Continúa activada en cada vez más sectores grancanarios la siempre muy estimulante y deportiva cacería del zorro, consistente, como todo experto debe saber a estas alturas, en abatir el mayor número de ejemplares de este mamífero, cuyo pelaje adquiere diferente tonalidad en función de la zona geográfica en que se desenvuelva. Cada día la partida de caza se incrementa con mayor número de cazadores, a los que ha llegado el rumor de un considerable incremento en el precio de la piel de tan escurridizo y astuto animal. Tiene la caza del zorro diferentes modalidades según el punto geográfico en que se celebre. Así, en Gran Canaria, mucho tiempo atrás, alguien decidió sustituir los sonidos de trompetillas y fanfarrias por estentóreos llamamientos públicos pronunciados por uno de los otrora más afamados criadores del zorro plateado, llamamientos con los que queda abierta la veda desde Gáldar a todos los confines. Los defensores de los animales, y más concretamente del animal en cuestión, claman por las malas artes del vocero, al que descalifican por excesivamente vehemente y primitivo, pretendiendo de ese modo acabar con tan noble arte y deporte que cada día cuenta, como decíamos, con mucho más adeptos. La práctica se ha extendido tanto que, según los últimos datos disponibles del censo de este admirable mamífero, su existencia ha quedado reducida a una sola madriguera, lo que dificulta su reproducción y, por ende, facilita su aniquilamiento como especie. No obstante, desde alguna consejería gubernamental, concretamente la de Economía y Hacienda -curiosamente- se trabaja con denuedo por declarar a este animal especie protegida dada su condición de endemismo canario, según se mire.