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Las expectativas del 2017

Luis León Barreto

Ahora que despedimos al año viejo y nos disponemos a fabricarnos ilusiones y esperanzas para el nuevo 2017, hemos de considerar que dejamos atrás un año en el que Gran Bretaña votó por dejar Europa, los colombianos no respondieron a la llamada del gobierno para pacificar la guerrilla, los italianos le dieron la espalda a las reformas que pretendía su gobierno y sobre todo se produjo un resultado poco previsible en las elecciones de Estados Unidos. Dicho esto, parece claro que el siglo XXI de momento nos trae unas dosis de inquietud y zozobra que no esperábamos, abrimos las puertas a un camino que parece repleto de acechanzas y peligros; la ilusión de lograr una paz universal con la superación del hambre y el desarrollo del Tercer Mundo es un mero espejismo. Estamos abocados a una era de miedo por causa de los desequilibrios económicos, el enquistamiento de viejos conflictos y el terrorismo yihadista, y hemos de acostumbrarnos al miedo de la misma forma que durante décadas ETA sembraba las calles de muertos, por suerte las armas han sido relegadas al arcón del olvido aunque todavía no se haya firmado el desarme oficial. Raro era el mes en que los viejos teletipos del periódico dejaban de vomitar noticias sobre los atentados de la banda, incluso hubo etarras desplazados a las cárceles de Canarias.

Y ahora que somos una potencia turística de primer nivel, ojalá los dioses nos protejan de acciones que podrían comprometer la estabilidad de la que aquí disfrutamos mientras nuestros competidores naturales, desde Turquía a Egipto y Túnez, tienen muy difícil levantar cabeza. Al contrario: por allí se multiplican no solo las amenazas sino también los atentados, las bombas asesinas, los niños suicidas que hacen estallar la muerte en los mercados; pero todo eso también se ha introducido en Europa y de qué manera. El terrorismo se alimenta de viejos conflictos no resueltos por las instancias internacionales, guerras y saqueos tan devastadores como los de Siria que incluyen el exterminio de cientos de miles de inocentes, el asunto de Palestina, Afganistán, Irak, la injusticia histórica en el Sahara Occidental, litigios que la política se muestra incapaz de resolver. Y el poco fruto de la Primavera Árabe, que complicó las cosas en el norte de África.

Aunque sabios como Donald Trump se empeñan en negar los efectos y la misma existencia del cambio climático, los expertos señalan que la ruina del medio ambiente se acelera, comprometiendo el futuro de la mayoría de especies vivas, la fauna, la flora e incluso la propia humanidad. A pesar de la complejidad del universo, todos podemos hacernos una idea de que ni el sol ni los planetas son eternos, y probablemente hubo lugares como Marte donde existió agua y tal vez alguna forma de vida antes de volverse inhabitables. La cuestión que se plantea es adivinar si a los terrícolas nos va a pasar lo mismo, empeñados como estamos en seguir calentando el planeta. Si persiste el ritmo actual de natalidad, cada año habrá casi 150 millones más de personas, que se incrementan sobre todo en Asia, India, China, etcétera. Los demógrafos creen que llegará a producirse un colapso poblacional, porque las grandes potencias no están interesadas en paliar la miseria en los países pobres, sino en incrementar la disuasión nuclear, ya lo ha advertido el señor Trump. Si la pérdida de agua helada en los polos se acrecienta, si el mar acaba subiendo el nivel tal como han pronosticado muchos científicos, está claro que dentro de cincuenta o cien años las condiciones de vida no van a ser las mismas que ahora disfrutamos. También constatan los expertos que en la vida de nuestro planeta ha habido varios cambios climáticos y las especies han mutado muchas veces, algunas han desaparecido y han surgido otras nuevas. ¿Quién podría imaginar hoy a los dinosaurios como dueños y señores del territorio, sin asomo de los humanos? ¿Y las criaturas monstruosas que poblaban los mares, y los depredadores de gran tamaño, y los tupidos bosques de entonces, y aquella gigantesca zona tropical que hoy se ha transformado en el desierto del Sáhara? Ha habido glaciaciones, edades del hielo, edades de calor, desplazamiento de los continentes, subida del mar o retirada de las aguas en según qué regiones, maremotos, terremotos, volcanes y otros accidentes de grandes proporciones que han ido cambiando la faz de la Tierra durante millones de años.

Parece que las matemáticas señalan la desaparición de la especie humana si no se toman cartas en el asunto. Pudiera pensarse que el final está todavía muy lejos, y que el margen es suficientemente ancho como para no empezar a preocuparse todavía. Pero hay investigaciones que acortan los tiempos de manera preocupante. Así el cosmólogo escocés Fergus Simpson señala que es probable que a los humanos les queden solo unos 700 años de presencia en el universo. Se trata de una proyección matemática que ha elaborado en base a distintos parámetros, pero lo cierto es que –aunque las predicciones apocalípticas tipo el juicio final no tienen mayor credibilidad– origina un cierto respeto y preocupación. Venimos a este mundo con los días contados, pero nuestra obligación moral es preservar este maravilloso planeta para nuestros descendientes, y eso está ahora mismo en riesgo. Llegará el tiempo en que habrá que colonizar otros planetas, pero por ahora no parece muy apetecible la idea de irse a Marte para vivir dentro de una gigantesca burbuja con oxígeno y agua.

Por fortuna, hay datos positivos en el aire. Así, termina el año con una plusmarca turística en las islas, de tal manera que incluso lugares menos favorecidos por la corriente como La Palma registran cifras espectaculares, cierto es que partían de unos volúmenes de visitantes casi irrisorios. Da gusto ver que en aquel aeropuerto se registra cierta actividad, con vuelos procedentes de lugares tan distantes como Islandia. Es de esperar que allí se atenúen los frenos existentes para que se construya más oferta hotelera, y de este modo se pueda enhebrar un futuro en base no solo a la platanera sino también al maná turístico, la única industria de que disponemos en esta tierra. Sol, playas, precios baratos, senderismo y algo de oferta cultural identitaria tampoco estaría mal para lograr fidelizar un porcentaje turístico interesante, pues está claro que hay que participar en el trocito de tarta que corresponde.

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