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Vacaguaré (II): traición, dolor y esperanza

Felipe Jorge Pais Pais

“La labor de división entre nuestro pueblo se vio notablemente incrementada porque en el ambiente existían otras señales que parecían indicarnos que Abora nos daba la espalda, castigándonos con el enemigo que más temíamos: la sequía. El Riachuelo era un área privilegiada para el pastoreo debido a la exuberancia y variedad de sus pastizales durante todo el año. A ello debemos añadir la abundancia de agua, no sólo en el cauce del barranco, sino también en las numerosas fuentes permanentes que abastecían las necesidades básicas de una gran cantidad de benahoaritas, así como de sus rebaños de cabras, ovejas y cochinos. Pero, desde hacía bastante tiempo, las lluvias eran muy escasas, irregulares, y a destiempo, por lo que las manadas apenas si encontraban que comer, por lo que debíamos trasladarnos, sobre todo en la época más cálida, a los pastizales del interior o los bordes de Aceró (Caldera de Taburiente). Los robos de ganado cada vez eran más frecuentes y las luchas por el acceso a los mejores pastos o las fuentes que no se secaban estaban a la orden del día, incluso con muertos entre gentes de diferentes poblados de un mismo cantón.

La preocupación atenazaba los corazones y se hacía más y más patente conforme veíamos que el agua de El Riachuelo menguaba de forma alarmante, de tal forma que apenas si existían pequeños charcos fangosos que acabaron por desaparecer completamente. Incluso, las fuentes de La Faya o El Pino se secaron tanto que sólo conservaban humedad y algún goteo esporádico. Todos los rituales, plegarias y sacrificios que había intentado el chamán no habían surtido efecto alguno. La desesperación comenzaba a aflorar en las mujeres bendecidas por Abora con la promesa de ser madres en breve. Nadie quería mencionarlo, pero estaba en la mente de todos. Sólo los más viejos del poblado recordaban la última vez que el tagoror decidió que las niñas recién nacidas debían ser sacrificadas para que el resto del grupo pudiese sobrevivir. La última medida desesperada, antes de llegar a ese extremo, fue acudir al baladero de la Fuente del Pino donde todos los habitantes animales y humanos de los poblados del Barranco de Tenisca y El Riachuelo, nos reunimos, después de estar 3 días sin comer y beber, conforme señalaba la tradición, para pedir a Abora que nos mandase las tan deseadas lluvias. Daba lástima ver como el risco de la Fuente del Pino, por el que habitualmente caían chorros incontenibles de agua, sólo estaba cubierto por una capa de líquenes y musgos que, incluso, comenzaban a secarse. Ni siquiera por el canal principal, labrado en la piedra, corría el más mínimo hilillo de agua, de tal forma que los grandes charcos que se formaban al pie del risco estaban cubiertos por el pinillo y llenos de los excrementos de los animales que, en su desesperación, escarbaban buscando el preciado líquido. Los canalillos y cazoletas fueron cuidadosamente puestos al descubierto para que el chamán, ante la mirada expectante de toda la comunidad, comenzase sus rituales. Las miradas seguían fascinadas el derrame y el recorrido del agua, la leche y, finalmente, la sangre de la mejor cabra de la manada en medio de un profundo silencio.

Pero Abora no nos escuchó. Durante el regreso a los distintos poblados nadie hablaba, quizás esperando oír y ver en la lejanía, en el mar, más allá de El Time, los truenos y relámpagos que apaciguasen el desasosiego que nos embargaba. Esa noche el poblado de El Riachuelo quedó sepultado bajo una densa niebla y un extraño silencio que ni siquiera el llanto de los niños consiguió turbar. Muchos lo interpretaron como un mal presagio y otros, muy pocos, como yo, creemos que Abora si atendió las súplicas y que, aún hoy, mucho después de suceder estos aciagos acontecimientos, nos sigue protegiendo y dando ánimos para soportar la triste vida que actualmente llevamos.

A corta distancia del poblado de cabañas de El Riachuelo, señalando el límite entre los cantones de Aridane y Tihuya, se encuentra el Pino Sagrado, una de las muchas personificaciones de Abora en este mundo. Este majestuoso árbol era adorado por todos los caminantes que recorren el Camino de Las Vueltas, uno de los caminos más transitado de Benahoare ya que permitía una fácil y rápida comunicación entre las vertientes oriental y occidental de la isla. En estos tiempos tan nefastos que nos ha tocado vivir han aumentado considerablemente las visitas y las ofrendas de todo tipo junto al pino: alimentos, flores, objetos de adorno personal, etc. Por este sendero transitaban todas aquellas personas que recorrían los cantones de Aridane, Tihuya, Guehebey, Tedote, Ahenguareme y Aceró: los pastores con sus rebaños; aquellos que se dedicaban al trueque para conseguir distintos alimentos, barro, obsidiana, etc e, incluso, venían a este lugar desde otros bandos independientes mucho más lejanos para comunicarse, de forma sencilla y personal, con su dios Abora.

Las noticias que comenzaron a llegarnos cada vez eran más preocupantes. Los invasores acantonados en las playas de Aridane habían comenzado a desplazarse hacia el sur, atravesando los cantones de Tihuya, Guehebey y Ahenguareme sin encontrar resistencia de ningún tipo. Sin embargo, Juguiro y Garehagua (señores de Tigalate) opusieron resistencia y, a pesar de su valerosa lucha, fueron derrotados, masacrados y capturados como esclavos. Los pocos que consiguieron huir se refugiaron en las laderas de Timinibucar (Risco de La Concepción. Cantón de Tedote) hasta donde fueron perseguidos y aniquilados. A partir de ese día por el Camino de Las Vueltas baja una auténtica riada de gente de todas las edades huyendo de la brutalidad de los intrusos. Muchos de ellos han decidido atender la llamada a la resistencia de Tanausú (señor de Aceró) quien confía en resistir el asedio en su impenetrable reino. El poblado de El Riachuelo está prácticamente abandonado, apenas si quedamos algunos viejos, mujeres y niños. Hemos decidido permanecer en nuestros hogares, a pesar de que sabemos que estamos en la línea de fuego de la lucha a muerte que se prepara, ya que por aquí discurre una de las pocas entradas hacia Aceró, a través del paso de Adamancasis. Mi obstinación y determinación a no abandonar mi hogar, pasase lo que pasase, me permitió ser uno de los pocos testigos privilegiados que vivió todos los acontecimientos aquí narrados que marcaron el final de nuestra vida y cultura.

Aún hoy, a punto de reunirme con Abora en el Más Allá, sigo preguntándome en qué lo ofendimos para que permitiera que sus hijos fuesen abandonados a su suerte. Tanausú y sus guerreros indomables no pudieron ser sometidos en sus dominios. Su lucha por la libertad y la dignidad de un pueblo sólo pudo ser acallado merced a una vil traición, precisamente junto a la Fuente de El Pino, muy cerca de mi cabaña. Desde el día anterior sabía que algo grave estaba a punto de suceder, puesto que los pocos que aún permanecíamos en el poblado de El Riachuelo fuimos echados de la zona sin ningún tipo de miramientos, mientras los soldados tomaban posiciones por toda la depresión para ocultarse a la vista de la delegación benahoarita que acudiría a parlamentar con los jefes del ejército invasor. Estas maniobras no pasaron desapercibidas y Tanausú fue rápidamente informado de que le estaban preparando una encerrona, por lo que no debía acudir a la cita.

Todavía hoy, cuando nos reunimos algunos de los supervivientes de nuestro pueblo, discutimos si Tanausú pecó de ingenuo al no escuchar las palabras de Ugranfir cuando le advertía de la traición a que iba a ser sometido. Pero yo estoy seguro de que Tanuasú se sacrificó para permitir que nuestro pueblo no fuese aniquilado por completo. Sabía perfectamente que su suerte estaba echada y que, más tarde o más temprano, toda resistencia sería inútil. Por ello decidió acabar con el sufrimiento, el miedo, las torturas y las amenazas a la gente que había depositado en él sus esperanzas de supervivencia. Su destino quedó sellado en cuanto contempló los cuerpos helados de mujeres y niños que se refugiaron en La Cueva de Haysuraguán: “Los que se helaron”. Y creo que todo fue así porque fue capturado sin apenas resistencia. Pero nunca consiguieron acabar con su espíritu indomable y mientras era conducido a la costa en ningún momento dejó de mirar al frente con su vista desafiante. Sus únicos momentos de debilidad se produjeron cuando volvía la vista hacia las laderas del Benehauno, detrás de cuya imponente mole se encontraban sus amados dominios. Varios regueros de lágrimas silenciosas recorrían sus mejillas ensangrentadas al dejar atrás aquellos parajes que habían formado parte de su existencia y que nunca más volvería a recorrer. La despedida de su tierra y su gente jamás la olvidaré. Todo el camino fue acompañado por el sonido ensordecedor de los bucios y las hogueras que, poco a poco, fueron surgiendo, como por arte de magia, en las cumbres del Benehauno y en las laderas de Amagar y El Time. Su venganza se consumó cuando al grito de “vacaguaré” (“quiérome morir”) se negó a ingerir alimento y bebidas por lo que nunca pudo ser exhibido como un trofeo por sus captores. Por ese simple hecho su gesto siempre permanecerá imborrable en nuestra memoria.

En el Pino Sagrado, dicen los conquistadores, ha aparecido una preciosa imagen de una mujer que, a decir de Francisca de Gazmira, es la madre de Dios y cuyo poder es aún más fuerte que el de Abora. Junto al pino se ha levantado una pequeña construcción para ser venerada. Siempre está rodeada de flores y otros objetos que están dedicadas a la Virgen del Pino aunque sé que, en realidad, también se recuerda y venera a Abora y los antiguos dioses, si bien no lo podemos reconocer abiertamente por miedo a las represalias de nuestros represores. La persecución ha sido tan despiadada y atroz que la mayoría de los que han sobrevivido prefieren olvidarse, al menos públicamente, de su cultura ancestral sin darse cuenta de que, espiritualmente, estamos abocados a una muerte lenta y cruel como pueblo indómito.

Hoy, a punto de morir, sigo pensando que Abora no nos abandonó completamente. La misma noche en que Tanausú fue capturado las tierras de Aridane fueron regadas por unas lluvias tan fuertes que las madres dejaron de temer por la suerte que correrían sus hijos futuros. De lo que nadie ha conseguido retractarme jamás es de que el espíritu de Tanausú sigue flotando en el aire y así ocurrirá hasta el fin de los tiempos, tal fue la magnitud de su gesto para con su pueblo. He intentado trasmitirles a mis hijos y nietos mis creencias para que sean transmitidas a las generaciones futuras. Uno de los pocos lugares a los que aún podemos acudir sin ser molestados para practicar nuestras creencias ancestrales se encuentra en la Fuente del Pino, donde el frondoso pinar nos oculta de miradas indiscretas. Aún creo oír los gritos de libertad de Tanausú en el susurro de la brisa entre los pinos, uno de los cuales, casi tan majestuoso como El Pino Sagrado, aún pervive junto a los charcos de agua, a pesar de que todo el pinar ha comenzado a talarse para abrir tierras de cultivo y conseguir madera para los ingenios de azúcar situados en Argual y Tazacorte. Nadie se atrevió a tocarlo, ni siquiera los conquistadores, posiblemente ante la superstición de que una maldición caería sobre los osados que se atreviesen a derribarlo. Es el único pino, de este tamaño, que ha sobrevivido en todo el Valle del Riachuelo. Este gigantesco pino, para mí, siempre fue la reencarnación de Tanausú y a él acudía, siempre que podía, a presentarle mis respeto y veneración.

Todavía hoy me gusta pensar que cuando el Barranco de Junique, junto al Camino de Las Vueltas, suena es una señal que nos envía Abora como una promesa cierta de agua y fertilidad. No sé si es verdad o, al menos a mi me lo parece, pero creo que tras la partida de Tanausú la brisa cada vez sopla con más asiduidad y más fuerza. Me gusta pensar que es su espíritu que recorre el cantón de Aridane para que no olvidemos nunca su gesto por la libertad e independencia de su gente. Su impronta y su presencia permanecerán por los siglos de los siglos. Sólo basta con mirar desde el Llano de Las Cuevas para que su rostro se muestre en todo su esplendor a quienes vuelvan la vista hacia La Cumbrecita y la Punta de Los Roques desde donde contemplará, por toda la eternidad, los imponentes precipicios de lo que fue su señorío inexpugnable“. 

   

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