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Alberto de Paz, cantautor

Luis León Barreto

Los cantautores forman una familia especial dentro del mundillo de la cultura. Una relación de amor incondicional al oficio, un agradecimiento constante, esa dicha que da sentido a una vida. Gente como Alberto de Paz quiere ser recordada como un defensor del arte, un activista cultural, porque ser parte del Arte es un privilegio. Este hombre empezó a vivir la música tocando el trombón en una banda municipal, y aquello fue como una escuela que mostraba la responsabilidad del trabajo, las ventajas de la unión y el equipo. Luego encontró en la guitarra y en la poesía su medio de expresión, eran tiempos mejores pues había trovadores, se vendían discos, muchos locales donde poder tocar, ganas de crear. Poco a poco fue componiendo canciones, crear una canción puede convertirse en una experiencia mística que te separa de la realidad, que provoca la liberación de ideas de la inconsciencia. Gracias a esas letras, cuanto más las canto, más me entiendo, dice. Son su verdadero psicoanalista, y hablan del amor, las emociones, los sentimientos, la sociedad. “No hago canciones protesta, para protestar prefiero la ironía o el humor.” En La Laguna participó en conciertos, produjo su primer disco, Compaz, y todo comenzó a crecer, ahora lleva 20 años en la música. En 2005 marchó a Granada por su cercanía a estilos que le apasionaban, como el flamenco y la música sefardí. Acertó, su música maduró; la clave era estudiar, empaparse de propuestas y escuchar de todo como buen alumno. Los conciertos allí ayudaron a ser conocido en el mundillo de la canción de autor y recorrió media España con la guitarra en la mano, de guagua en guagua, de garito en garito: Barcelona, Toledo, Santiago, Santander, Oviedo, Sevilla, Valencia. Actuó en Berlín y aterrizó en Madrid, todos los cantautores estaban allí. Descubrió que en la música no es tan importante el respeto al oficio, el trabajo formativo o la disciplina sino que más bien el éxito suele ser fruto de elementos más superfluos, menos artísticos, más comerciales. El desengaño mermó el sentido de algunas consignas, desde entonces lucha por la cultura y el arte desde cualquier herramienta. Dice literalmente: “Sigo cantando y cuando me llaman (que es casi nunca), ahí estoy.”

En Garafía, hermoso caserío del norte de La Palma, organiza cada septiembre el Festival de la Palabra partiendo de una idea fundamental: la cultura ha de tener un beneficio para la sociedad, ser el pegamento para que los pueblos avancen en la cohesión comunitaria, la cultura ha de crear símbolos que son identificados por la persona para sentirse miembro de un colectivo. No existe un símbolo más poderoso que la palabra. Allí utiliza calles y plazas cercanas para un evento de varios días, buscando la convivencia y el encuentro. En las dos ediciones Alberto ha comandado presentaciones de libros, recitales de poesía, actividades para niños. “Hemos cantado, actuado, jugado, con la palabra. El Festival de la Palabra pretenderá ser siempre un lugar de encuentro entre diferentes propuestas artísticas y educativas”.

¿Cómo analizas el mundillo musical y cultural en la isla?, le pregunto. Y entonces dice que hay un problema de envergadura, en la dicotomía entre política cultural y cultura real. El desapego es más que palpable, y va mermando el valor de ambas. La política cultural anegada por un desprecio político, y por tanto social, ha sufrido abusivos recortes. Esa falta de medios ha suscitado el desarrollo de una cultura de conformismo, y se crea una agenda de actividades por el mero hecho de hacer esa agenda, ofertas que suelen ser externas a la isla y que llenan los artículos de los diarios digitales y el consumo del público general. Lo único que se consigue es la tranquilidad del público e incluso su percepción de que “se hacen cosas.” Pero, por otro lado, estima Alberto que la Cultura que nace de la sociedad, la obra de los creadores, los artistas, la gente, se encuentra con la imposibilidad de reproducirse dentro de la colectividad. Las causas se encuentran en la falta de espacios aptos para el desarrollo cultural (salas de conciertos, de exposiciones, bibliotecas interactivas) y el desinterés generalizado de una sociedad potencialmente consumidora de la monocultura individualizada que se obtiene a través de nuestros móviles o de internet. Por lo tanto, nos encontramos en un marco algo desolador que solo puede combatirse con el compromiso de colaboración entre la política cultural y la sociedad. Evidentemente, la responsabilidad principal cae en la voluntad política de cambiar de maneras y fórmulas.

Pedir que las instituciones asuman un papel determinado ya puede ser un problema en sí. La clave principal es que escuchen, estudien y analicen la importancia que tienen los creadores, los artistas y los agentes culturales para una sociedad sana, unida y con ganas de crecer. Ninguna institución debe adoptar, como se hace en la actualidad, todas las responsabilidades que afectan a un colectivo, porque corren el peligro de la prepotencia institucional, la de tener que pedir, pedir y pedir que nos hagan caso. ¿Hay solidaridad entre los componentes del mundillo musical? No sé si solidaridad, afirma, lo que no existe es unión o trabajo en equipo. Hay compañerismo, conversaciones infinitas y buenas intenciones. Pero el trabajo, el esfuerzo y la fuerza de lo colectivo son complicados. Crear espacios comunes puede ayudar mucho al encuentro, al conocimiento y al esfuerzo en común.

No renuncia a activar sus ilusiones cada mañana. Y de ahí sus canciones, su interpretación del tema Miedo, uno de sus muchos vídeos en Youtube. Fue una actuación de lujo, en el Teatro Guimerá. Y está La Palma, su lírico mensaje a la isla natal, y está Enganchado a nada y su magnífico tema de amor y desamor titulado Un adiós de verdad. Porque son admirables quienes se atreven a mirar de frente enfundados en una simple guitarra y en una voz que pide vivir sin miedos al amor, al futuro, a los sentimientos. Hay que escuchar atentamente sus mensajes, que pueden recordarnos a Silvio Rodríguez, a Sabina, la Nueva Trova Cubana, Rubén Blades, el jazz, el folk, tantos acentos. Sus cinco años en Madrid con palabras de lucha y compromiso, recitales de la Sala Clamores, Búho Real, Galileo o Libertad 8. Y el Proyecto Semilla, y la música en vivo. Ojalá haya más locales donde podamos escuchar el quejido más allá de la música chicle de los 40 Principales, las maldades de la industria. Guitarra en el alma, poesía en la cabeza; nostalgias, la voz encendida. Bravo por los cantautores que resisten.

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