Vivir en la postal no siempre es fácil: salud mental en La Palma rural
Quienes vivimos en La Palma estamos acostumbrados a escuchar comentarios del tipo “¡Qué suerte tienes!”, “¡Vivir ahí debe ser pura paz!”. Y claro que nuestra isla es hermosa: miradores que te dejan sin palabras, senderos que parecen de otro mundo, el mar como compañero de rutina. Pero vivir en un entorno rural, por muy bonito que sea, no nos hace inmunes al malestar emocional. De hecho, en muchos casos lo complica.
Hablar de salud mental en zonas rurales como La Palma es hablar de lo que no siempre se ve ni se dice. Es mirar más allá de la postal y detenerse en la historia de quienes viven en pueblos pequeños, a veces con escasos recursos, poca red de apoyo y muchas cargas invisibles.
Cuando pedir ayuda no es tan fácil
En entornos rurales, el acceso a servicios especializados de salud mental suele ser limitado. En algunos municipios no hay consulta psicológica pública, o hay que esperar semanas —incluso meses— para ser atendido. Para muchas personas, desplazarse a otro punto de la isla no es viable por cuestiones económicas, laborales o logísticas. Y cuando se trata de adolescentes o personas mayores, las dificultades se multiplican.
Además, en lugares donde todo el mundo se conoce, la privacidad también se percibe como un riesgo. Hay miedo al estigma, a ser señalados, a que “se sepa” que uno va al psicólogo. El resultado: muchas personas aguantan en silencio, normalizan el sufrimiento o lo esconden bajo frases como “ya se me pasará” o “yo no creo en esas cosas”.
Pero el sufrimiento no desaparece por ignorarlo. Solo se vuelve más pesado.
Lo rural también duele
Hay una romantización constante del mundo rural: se lo pinta como un lugar ideal para vivir, donde todo es más sano, más tranquilo, más auténtico. Pero esa mirada ignora muchas realidades: el aislamiento de las personas mayores, el desempleo juvenil, la sobrecarga de cuidados, la falta de ocio saludable para los niños y niñas, el duelo constante por lo que se ha perdido —y no solo tras el volcán.
Estas experiencias tienen un impacto directo en el bienestar emocional. La soledad no deseada, la precariedad sostenida o la sensación de no tener a quién acudir son factores de riesgo que se repiten en muchos hogares palmeros. Y sin embargo, no suelen entrar en la conversación pública.
Cuidar lo emocional también es hacer isla
En psicología narrativa, entendemos que el malestar no siempre está “dentro” de la persona, sino en las historias que ha vivido, en los vínculos que ha perdido o en los contextos que la han dañado. Por eso, cuando hablamos de salud mental en La Palma, no basta con aumentar el número de sesiones. Hace falta una apuesta real por crear redes comunitarias que escuchen, cuiden y contengan. Porque los problemas emocionales no se resuelven solo en consulta: también se previenen en la plaza, en el aula, en el club de mayores, en los centros de día, en los espacios donde se construye comunidad.
La prevención no puede seguir siendo un lujo. Ni la salud mental un privilegio urbano.
Una isla que se cuida también por dentro
Es hora de reivindicar una salud mental con acento rural. Que entienda las particularidades de vivir en una isla, en un barrio pequeño, en un entorno con pocos recursos pero mucha humanidad. Que no infantilice ni culpabilice a quien sufre, sino que ofrezca alternativas reales.
La Palma necesita políticas públicas que entiendan el contexto. Psicología comunitaria, atención descentralizada, espacios preventivos que lleguen a todos los municipios, y no solo a quienes ya están diagnosticados. Porque esperar a que la gente “lo pase mal del todo” para intervenir, no es prevención. Es abandono.
Y porque una isla que se cuida también por dentro, es una isla que no deja a nadie atrás.
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