18 temporadas al fútbol y luego un asador con su nombre de pila le dio fama gastronómica durante tres décadas. Sergio se lesionó joven, con 28 años, cuando jugaba su tercera temporada en el Racing. Estudió Medicina y ha ejercido como dentista en su propia clínica en Valencia. 50 años después, ambos dicen sentirse orgullosos de lo que hicieron en 1975. De hecho, Aitor defiende el compromiso de los deportistas como él que, por ejemplo, se tradujo en la huelga de futbolistas en 1984 con la que se logró el reconocimiento de la profesionalidad de los jugadores o se eliminó el derecho de retención, entre otras reivindicaciones. “Eso ahora es impensable”, concluye Aguirre.

Aitor no habla del silencio de sus compañeros, pero sí recuerda con precisión el apoyo del que entonces era presidente del equipo, José Manuel López Alonso, o las cartas de ánimo de algunos jugadores de Primera División que jugaban en otras latitudes, “o el apoyo del padre [Alberto] Pico, el cura del Barrio Pesquero de Santander”. 

En los periódicos de la época el silencio fue también atronador. Las referencias tenían que ver más con los intentos de evitar las consecuencias que con la noticia de lo ocurrido, que no fue reseñado en las crónicas del partido. Lo que sí publicaban el mismo día 30 de septiembre los periódicos Alerta y El Diario Montañés era una carta firmada por los dos jugadores en los que tomaban distancia de su propio acto de dignidad y lo relacionaban con “el primer aniversario de la muerte de quien fue presidente del club, señor [Ramón] Santiuste”. De hecho, remarcaban: “En modo alguno nuestro proceder tenía relación con las circunstancias políticas que se viven en nuestro país, y aún menos con los fusilamientos habidos recientemente; como jugadores que somos de fútbol, nos sentimos totalmente ajenos, en circunstancias deportivas, a todo lo que sea colorido político, sin querer colorear el hacer futbolístico de ideología o simpatía hacia determinadas posturas”.

El 8 de octubre, la Junta Directiva del equipo publicaba una carta en ambos diarios en los que aseguraba que carecía “de atribuciones para sancionar la conducta de los jugadores, salvo en aquello que se refiera o afecte al orden de lo deportivo”. Un texto bastante aséptico que no gustó a un aficionado que dos días después publicaba en Alerta, con su nombre completo y su número de DNI, una airada carta en la que arremetía contra la dirección del club: “La carta de la Junta Directiva no dice nada, o quizá dice mucho. Por encima de todo está España, está el Gobierno, está la paz, sus guardianes y el sentimiento de justicia; todo esto, en nuestro campo de fútbol, por dos de nuestros futbolistas, ha sido maltratado y pisoteado”.

Carta de un aficionado del Racing publicada en el diario Alerta en la que acusa a la Junta Directiva del equipo de tibieza por no tomar medidas contra los jugadores que mostraron el luto.

Nada está donde estaba en 1975. 50 años de cambios físicos y sociales; 50 años de silencios, y la memoria fragmentada hace que nada parezca estar donde debería estar. De hecho, el silencio también modela la memoria. “He tenido que rememorar porque lo he oído contar bastantes veces y he llegado a pensar que yo había estado en ese vestuario y la verdad es que físicamente es imposible. Al final, lo que sí recuerdo es que se corrió un tupido velo. Fue algo que se realizó pero que se olvidó inmediatamente. Yo no sé si por imperativo del momento… quiero pensar que así fue. Se dejó de comentar absolutamente todo. Hasta hoy”. Pedro Alba reflexiona mientras ojea uno de los tomos editados en el centenario del club en el que, en sus páginas 130 y 131, queda huella de aquel mínimo e inmenso luto que astilló el silencio. “En la pequeña historia de la entidad, de los hitos en los que el Racing ha sido pionero, pues hay que reflejarlo, pero yo creo que no ha cambiado para nada la idiosincrasia de nuestros socios, de nuestra afición”, concluye Roberto González.

Pero son las pequeñas y valientes historias las que tejen el fértil manto de la dignidad donde la democracia puede crecer robusta. Máriam Martínez-Bascuñán se pregunta y responde en 'El fin del mundo común': “¿Qué hace que una verdad resuene en la sociedad? (…) La verdad , en sí misma no basta. Necesita un cuerpo [o dos] que la pronuncie, una voz [o dos] que la defienda, un gesto que la arriesgue y una ciudadanía que esté dispuesta a escucharla. (…) La verdad comienza a tener impacto cuando alguien se atreve a decirla donde pueda doler, donde pueda incomodar, donde pueda tambalear el orden establecido”. Los viejos Campos de Sport de el Sardinero fueron ese lugar el 28 de septiembre de 1975 y 50 años después se busca aún una ciudadanía dispuesta a escuchar aquella verdad sobre la crueldad de un régimen sin piedad para sus opositores. 

Etiquetas
stats