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Entrevista Claudia Asensi, experta en comunicación climática
Participación, transición ecosocial y adaptación: cómo comunicar sobre cambio climático en Canarias

Playa de Ojos de Garza, en Gran Canaria, uno de los puntos calientes ante el cambio climático

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —

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En un territorio tan frágil como Canarias, la crisis climática, de la que ya estamos percibiendo innumerables consecuencias, se sentirá con mayor fuerza que en otras regiones. El mensaje se repite desde el plano político y mediático. Pero a pesar de las reiteraciones, da la sensación de que el discurso no ha calado del todo o bambolea entre ser muy catastrofista o muy superficial.

Para comunicar mejor el fenómeno, si se le puede denominar así, que “viene a cambiarlo todo”, debemos contar la realidad con rigor, explicando qué la precede y qué otros efectos traerá en el futuro. “Nuestra supervivencia depende de ello”, resalta Claudia Asensi, activista medioambiental y doctoranda en Comunicación Social y Participación frente al cambio climático en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).

Pregunta: ¿Cómo se debe informar sobre la crisis climática? Porque parece difícil encontrar un punto neutro en el cataclismo y la frivolidad.

Respuesta: Debemos transmitir la crisis climática como una realidad presente que viene a cambiarlo todo. Es fundamental explicar, con rigor, sus causas, cómo está impactando ya y va hacerlo en el futuro. Pero, sobre todo, debemos orientar la comunicación a ofrecer herramientas sobre cómo abordar este desafío global con respuestas posibles en nuestro ámbito de acción, y dejar claro que éstas deben ser urgentes y decididas: no actuar no es una opción, nuestra supervivencia depende de ello. Esto es una parte clave del mensaje.

Por otro lado, debemos enfrentarnos al reto de comunicar un tema tan complejo como la crisis climática con sencillez y cercanía, pero sin perder la visión de conjunto. Muchas de las respuestas que ofrece el mercado y nos vende como soluciones verdes (generalmente con potentes y efectivas campañas de marketing), realmente sólo modifican ciertas partes de determinado producto o crean una nueva necesidad “sostenible” pero, si ampliamos el plano, vemos que su proceso de fabricación y venta puede implicar más emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera o desplazar el deterioro del medio ambiente a otro lugar o tiempo. La pregunta que tocaría hacerse es ¿consumir ese producto es necesario?, consumir menos y mejor, ayuda al clima, nos ayuda. Y como consumidoras tenemos mucho que decir. Y esta es otra parte clave del mensaje.

En relación al porqué en la comunicación del cambio climático se pasa de un extremo a otro, de la frivolidad al catastrofismo, probablemente tengan mucho que ver los intereses e intenciones de los informadores (que muchas veces son grandes empresas o medios que tienen a éstas como financiadoras), y también las características de la sociedad del entretenimiento y de mercado en la que vivimos, en la que todo es espectacular, superlativo e inmediato. La cuestión es que se ha demostrado que el exceso de miedo puede inmovilizar y que una información banal y superflua, no ayuda a cambiar nada. Por eso, periodistas y divulgadoras de medios rigurosos y plataformas independientes debemos velar por dar una exposición equilibrada del problema: alertar sobre su peligrosidad a la vez que ofrecemos alternativas realistas, viables e ilusionantes. Actuar frente al cambio climático también tiene efectos positivos en la calidad de vida de las personas y en la sociedad en el presente. 

Pero la dificultad no queda ahí. Podemos comunicar de manera brillante el cambio climático con ideas muy concretas de acciones a llevar a cabo, por ejemplo, de ahorro energético, uso de transporte público o el consumo de productos de cercanía, pero si éstas no son asumibles por la ciudadanía porque no son opciones realistas, son caras o implican asumir individualmente los costes, no se llevarán a cabo. Esto no es una especulación, numerosas investigaciones sociales constatan que el conocimiento del peligro del cambio climático no implica per se, un cambio de hábitos: es necesario disponer de opciones asumibles. Aquí es donde entra la política. Y el papel de la administración es clave, tanto generando estas opciones como por el poder que tiene su ejemplo.      

P: ¿Por qué da la sensación de que escuchamos la palabra “sostenibilidad” todo el rato y no percibimos ningún cambio real?

R: Porque lo realmente sostenible es consumir menos y mejor, y el mercado global se alimenta de consumir más y más, externalizar muchos de sus costes y ocultar los efectos secundarios de su actividad como el impacto en el medio ambiente y en la salud de las personas. En mi entorno solemos hablar de “sosteMibilidad” (cuidado que viene la palabra de moda que no puede dejarse atrás para ser políticamente correctos y continuar con más de lo mismo pintado de verde). Pero recordemos que el término sostenibilidad no es nuevo, se introdujo en el siglo XVIII relativo a la gestión forestal y se extendió en un sentido más amplio y a nivel global en los 80 con la Estrategia Mundial para la Conservación y el Informe Bruntland. Y aunque hoy esté muriendo de éxito por manido y vaciado de contenido, vino a introducir en la gestión de los recursos y en las políticas de desarrollo las variables tiempo e interdependencia. Transmite de manera eficaz, creo, la idea de hacer posible la vida a largo plazo, lo que implica diseñar el desarrollo presente sin comprometer el de las generaciones futuras. Esto conecta con la idea de “límites”, pero probablemente esta conexión no sea tan intuitiva.

Desde mi punto de vista, creo que hay que “reutilizar” lo que ya le resuena a la gente, aprovechar la cotidianidad que ha alcanzado el término sostenibilidad para fomentar el pensamiento crítico sobre él y la necesidad de actuar acorde a los límites del medio ambiente para soportar la presión humana. Pasar de la “sosteMibilidad” que se está imponiendo a una sostenibilidad plena de contenido: ecosocial.

P: ¿Se está comunicando mal la penetración de renovables o nuevas tecnologías? Lo pregunto por el hecho de que se extienda esa frase de: “no voy a cambiar mi modelo de vida, ya habrá tecnología que solucione este problema”.

R: Depende de para quién. Se está comunicando muy bien para la cuenta de resultados de las grandes empresas energéticas que le viene muy bien que nos mantengamos en el papel de consumidores pasivos, pero muy mal para el bien común de la ciudadanía y el medio ambiente. El discurso dominante obvia que no existen minerales, energía ni suelo suficientes para mantener el nivel de consumo energético global actual sin deteriorar gravemente el medio. Y el medio ambiente no es aquello que está ahí, al margen, es el que nos provee de los recursos básicos necesarios para nuestra subsistencia: agua y aire limpios, suelo para producir alimentos sanos y materiales etc. Sin embargo, se ha fomentado una creciente “tecnofilia”, una tendencia a creer que la tecnología va a resolver todos nuestros problemas sin pensar de dónde proceden los materiales que requiere o el impacto que acarrea. Otra vez se nos olvida la visión de conjunto. Creer que con una sustitución de fuentes energéticas o la modificación artificial del clima con geoingeniería resolvemos el cambio climático, esconde dos realidades flagrantes: los límites en la capacidad del planeta para proveer de los materiales que requieren estas tecnologías y, por otro lado, el impacto, los efectos secundarios no siempre previstos de intervenciones imprudentes que pueden comprometer aspectos básicos para la vida.

En Canarias, por las pequeñas dimensiones y fragilidad de nuestro territorio y biodiversidad, y la elevada y concentrada población, percibimos muy bien esta realidad. No podemos permitirnos el lujo de desaprovechar nuestros recursos (territorio, agua, energía, residuos, y capacidades humanas) porque nuestra biocapacidad es muy limitada. De utilizarlos estratégicamente depende nuestra supervivencia. Y aunque las energías renovables son una pieza fundamental de la lucha contra el cambio climático, no es menos cierto que no pueden, solas, suplir el nivel de consumo energético actual, por lo que sí o sí, debemos adaptarnos a sus características y hacer una gestión de ellas muy inteligente: fomentar la producción doméstica y comunitaria de la energía, el autoconsumo, el ahorro y la eficiencia, reducir al mínimo la necesidad de ocupar más suelo (recordemos que el suelo en unos de los principales sumideros de carbono), etc. Todo esto implica, además de un cambio tecnológico, un cambio profundo de hábitos y de modelo de vida, cosa que suele quedar fuera en la comunicación.

P: ¿A qué actores habría que señalar en todo esto? ¿Políticos, empresas o ciudadanos?

R: A todos en su justa medida. Sin duda la ciudadanía como votante, consumidora y agente activo de la democracia tiene un papel importante, pero obviamente los políticos son responsables de la planificación y ordenación en materia de energía, territorio, gestión hídrica, residuos, etc. y quienes deben generar las opciones para que la ciudadanía pueda actuar frente al cambio climático. Aunque es cierto que estos disponen de escasos cuatro años de legislatura para llevar a cabo su programa y que es difícil romper con dinámicas anteriores y aún más desmarcarse de la batuta de las grandes corporaciones, son irremediablemente los responsables de la deriva del desarrollo de nuestro territorio y gentes durante ese plazo, y de poner los peldaños para las políticas de los años venideros. Por otro lado, no olvidemos que no superar el límite “de seguridad” de 2ºC de aumento medio de temperatura global requiere “renunciar” a quemar el 80% de las reservas conocidas de carbón, el 50% de las de petróleo y el 30% de las de gas, y que sólo diez entidades financieras poseen casi la mitad de los combustibles fósiles disponibles. Aquí es donde vemos la urgencia de políticas valientes y una ciudadanía consciente y comprometida que presione. 

P: En Canarias, la población está cada vez más concienciada y no para de manifestarse contra lo que ellos denominan “atentados ambientales”. Sin embargo, vemos cómo la Ley de Cambio Climático ni siquiera ha sido aprobada por el Parlamento. ¿El mensaje de los científicos no está llegando a donde se toman las decisiones?

R: Yo diría que la conciencia de la necesidad de un cambio sí está llegando a los espacios de poder. Me cuesta creer que, por ejemplo, a nivel autonómico, se haya creado una Consejería de Transición Ecológica, Lucha contra el Cambio Climático y Planificación Territorial por simple esnobismo o novelería. Pero probablemente lo que no está llegando es la urgencia, profundidad y transversalidad real del cambio que necesitamos. En Canarias urge una moratoria a la ocupación de más suelo por razones científicas. Una gestión del territorio coherente con su capacidad de carga es una parte fundamental de la lucha contra el cambio climático. Debemos orientar todos nuestros esfuerzos a conservarlo y restaurarlo, para que sea nuestro aliado en la mitigación y adaptación al cambio climático.

P: En tus textos hablas de “transición ecosocial” más que de “transición ecológica”, ¿por qué?

R: Porque transición “ecológica” tal vez no ayuda a visibilizar que el proceso de cambio en el modo de hacer las cosas es una cuestión fundamentalmente humana y de cómo nos organizarnos como sociedad. Hablar de transición ecosocial creo que muestra con claridad la necesidad de reconectar la ecología y la sociedad: de un cambio cultural.

P: También realzas la importancia de la adaptación más que de la mitigación en las Islas, ¿es por falta de fe a que habrá un cambio radical? ¿O por pura supervivencia?

R: La mitigación y la adaptación son dos estrategias necesarias, complementarias y sinérgicas para afrontar el cambio climático. Cuanto más se reduzcan a nivel global las emisiones, menores serán los esfuerzos en adaptación. La cuestión es que globalmente las emisiones no han parado de aumentar y por la senda que vamos el pronóstico no es halagüeño. ¿Qué podemos hacer desde Canarias? Sin duda tenemos una tarea impostergable en la reducción de nuestra elevada huella de carbono. Nuestro modelo de desarrollo es extremadamente dependiente del petróleo: vivimos del turismo que viene en avión, la mayoría de lo que consumimos se importa, y entre otras cosas, carecemos de una política razonable de movilidad y gestión de residuos. Sin embargo, aun convirtiéndonos de hoy para mañana en “un archipiélago 0 emisiones”, seguiríamos expuestos a los impactos del cambio climático que ya estamos viviendo y se intensificarán. Canarias, por su ubicación geográfica y características, es un territorio que está especialmente expuesto y es mucho más vulnerable que otros. Tenemos que avanzar en mitigación, sí, pero aprovechando la oportunidad para generar riqueza para el conjunto de la población y mejorar nuestra capacidad de adaptación y resiliencia. Es cuestión de pura supervivencia, sí.

P: ¿Cómo se debe combatir el discurso negacionista? O incluso algo más técnico, como quien no cree que un aumento de 30/40 cm en el nivel del mar sea catastrófico para las playas del Archipiélago.

R: La primera pregunta que me haría es si determinado mensaje negacionista es muy visible o no. Si no lo es, continuaría con mi labor de informar y formar con rigor científico sobre el cambio climático. Muchas veces caemos en el error de entrar a contraargumentar información falsa que no ha tenido mucha difusión, con lo que contribuimos a visibilizarla. Si estos bulos, mitos o falacias negacionistas sí tienen repercusión debemos alertar sobre las fuentes de información, los intereses que puede haber detrás, apuntar qué técnicas de engaño se están utilizando y cuáles son los argumentos reales basados en la ciencia. Este tema da para mucho. Recomiendo The Debunking Handbook 2020 elaborado con el consenso de 20 autores de diversas universidades. En cuanto a la implicación de la subida del nivel del mar en las islas para quienes no somos geógrafas, biólogas o expertas en gestión hídrica o de catástrofes, lo mejor es una imagen, que como se dice, vale más que mil palabras. Recomiendo las infografías de Fernando Montecruz, recogidas en Cambio Climático en Canarias: Impactos de José Luis Martín Esquivel y María José Pérez González. Definitivamente, necesitamos más imágenes locales de espacios significativos para la gente que muestren a golpe de vista las implicaciones del cambio climático. Esta es una de mis principales reivindicaciones.

P: Cuando dices que “como sociedad, estamos viviendo muy por encima de nuestras posibilidades”, ¿no tienes miedo a que el mensaje se malinterprete y la gente se sienta como después de la crisis financiera de 2008, cuando se les dijo exactamente lo mismo?

R: La posibilidad de malinterpretación siempre existe. Pero diciéndolo podemos despertar interés. De hecho, me estás preguntando sobre ello. Me explico. Ya hemos comentado la necesidad urgente de adaptar nuestro consumo de energía y materiales (agua, suelo, minerales…) a lo que nuestro territorio nos puede ofrecer (biocapacidad) para no superar su “capacidad de carga” y ser sostenibles. Actualmente, la huella ecológica de la sociedad canaria, es decir, cuánto territorio necesitamos para abastecer nuestro nivel de consumo y absorber nuestros impactos es totalmente desproporcionada: necesitamos casi 30 canarias. Esto es insostenible y nos hace totalmente vulnerables, no sólo al cambio climático. Aunque, por otro lado, también sabemos que son las personas y entidades de mayor poder adquisitivo las que son responsables de mayor emisiones e impactos en el territorio. Por lo que sí, debemos ser muy cuidadosas a la hora de hablar de sociedad como conjunto, porque ciertamente las responsabilidades hay que repartirlas justamente. A nivel global, el 1% de la población más rica del mundo emite lo mismo que el 50% de la población más pobre y apenas 100 empresas son responsables de más del 70 % de las emisiones globales desde 1988. Esta gran desigualdad también existe en Canarias. Sería interesante disponer de cifras y ponerle cascabel al gato.

P: ¿Qué es la maldición de los recursos o la paradoja de la abundancia? ¿Podría ocurrir eso en Canarias?

R: Es un término utilizado en economía del desarrollo referido a países ricos en materias primas, que, a pesar de experimentar un enriquecimiento rápido inicial, a medio plazo se empobrecen por una gestión no adecuada de esa riqueza. Si los recursos no se utilizan de manera sostenible en el tiempo, ni generan trabajo y valor añadido para el conjunto de la ciudadanía ni ayudan a fortalecer la democracia, el sistema sanitario y la educación, sucede que “caen es desdicha”: más pobreza y desigualdad, deterioro del medio ambiente, corrupción. Me parece que, siendo un término económico, es muy útil comunicativamente, es visual. Y sí, en Canarias si no cambiamos de deriva en la gestión del suelo, sol, viento, agua, biodiversidad etc., estaremos en la senda de que sean una maldición nuestros mayores dones. ¿Y no nos llamaban Las Afortunadas?

P: En el informe Canarias ante la emergencia climática haces mención a la participación de la ciudadanía en todo esto, ¿cómo se podría lograr esa colaboración entre científicos-individuos-políticos?

R: Los cauces de participación actuales no parecen tener mucho éxito. Muchas veces los procesos participativos se vuelven un trámite para justificar burocráticamente decisiones sobre planes e infraestructuras que ya están decididas a priori. La mayoría de las aportaciones y alegaciones no son tenidas en cuenta con lo que el tiempo y energía de la gente, se torna en desilusión. Por otro lado, muchos científicos viven con auténtica desesperación la obtención de datos y evidencias que constatan cómo cada día la situación se hace más grave. ¿Cómo solucionar esto? Primero, habría que permitir la participación real de la gente en los mecanismos que ya existen, por ejemplo, incluyendo con rigor y criterio las alegaciones que hace la ciudadanía que vayan en la línea de fomentar un modelo de desarrollo ecosocial. ¿Y cómo poder avanzar en la colaboración? Creando espacios de trabajo bien dinamizados donde participen los diversos actores que puedan garantizar su imparcialidad, de los que se pueda extraer propuestas consensuadas que se respeten e incluyan en las políticas públicas. Tenemos la experiencia reciente de la Asamblea Ciudadana para el Clima del MITECO, que con mucho que mejorar en representatividad y mayor y mejor participación, puede ser una experiencia que sirva de punto de partida. Las encuestas confirman que la población está altamente preocupada por el cambio climático y que quiere participar directamente en el diseño de soluciones para afrontar el reto de la emergencia climática. 

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